jueves, 18 de septiembre de 2008

Universidades: Biopsia de la sociedad colombiana

Es indudable el poder que han adquirido las universidades en Colombia. No debería se sorpresivo referirse a este fenómeno. Si recordamos la etimología de esta palabra, nos daremos cuenta que este centro de estudios adquiere su denominación partiendo del término latín universitas, que significa “universalidad”. ¡¡Por supuesto!! La pregunta es: ¿Universalidad de qué? Hoy en día, no es tan claro.

Si intentamos hacer un breve (y de pronto un poco irresponsable) recorrido histórico, veremos que las primeras “universidades” del mundo se dieron en Alejandría (320 a.C.) y en Constantinopla (340 d.C.). Eran centros de enseñanza de importantes dimensiones y con capacidad para enseñar a varias personas. Sin embargo, claramente no podríamos hablar de un concepto de “universalidad” en estos centros de enseñanza, ni por la diversidad de los conocimientos estudiados, ni en cuanto al público al que se dirigían estas enseñanzas. Es en la Edad Media, no obstante, donde podría afirmarse que surge realmente la Universidad. Recordemos que en esta época, era la Iglesia Católica la que monopolizaba el conocimiento y podía, por ende, decidir que era susceptible de ser enseñado, y qué no lo era. Además, aparte del clero, eran pocas las personas que podrían tener acceso a ese conocimiento. Sin embargo, podría pensarse que la por los temas estudiados, enseñados y compendiados en bibliotecas, tal vez sí existiría una especie de “universalidad” cognoscitiva.

En la Nueva Granada, las Universidades Santo Tomás, Colegio Mayor de San Bartolomé, y Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, fueron los primeros centros educativos de esta naturaleza. Si revisáramos con cuidado la historia de cada una de estas instituciones encontraríamos que de “universalidad” no había mucho. De hecho, el criterio de pureza de sangre era indispensable para garantizar el acceso a estos centros. Tal vez, el concepto más liberal de universidad en el país lo introdujo la Universidad Externado de Colombia, que cuyo nombre lo indica, se caracterizaba por no requerir la habitual técnica de internar al estudiante en la casa de estudios. Era un modelo de universidad que reñía con las más tradicionales de la época.

Con el tiempo, no obstante, las universidades fueron cambiando, y poco a poco se le ha otorgado un importante papel como centro de ideas, de disenso, de debate. Bajo esa perspectiva por ejemplo, se han gestado, y así han funcionado, las universidades públicas, encabezadas por la Universidad Nacional. La libertad de expresión, impulsada por la hegemonía liberal de la época, generó que el estudiante pasara a ser protagonista de su universidad. En la época en que la violencia partidista tuvo su auge, las universidades no fueron ajenas al fenómeno. Por mucho tiempo, las universidades han sido focos de disenso, de oposición, y en muchos casos de revolución (no debemos entender por este término la lucha armada) como ocurrió con el movimiento de la séptima papeleta, que gestó el movimiento constituyente que culminó con la aprobación de la actual Constitución colombiana.

De hecho, la Carta Política de 1991 ha traído consigo un importante elemento en pro del debate filosófico (de conocimientos), como ocurre con la libertad de cátedra, con la libertad de expresión y la libertad de prensa. Cada vez más, se busca que los colombianos puedan acceder a centros de estudios superiores para incorporarse a la sociedad como personas calificadas que sean útiles a la misma, y que puedan generar ideas que ayuden a la sociedad. Lastimosamente, una cosa dicen los textos, una cosa dice la Constitución para ángeles –como se ha denominado por algunos el texto aprobado en 1991– y otra cosa es la realidad.

No basta sino revisar los periódicos locales o nacionales, para darse cuenta que las universidades están perdiendo cada vez más su sentido. Lo digo, porque las universidades, que por principio son instituciones sin ánimo de lucro, cada vez más se han percatado del “negociazo” que es la educación en el país, sobre todo a nivel de estudios superiores. Con la postmodernidad, ha quedado claro que la fragmentación del conocimiento ha quedado relegada. Una cosa era el derecho, y otra cosa era la economía. Hoy en día, en cambio, está in estudiar derecho económico. Una cosa es la sociología y otra cosa es el derecho, ¿pero cómo no tener un posgrado en sociología jurídica?

Para tenerlo, es muy sencillo: Miremos el periódico y nos daremos cuenta que hay un sinnúmero de instituciones, de tradición o no (ya no importa) que ofrecen el programa con el nombre que a uno más le gusta: Podemos escoger entre derecho corporativo, derecho de la empresa, derecho comercial, derecho financiero, derecho económico, o con el apelativo que más nos guste. Asimismo, hay derecho penal, criminología y ciencias penales, derecho criminológico. A eso, debemos sumarle que el sistema de créditos le permite al estudiante actualmente decidir qué es lo quiere aprender, así su elección no sea lo que realmente le sirva para salir bien formado.

Es posible que actualmente me adentre en las fauces del procedimiento contencioso administrativo, sin haber evacuado completamente el derecho administrativo o el derecho procesal –o ninguno de los dos– y que obtenga un genial 5.0 en la nota final, así realmente no haya aprendido mucho, por no interiorizar adecuadamente los conceptos. Mientras tanto, puedo simultáneamente hacer una segunda carrera que me brinde doble titulación, de forma tal que a los 22 o 23 años, sea un profesional con doble carrera, con especialización (porque es posible empezar a especializarse sin haberse graduado). Luego, al salir al mercado, tendré una envidiable hoja de vida, en la que poseo un sinnúmero de títulos, nacionales, extranjeros, de postgrado, y que deba esperar 1 año para conseguir un trabajo en el que devengue 1.5 salarios mínimos, y en el que me exploten unos 3 años, mientras adquiero la experiencia para poder defenderme del pez grande. Esas son nuestras universidades.

Supongamos que no le ponemos mucho cuidado a lo anterior, y miramos a ver cómo generamos conocimiento. En la gran mayoría del mundo, el conocimiento es jalonado desde las universidades, que investigan, proponen, debaten, escriben, y apoyan al intelectualmente inquieto. Para poder investigar en el país, se debe contar con proyectos que sean canalizados a través de los “investigadores” de las universidades. Si cuento con un proyecto bueno, lo presento, lo estructuro, lo defiendo, pero a la hora de ejecutarlo, lo ejecuta la universidad, con las personas que ella elija, y de la forma que ella elija. Es decir, en vez de que la universidad apoye las buenas ideas de sus miembros, se valen de ellas, para figurar ellos como institución. Tal vez por eso es que algunas de las mejores investigaciones que se hacen en el país (cuando no son hechas por colombianos que se van al exterior a investigar en universidades que no los despojan de sus ideas), provienen de personas que han logrado con ayudas externas desarrollar investigaciones con mínimos recursos, y con excesivo esfuerzo. No es esa la “universalidad” que esperamos de nuestras universidades.

Por eso es que da tristeza ver que este cáncer universitario ha hecho metástasis y cada vez deteriora más las funciones vitales de nuestra vida universitaria. Cuando las universidades cuentan con un buen cerebro, es decir, con un rector capaz y pujante, quienes son enemigos del progreso, hacen lo posible por sacarlo del mapa. Revisemos un ejemplo reciente. El rector de la universidad, Juan Carlos Dib Díazgranados se vio obligado a renunciar debido a amenazas de muerte recibidas. Curiosamente, la comunidad (en general) respaldó la gestión de Dib, e incluso llegó a publicar anuncios en diarios de circulación nacional, rechazando esta vileza. Probablemente el resultado es que llegue una persona que les agrade un poco más a los corruptos y a los violentos. Recordemos que el presupuesto que se maneja en una universidad como la del Magdalena, es bastante grande, y las “tajadas” que puedan de allí obtenerse, podrían ser significativas.

En otro caso, el cáncer ha llegado a la boca y no al cerebro, como en el caso anterior. Qué problema el que se ha generado debido a las intervenciones de estudiantes (¿?) encapuchados en la Universidad Distrital. El asunto tiene tanto de largo como de ancho, y finalmente se ha reducido a si esto constituye una apología al terrorismo o si es el ejercicio de la libertad de expresión. El rector de la universidad señala que no se puede oponer a la realización de actos que no se encuentren prohibidos, y utilizar capuchas no es ilegal. De otra parte, quienes denunciaron los hechos consideran inconcebible que se toleren esta serie de actos en una universidad. Personalmente, considero que nadie puede ser estigmatizado por sus convicciones, al menos no en una democracia. Cuestión diferente es que se instigue al delito pues esto ya entra dentro del ámbito de lo prohibido. En un país tan polarizado como Colombia, estas discusiones probablemente no permitan encontrar soluciones sólidas concertadas, porque involucran apasionamientos que son lógicos, pero que desconocen en parte los mismos principios que se dicen proteger por nuestra Constitución. Sin embargo, es claro que la universidad, por ser autónoma, puede perfectamente prohibir una serie de comportamientos que puedan trastornar el ambiente académico, sin que con ello se esté coartando la libertad de expresión. Expresarse es válido y opiniones puede y debe haber en varios sentidos. La democracia es ese juego, un juego de universalidad.

Estos ejemplos son solo algunos de los que diariamente se encuentran en las universidades colombianas, y a pesar de que se han detectado los orígenes de este cáncer, nada se hace. Los perjudicados somos todos, pues el conocimiento ha pasado a un segundo plano, y la preparación integral del estudiante se está viendo supeditada a paradigmas de terceros que en muchos casos, no conocen a fondo las problemáticas de los universitarios, foco vital de una sociedad en vía de desarrollo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Gaviota:

A eso le sumaría yo que los docentes que forman parte del recambio generacional dentro de las universidades, son también producto de este sistema, lo que lleva a que en la gran mayoría de los casos, sólo le sumemos un eslabón más a una cadena que no sabemos dónde o cuándo terminará.

Y si, tienes toda la razón, es triste saber que las universidades colombianas -tanto las públicas como las privadas- no están llevando a cabo el importante rol que pudieran ejercer como gestores de desarrollo social. De todas maneras aclaro, no se si sea porque no lo saben, porque no las dejan, o porque simplemente no quieren. Cualquiera sea la razón, me parece igual de grave.

Un abrazo.

Gaviota dijo...

Absolutamente de acuerdo con lo de los docentes. Lamentablemente hay mucha mediocridad rondando por los pasillos de las universidades. Indudablemente, existen todavía muchos profesores geniales que hacen que valga la pena estudiar. Sin embargo, la curva parece ser de esas según las cuales siempre estamos a punto de llegar a 0.

En cuanto al incumplimiento del rol social, considero, realmente que es falta de voluntad. He tenido la oportunidad de conocer de cerca el funcionamiento interno de una de las universidades "líderes" del país, y es poco lo que se hace por brindar espacios de generación de conocimiento. Lo máximo que se acepta es que traigamos profesores extranjeros que nos adoctrinen acerca del conocimiento que generan ellos, para que nosotros lo recitemos con puntos y comas.

Gracias nuevamente por el aporte. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Hola de nuevo Gaviota.

Me quedé pensando en algo sobre éste post.

No veo que esté mal que los profesionales en Derecho busquen especializarse en determinadas áreas específicas, como tampoco está mal que lo hagan los médicos.

Lo que si me aprece errado, o cuando menos poco responsable, es que las haya Universidades que hagan del mercado de postgrados, lo mismo que un zoco árabe o que las playas de Boca Grande o el Rodadero: "la gafa, la gafa, la de moda".

Acepto que es infortunado que muchas de las decisiones para especializarse sean tomadas por cuestiones de moda, antes que como respuesta a una verdadera vocación porfesional; pero de todas maneras no logro deshacerme de la idea de que sobre este tema existe una poco grata presión social y de necesidad de sobrecalificarse para poder entrar a formar parte del mercado laboral.

Bueno, a la larga, sin duda se trata de un asunto complejo y con mucha tela de donde cortar.

Saludos.

Gaviota dijo...

Apreciado Carlos Javier,

Estoy de acuerdo en que existe una presión social importante por sobrecalificarse. Si partimos del hecho que las universidades venden esta idea a los medios y los medios la masifican, normalmente se cree que es cierto.

Lo que no se menciona con igual fuerza es las crisis laborales de profesionales sobrecalificados, quienes han invertido millones en una buena educación, para que deban resignarse (en muchos casos) a tomar cualquier trabajo que les deje algo de dinero, así no tenga nada que ver con lo que la vocación y los títulos certifican.

Mi crítica no es que la diversidad de programas sea cada vez mayor, sino que se ha vuelto un bien de consumo, y no una inversión a futuro, como debería ser. Conozco muchos casos de abogados con menos pergaminos, que a la hora de debatir académicamente, o litigar en los estrados judiciales, pueden despedazar a otro que cuenta con 5 títulos diferentes en diferentes partes del mundo. La experiencia sigue pesando mucho, y por eso es que resulta curioso ver las ofertas de empleo de empresas que quieren abogados recién graduados, pero con 2 años o más de experiencia en determinados campos.

Muchas gracias por los comentarios. Seguro volveremos a tocar el tema un poco más adelante.

Anónimo dijo...

De acuerdo. Estamos viendo el rio desde la misma orilla (justo a eso me refería cuando jije que había mucha tela de donde cortar).

Una sóla cosa -ya no sobre el post, sino en relación con tu reciente comentario-: "despedazar", ¿no te parece que imágenes como esas no le hacen bien a nuestra forma de concebir el Derecho?

Ahí te dejo el tema, lo seguiremos charlando.

Un abrazo.

Gaviota dijo...

De acuerdo con el comentario Carlos Javier. Acepto la crítica. La idea no era demostrar que esto es un concurso de depredadores, sino ejemplificar que la preparación de un abogado no necesariamente coincide con la cantidad de títulos que ostente.

De todas formas entiendo que pueda ser interpretada en ese sentido y por eso aclaro el alcance del término. De todas formas, agradezco la crítica, y tendré más cuidado en el futuro para evitar esas ambigüedades.

Muchas gracias, y saludos.

Anónimo dijo...

No te preocupes Gaviota, comprendí bien a qué quisiste referirte con esa expresión en tu comentario. Por eso -aunque se que no hace falta- te aclaro que mi intención no fue criticar el uso de la palabra. Hice bemol en dicha expresión, porque aunque me aparté mucho de la idea de esta entrada, quería conocer tu pensamiento al respecto.

Me explico un poco mejor: noto y estoy convencido, que expresiones como estas (de las cuales ningún abogado está exento, muchas veces nos salen casi que por simple inercia) ayudan a construir en la sociedad un concepto errado de lo que es el Derecho, y de lo que es ser abogado. No son pocas las veces que la gente asimila que los abogados somos los pistoleros que fuimos en el viejo oeste norteamericano, y que nuestro oficio es acabar a "tiros procesales" con sus "enemigos".

Bueno, ahí te dejo el tema, me gustaría mucho que cuando tuvieras tiempo, tu que tratas mejor estos temas aquí en tus picotazos, me dejaras saber tu opinión al respecto en un post.

Un abrazo.

Nos leémos.

Gaviota dijo...

Me parece una buena idea, y me comprometo a hacerlo. Terminaré con mi excurso, luego tengo pendiente un ingreso sobre las "clases" de justicia, y abordaría el tema de la visión de los abogados.

Gracias por la idea, al igual que por los valiosos comentarios. Nos veremos pronto.