sábado, 6 de marzo de 2010

El juego de la libertad

Siempre he insistido, a lo largo del tiempo que he tenido como administrador de “Picotazos de Gaviota”, acerca de las lecciones jurídicas que nos da la vida, en momentos inesperados y de forma mágica.  He tenido la oportunidad de vivir otra de estas lecciones, en tres actos.  Todo esto, disfrazado de ser humano, y con la personalidad de mi alter ego.  ¡Gracias, vida, por tu inmensa sabiduría!

Acto I

Es jueves en la madrugada, y me despierto rápidamente, contrario a lo que suele ocurrir en mi día a día, donde la primera de las luchas que he de librar es contra el mismísimo Morfeo.  Curiosamente, es esa la última de las luchas que también he de librar habitualmente antes de sucumbir a sus designios.  Este jueves, sin embargo, me brindó un despertar sin oponente.  La falta de lucha contra Morfeo me llevó a levantarme de la cama con cierto grado de optimismo mezclado con tensión por lo que estaba por venir.

En efecto, hace tan solo un día había logrado concretar varias situaciones que habrían todas de desatarse en esta mañana, al permitirme acudir a una audiencia de control de garantías programada para las siete de la mañana.  Viéndolo en retrospectiva, creo que la falta de oponente matutino era una pequeña gracia que me concedía Dios, teniendo en cuenta que una vez más veía cómo la ciudad se destruía a sí misma, inmersa en el caos desatado por el paro de buses y busetas.  Para otros, esa gracia divina se veía plasmada en la posibilidad de destruir bienes de otras personas sin pudor, y valiéndose de causas ajenas.  Para mí, esa gracia carecía de gracia.

Mientras me movilizaba por la ciudad a tempranas horas de la mañana, repasaba artículos, principios orientadores y ante tantas evaluaciones mentales, siempre me decía que tenía que seguir, pues de ello dependía la libertad de él.  Mi error costaba su libertad.  Ya había hecho bastante para procurar llegar a este punto.  No podía fallar.  Por supuesto, hoy la batuta dependía del fiscal, y no de mí.  Era él quien había decidido convocar a la audiencia para modificarle a él la imputación de cargos inicialmente presentada.  Pero había sido yo quien me había convertido en uno más de sus guardaespaldas, esperando cada instante que tuviera libre para enrostrarle evidencia, enviar uno que otro dardo sobre yerros anteriores, y charlar amigablemente sobre la justicia y la libertad.  Había sido yo quien lo había convencido de la necesidad de convocar esta audiencia.  No podía hoy defraudar.

Se inicia la audiencia y en un principio, siento que las cosas van por buen camino.  La juez que presidía la audiencia escucha atentamente los motivos esgrimidos por el fiscal, solicita que se le explique la evidencia, y que se lean unas declaraciones.  Intento comentarle a mi cliente lo que ocurre y en ese momento, siento que todo cambia.  Enfurecida, me manda a callar la juez, y le pide al fiscal que continúe.  El fiscal presenta sus argumentos, sus elementos materiales probatorios, y concluye acerca de la necesidad de variar la imputación jurídica.  Solicita, de manera subsidiaria, que se conceda la libertad al acusado, y agrega algunos motivos adicionales.  A las demás partes e intervinientes en la audiencia se nos permite el uso de la palabra.   Agregamos algunos aspectos jurídicos relevantes, emitimos alguna opinión respecto de lo planteado por el fiscal, pero coincidimos todos en que su petición es jurídicamente viable y más que necesaria para ajustarse a la realidad.

Ella oficiosamente decreta un receso.  Ordena que ninguno de los asistentes puede salir de la sala de audiencias.  Ordena absoluto silencio.  Su secretario, sin embargo, reiteradamente salió para hablar en su teléfono celular.  Entraba y salía.  Los demás, inmóviles y mudos.  Ya había yo probado lo que era un regaño de esta juez, y no quería otro más, buscando ser astuto.

La audiencia se reanuda, y escuchamos todos cómo la juez invoca los principios en materia penal, las formas de interpretación de la ley y cómo el juez no es un ‘convidado de piedra’ (expresión que cada día resulta más fastidiosa, así se haga referencia al juez, o a quien sea) y que bajo esos presupuestos, no veía que nuestra petición fuera formalmente correcta.  Manifiesta que no es competente para conocer del cambio de imputación, y que eso era problema del juez de conocimiento.  No obstante, agrega que desde su punto de vista, los demás estamos equivocados y allí no hay lugar a variar la imputación (¡!).  Cita de manera desafortunada dos sentencias de la Corte Suprema de Justicia.  Respecto de la solicitud de libertad, mediante una macabra mezcla de conceptos jurídicos, confunde lo subsidiario con lo accesorio, y por tanto, considera que al no prosperar la primera petición, tampoco ha de pronunciarse sobre la segunda.  En consecuencia, no concedió nada.

Muy decentemente, nos corre traslado de su decisión.  El fiscal solicita que se declare la nulidad y adicionalmente apela.  Otro interviniente interpone recurso de reposición.  Yo solicito declaratoria de nulidad, e interpongo los recursos de reposición y en subsidio de apelación.

Para no extenderme demasiado, resumo:  Ni el fiscal ni yo pudimos siquiera invocar la causal de nulidad.  La decidió sin siquiera saber de qué se trataba.  Adivinen qué decidió…  Respecto del recurso de reposición interpuesto por mi alter ego y por el otro interviniente, los negó, no sin antes tener que discutir, porque no me permitía sustentar mi reposición, y me obligaba a referirme únicamente a lo expuesto por el otro interviniente.  Casi toca suspender la audiencia para escuchar el audio.  Finalmente, me escuchó para llenarse de razones para considerar que no podía equivocarse.  Las apelaciones se concedieron (al menos esa sí las tramitó).

Es el juego de la libertad.  Claro, de la libertad de otro.


Acto II

Es jueves en la noche, logro llegar al Parque Simón Bolívar en bus, pues coincide la hora de mi salida, con el momento en que empiezan a rodar los buses, tras haberse levantado el paro que ya nos azotaba.  La sensación que vivía era contradictoria.  De una parte, el pesar y la ira que me embargaban desde la mañana interactuaban maquiavélicamente con la expectativa y la emoción de poder ver en vivo a una de mis dos banda favoritas.  Por supuesto, hay momentos de empujarnos unos a otros, de empinarnos, de agacharnos, y de hablar poco.

Pasan los dos teloneros y siento que el público es amable, en medio de tanta hostilidad que sacudía a mi ciudad por esos días.  Eso me reconforta un poco.  Luego la veo a ella, en un tamaño que no esperaba.  Debía medir unos quince metros, pero sin duda era ella.  Por supuesto, ella estaba rodeada por los demás protagonistas, pero estoy seguro que todos la miramos.  Mirémosla todos:


Imagen tomada de:  http://artecentro.wordpress.com 

Ya la había visto antes, pero no recordaba su nombre.  Probablemente, al ver su imagen pensaría en “Viva la Vida”, y no en “La libertad guiando al pueblo”, de Delacroix.  Sin embargo, ella me dejó marcado desde que la vi.  Era grande, majestuosa y respetada.   Instantes después se dio inicio a un espectáculo memorable.  Se trataba de Coldplay, mi juez de la noche.  No íbamos nosotros allí a juzgarlos a ellos.  Eran ellos quienes estaban aquí, en Bogotá, para juzgarnos a nosotros.  Sentí aquí lo que no había podido sentir en la mañana.  Sentí que nuestro juez nos veía, nos escuchaba, nos entendía.

Chris Martin nos saludó de ‘pareceros’, término muy común en esta tierra, y propio del lenguaje de paisas.  Hizo referencia a lo ‘bacano’ y a lo ‘chévere’, a lo largo de la noche.  Estuvieron entre nosotros y a pesar de la altura, dieron todo de sí.  Nos respetaron como su audiencia, y por supuesto, crecieron en todos nuestros corazones.  Así viví yo esa noche de ensueño, viendo a los ídolos de la música darme las lecciones que los ídolos del derecho se habían negado a brindarme.

Curiosamente, estaba allí, y quería oir todas las canciones, pero sobre todas, habían dos que me desvelaban.  Primero iniciaron interpretando, como nunca antes lo había escuchado en vivo, “Fix You”.  El inicio me estremeció, pues era tan propicio, en tantos sentidos:

“When you try your best but you don´t succeed” (“Cuando intentas con lo mejor que tienes pero no tienes éxito”).

El final de esta canción ante la cual había prometido que lloraría, también terminó estremeciéndome:

“And I will try to fix you” (“Y yo intentaré arreglarte”).

Físicamente no lloré, pero aún hoy siento los estragos de las lágrimas que derramó mi alma al escuchar la canción.

La penúltima de sus canciones fue la otra canción que ansiaba escuchar.  Se trataba de “The Scientist”, la canción que me había enamorado de este grupo inglés, y que motivó tantas cosas en mí.  Su letra y su cadencia iban calmando mi corazón, cuando entendí que había cosas que no iban a ser fáciles, pero que dependía de mí superar los obstáculos que la vida me presentaba:

“Nobody said it was easy… Ohh it´s such a shame for us to part” (“Nadie dijo que era fácil… Ohhh es una lástima que tengamos que separarnos”)

Al finalizar el concierto, pensé en estos mensajes, y volví a verla a ella en mi mente.

Era el juego de la libertad.  De mi libertad.


Acto III

Es viernes por la tarde, y no sé cómo describir mi día.  Me siento incapaz de entender mi estado de ánimo.  Sé que no he podido dejar de pensar en lo ocurrido el día anterior.  Sé, sin embargo, que ya he pasado, en gran parte, lo ocurrido.  No obstante, me encuentro de nuevo con un escenario similar al del día anterior.  Cambió uno de los intervinientes, y cambió el juez.

Es tarde, y el fiscal no ha llegado.  Voy a buscarlo, mientras intento explicarle al juez que al parecer la información de las salas no es acertada.  El accede a esperar unos minutos.  Procedemos a iniciar audiencia.  Se trataba de la audiencia preparatoria del mismo caso que me correspondía el día anterior.  El juez era el mismo que ha de definir definitivamente la suerte de mi cliente.  Este último llega y silenciosamente se sienta a mi lado.  La audiencia comienza, y el fiscal solicita el uso de la palabra.  El juez le concede el uso de la palabra.

Luego de algunos segundos, entiendo que el fiscal ha decidido, antes de tramitar un juicio ilógico obligado por una juez que teóricamente dispone y no instruye, solicitar al juez de conocimiento que se le permita variar los cargos.  A estas alturas, el fiscal ha revisado la jurisprudencia que nos citaban el día anterior, y le dio un alcance mucho más cercano al contenido real de la sentencia.  Personalmente, me encontraba sorprendido ante esta determinación, pues no conocía de antemano la intención del fiscal.

El juez escucha a los demás intervinientes y a mí como defensor.  Agrego a lo expuesto por el fiscal, asuntos formales como el haber agotado el trámite ante la juez de control de garantías, y su argumento de supuesta incompetencia para conocer de las peticiones.  Me acojo a lo solicitado por mi contraparte.

El juez decreta un breve receso para repasar detalladamente la sentencia, y al reanudar, realizar una exposición sobre los principios que fundan el derecho penal, sobre la excepcionalidad de la libertad, y sobre cómo es potestad del fiscal decidir acerca de los cargos a imputar, por expresa disposición legal, y por la naturaleza misma del sistema.  Acepta la determinación, y consecuentemente concede la libertad a mi defendido.  Al ordenar eso, la vi a ella nuevamente en mi mente, agitando el trapo rojo, alentándonos a seguir adelante.

Es el juego de la libertad, de la libertad de vivir de conformidad con la ley y bajo un sentido ‘lógico’ de justicia.

2 comentarios:

Carlos Correa dijo...

Te deje un mensaje en contacto. Muchas gracias!!

Gaviota dijo...

Gracias por el mensaje. Ya lo respondí, y quedo pendiente por los pormenores.

Muchas gracias por todo.