viernes, 24 de junio de 2011

Mi opinión sobre el Procurador

Con cierta sorpresa he tenido la oportunidad de revisar un artículo que fuera publicado en la última edición de la revista Semana, titulado “Se acabó el recreo”.  En ella, se hace referencia a la labor que han venido desempeñando la Contralora General de la República, Sandra Morelli, la Fiscal General de la Nación, Viviane Morales, y el Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez.

Sea lo primero aclarar que no estoy de acuerdo en que pongan a los tres en un mismo plano.  No tanto porque Morelli y Morales contagien al Procurador de sus éxitos, sino porque me preocupa que quizás a aquéllas se les pudiesen contagiar los pecados que carga encima el Procurador.  Por ello, me gustaría ocuparme únicamente de aquel que me parece que no encaja.  En otras palabras, podríamos decir como la canción que muchos escucharon a lo largo de su niñez:

Uno de nosotros no es como los otros…
Es diferente de todos los demás…

Alejandro Ordóñez ha pasado de ser el defensor a ultranza de Álvaro Uribe y de todo el proyecto político que él representaba, para mostrarse como un adalid de la transparencia pública y de la justicia.  Él fue quien inicialmente decidió cerrar las investigaciones por yidispolítica que había iniciado su antecesor, Edgardo Maya Villazón.  El mismo que cambió el proyecto de formulación de cargos contra Diego Palacio y Andrés Felipe Arias es quien hoy blande el sable de la justicia con firme empuñadura.

Anteriormente, Uribe y su gente estaban tranquilas al saber que “El Absolvedor” –como lo denomina un conocido columnista colombiano– se encargaría de archivar las investigaciones que pudieran haberse iniciado en contra de ellos.  Personalmente, no me uno a las consideraciones de ese columnista.  Mi visión particular sobre el tema es que antes nos encontrábamos ante “Alejandro el Ciego”.  Hoy, ante el cambio de vientos que se ha dado con Santos, su gabinete, Morelli y Morales, el Procurador parece haberse adaptado a esta nueva realidad política, y se ha vuelto “Alejandro el Demoledor”.


 Imagen tomada de:  www.semana.com

Quizá más de uno respondería a lo anterior parafraseando al Presidente Santos, indicando que “sólo los imbéciles no son capaces de cambiar de opinión”.  Concuerdo con eso.  La pregunta es:  ¿El Procurador está allí para dar su opinión o para emitir conceptos jurídicos?  Difícil cuestión.

Probablemente si le formulásemos esa pregunta a personas como Dworkin o a sus seguidores, habrían de responder que la pregunta está mal planteada, en la medida en que la emisión de un concepto implica que previamente se ha cimentado una opinión personal acerca de lo que es o no es jurídico.  El realismo jurídico norteamericano, por ejemplo, no podría estar más de acuerdo.

Si le hiciese esa pregunta a los teóricos de concepciones mucho más formalistas del derecho, como es el caso de Kelsen, igualmente me diría que la pregunta está mal formulada, en la medida en que estaría presuponiendo que hay varias opciones jurídicas allí, y que por ende hago referencia a ‘conceptos’.  Kelsen me diría que el derecho válido no puede ser contradictorio pues la norma fundante lo hace coherente.  Por tanto, el Procurador no debería emitir conceptos ni opinar, sino aplicar el ordenamiento jurídico, coherente y sistemático.

Si le formulásemos esta pregunta a un escéptico del derecho, como es el caso de esta Gaviota, quizá diría que el Procurador no opina ni emite conceptos, sino que hace lo que se le da la gana, y luego dice que eso es derecho.  Por cierto, no es el único que hace este clase de ejercicios.  El Presidente del Consejo de Estado hace lo mismo, y con él, otros tantos señores que representan la pureza jurídica.

Me he desviado… No se trata de mirar si el derecho admite conceptos u opiniones, se trata de explicar por qué el Procurador no es el adalid de la justicia.  Es una mente jurídica con alma mercenaria, que se acerca al árbol que más sombre le da.  Antes era inflexible y ahora también lo es.  Antes era detestable, y todavía lo es.  El problema es que hemos de concluir que las razones para llegar a estas conclusiones han dado giros bruscos.  No creo que en cuestión de un año y medio, el Procurador haya cambiado su concepción acerca de lo que es ajustado a la Constitución y la ley, y lo que no lo es.  Sí creo, en cambio, que su olfato político lo ha llevado a que sus conceptos varíen.

Diría esta píldora de sabiduría popular, de forma satírica:

¿Pa´ dónde va Vicente?
Pa´ donde va la gente …

¡Claro! En sentido estricto, la pregunta debería formularse como: ¿Pa´ donde va a Alejandro?  Sin embargo, se pierde la gracia.  Perdonarán que no encuentre algo que rime con Alejandro.

¿Por qué, entonces, hacer referencia al Demoledor, que de antaño se conocía como el Ciego?  Por una particularidad especial.  Así como es de variable, políticamente, aparentemente es de infranqueable en su ética religiosa.  Ello ha sido uno de los puntos con los que más le ha tocado sufrir, en la medida en que se le tilda de retrógrado, de inquisidor, y de cosas similares.  Lo que puedo afirmar desde este tribuna, es que el señor Ordóñez es efectivamente un aparente seguidor a ultranza de la versión derechista del catolicismo.

Esto lleva a entonces a lo siguiente:  ¿Qué pensar de alguien que es aparentemente consecuente con su ética religiosa pero que es inconsecuente con la ética jurídica?  ¿Es que acaso la conciencia se puede dividir?  ¿La verdad para Dios y la mentira para el prójimo?  No es lógico.  Personalmente no creo que se pueda ser paladín de la religión y de la justicia, si el actuar no es consecuente.  La coherencia ética es lo que distingue, en mi sentir, a los grandes hombres de los demás.  Claramente, no puedo catalogar al Procurador como uno de los primeros.  Si realmente siguiese la palabra de Jesús, quizá no tendría una visión tan flexible de lo que es correcto e incorrecto, de lo que es justo y no lo es.

Estén bien o estén mal, Morelli y Morales están jugando su juego en un mismo lado.  “Alejandro El Demoledor” moja su dedo y apunta al cielo para saber en qué dirección y con qué fuerza sopla el viento.  Veremos cómo reacciona en algunos meses, cuando los tiempos cambien nuevamente.
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