lunes, 13 de enero de 2014

Fábula 2: "El colibrí y las gaviotas"

Oíase con frecuencia entre las gaviotas, del sur ellas,
Incesantes loas a otras aves del norte, todas bien bellas.
Todo lo hacían estas últimas con gracia y velocidad,
Y su vida era, por todos sabido, dicha y felicidad.
Los picaflores del norte gozaban de increíble fama,
Paseando los campos, sin jamás tener que tocar la grama.

Muchas gaviotas planeaban sobre el salado mar,
Pero sus almas sólo hacia al norte querían mirar.
Algunas, incluso, al norte pudieron viajar,
Y con las famosas aves lograron dialogar.

Volvieron algunas con disposición de emprender
Cuanto de los sabios colibríes lograron aprender.
Un nutrido grupo dejó de aplicar la dieta del pez,
Y de las flores costeras comían y bebían, de una sóla vez.
Algunas gaviotas llegaron incluso a imponer a sus hermanas,
El aleteo fugaz y vivaz de sus emuladas decanas.

Un día cualquiera en el sur, cerca de las hermosas playas,
Llegó uno de los sabios colibríes buscando unas bayas.
Vio a unas pocas gaviotas los cielos volando,
Y a muchas de ella en la playa llorando.

-"¿Qué pasa, apreciadas?"-, le preguntó el colibrí a un par,
y tras unos segundo algunas de ellas dejaron de llorar.

-"Sabia ave del norte"-, le dijeron al colibrí las gaviotas,
"Hemos tenido que llorar, pues ha muerto no una, sino cien compatriotas.
¡Somos brutas e incapaces!"-, gemían las lastimeras aves,
"Jamás de su sabiduría podremos incorporar las llaves."-

-"¿Sabias, nos llaman? ¿Aves privilegiadas?
Somos, es cierto, de vidas felices y agitadas.
Pero discúlpenme acongojadas amigas, pues aquí yo disiento.
Son capaces de mantenerse en vuelo con la sóla caricia del viento.

"¿Que ocurriría, si como ustedes, pudiese yo dejar de aletear?
O si quisiera un jugoso pez en mi pico trastear?
Llorarían mis hermanos como lo hacen ustedes hoy,
Y con certeza esto sería por no haber vivido como lo que yo soy.
Si acaso en algo radica nuestra especial sabiduría y conocimiento,
Es por ser, y haber sido, únicamente colibríes al cien por ciento."-
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martes, 7 de enero de 2014

Fábula 1: "La rémora y los tiburones"

Contaban una historia en la mar,
de un animalito muy curioso y singular.
Atento y servicial resultaba aquél,
con quien figuraba como poderoso, en el papel.
Sus loas y alabanzas para éste eran muchas,
y por ello el poderoso encaraba por él las luchas.

Esta rémora vivía feliz sin peligro alguno en su flanco,
pues había conocido a un imponente gran tiburón blanco.
Al gigantesco y magnífico pez lo llamaba "Grande" y "Maestro".
Y ya era conocida como la protegida del pez hábil y diestro.

Otros tiburones no sentían lo mismo por el adulador amigo,
y esperaban con ansiedad que terminara su momento de abrigo.
La rémora se comportaba como si la "Grande" y Maestra" fuera ella.
Parecía haber llegado a la alta realeza, la plebeya.

Un buen día paseaban el tiburón blanco y su compañera,
después de haber degustado a una foca de sazón placentera.
La fortuna le deparaba a los "amigos" una inquietante sorpresa,
pues en momentos el tiburón ya no sería cazador sino presa.
Al sentir la rémora que el tiburón por una red era halado,
En menos de un instante de su cuerpo se había zafado.

Celebraba su triunfo este pez sobreviviente,
Y no parecía extrañar al "amigo" omnipotente.
Su regocijo y dicha terminarían de manera prematura,
Al ser recibida por otros tiburones con muy poca amargura.

-¡He llegado a la presencia del "Gran Mariscal"!-,
al Tiburón Tigre le decía ella con tono angelical.
Sonrió el tiburón y también lo hizo la rémora de manera atolondrada,
segundos antes de por el "Gran Mariscal" ser devorada.
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