Mi nivel de filantropía siempre ha sido bastante bajo, pero confieso que recientemente ha bajado aún más. De hecho, he considerado que puedo convertirme próximamente en un enemigo de esta raza, que muchos ingenuamente siguen considerando como superior. A medida que conozco más sobre el derecho, las teorías sobre su razón de ser, sobre la búsqueda de la justicia, y otros temas afines, me surgen una gran cantidad de inquietudes acerca de por qué creemos tantas mentiras al mismo tiempo, respecto de este tema. Particularmente me afecta más un tema que a pocas personas les quita el sueño, como es el equilibrio ecológico.
El derecho internacional en materia de ecología es el himno a lo inservible. Particularmente, no he encontrado un solo instrumento internacional realmente útil. Nos hemos comprometido como comunidad internacional, desde hace mucho tiempo, a respetar y preservar el medio ambiente, bajo parámetros loables como ocurre con la famosa responsabilidad intergeneracional, entre otros bellos poemas. El tema realmente es de inmensa preocupación, puesto que el mundo como lo conocemos se acaba, y poco nos interesa salvarlo.
Veamos algunos ejemplos, relativamente recientes, para profundizar un poco más acerca de este tema. Hace aproximadamente un mes, leí horrorizado una columna de Daniel Samper Pizano, titulada “Colombia, filibustera del Océano Pacífico”, que fue publicada por el diario El Tiempo, en Colombia. Allí, verifiqué con horror lo que intuí alguna vez: parece que voy a poder ver en primera fila el show de los jinetes del Apocalipsis. Si revisan otros reportajes del mismo diario (por ejemplo “Colombia revisa posición sobre pesca de atún en el Pacífico”, ya no columnas de opinión), observarán que estamos ante un ejemplo más de la hipocresía global totalizante. Digo global, y no interamericana, porque nuestra madre patria, por ejemplo, es igual de irresponsable que nosotros.
En Europa, existe presuntamente un interés por preservar los índices de explotación pesquera, por encima de los intereses ambientales, que claramente implicarían problemas ecológicos, económicos y de nutrición al corto plazo. Particularmente se ha referenciado el caso de España, por contar con uno de los puntos geográficos donde más atún rojo se ha detectado. Se ha realizado un llamado mundial por la preservación de la especie, tal y como aparece registrado en este reportaje, ante los oídos sordos de España y Europa, como consta en éste. Es claro que, y los europeos lo saben, ninguna sanción podría ser efectiva si no se cuenta con su aval. Es decir, su decisión de no detener la extinción del atún rojo, es internacionalmente válida, y probablemente no habrá nada que se pueda hacer contra esto. Eso es como intentar que el Consejo de Seguridad de la ONU sancione a uno de sus miembros permanentes, por actos de agresión. ¿O tal vez me equivoco, señores Medvédev y Bush?
Hablando de este último representante del Tío Sam, revisemos lo ocurrido hace pocos días, cuando la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos tomó una importante decisión que nos permite igualmente ver otra faceta más de la posición mundial, “tan preocupada” por el medio ambiente. La editorial del diario El Tiempo, la fuente de información del día de hoy para este blog, de hace algunos días nos permite demostrar la realmente preocupados que estamos. En esta editorial titulada “Submarinos Vs. Delfines”, se pone de presente cómo la potencia mundial que es la principal responsable de la crisis económica mundial decidió por las vías de la justicia –otra vez– desestimar las pretensiones de preservar la salubridad de los delfines, amenazados por la nueva tecnología de sonar utilizado por los submarinos norteamericanos. Revisado el artículo titulado “Navy Wins, Whales Lose U.S. Supreme Court Sonar Case” (texto en inglés) nos encontramos con argumentos históricamente absurdos, como que las restricciones al uso de sonar generarían problemas de seguridad para toda la flota involucrada en los ejercicios militares. Así mismo, la administración Bush excluyó a su fuerza naval del cumplimiento de la ley nacional sobre políticas ambientales, o NEPA (por sus siglas en inglés) con fundamento en la seguridad nacional, ese muletilla tonta que sirve para legitimar todos.
Personalmente, no me sorprende que países amantes de pagar para ver a un grupo de sádicos matar dolorosa y lentamente a algunos bovinos, en la fiesta brava (que no es sino otra materialización del carácter violento y grotesco de nuestra especie), dejen de preocuparse por especies de atún, cuyos intereses también deben ceder ante la estabilidad económica de algunas empresas importantes. Tampoco me sorprende que la paranoia norteamericana, causante de eventos importantes como el uso de la bomba atómica, la invasión a Irak y Afganistán, así como el bloqueo económico a Cuba, sea la misma que deba usarse contra las ballenas y delfines, cuyo pecado más grande es vivir cerca de donde los submarinos deben transitar. Misteriosamente, algunas ballenas se “pierden” en el mar, seguramente por despistadas, y mueren encalladas en las costas de varios países. Revisando noticias, me encuentro con que el 1º de Diciembre, se anuncia la muerte de 80 ballenas en las costas de Tasmania y días antes, se menciona cómo se salvaron a 11 ballenas, mientras que otras 53 murieron en esas mismas costas. ¡Tan raro! Seguramente estas 11 no solo deberán dejar de despistarse nuevamente, sino también a huir de la inquietud científica de los japoneses, quienes matan a una gran cantidad de ballenas, alegando fines científicos.
Gracias por mantenernos seguros, amigos nortemericanos, al igual que por su loable interés por la ciencia, amigos japoneses. Tal vez, dormiremos más tranquilos sabiendo que ustedes cuidan nuestros océanos. Gracias, gobiernos de Colombia y de Europa, por mostrarnos su interés en la pesca de atún, que tan importante es para nuestra nutrición. De pronto en algunos años, podremos bucear nuestros océanos sin que tanto “intruso” nade a nuestro alrededor. Mientras tanto, seguiré enfriando la botella de vino para celebrar los “diez y pico” de años de la “Constitución Verde”, o los múltiples protocolos existentes en materia de medio ambiente. Mientras que me preparo con deseosa anticipación para descorcharla, seguiré celebrando que nuestras ladrilleras y cementeras expulsen en el aire los gases tóxicos que dan comida a las familias de los que allí laboran mientras que otros tantos nos ganamos enfisemas pulmonares. También brindaré nuevamente por las incesantes labores desplegadas por nuestras potencias en materia de búsqueda de agua en Marte, para ver si podemos contaminar un poco de aquella antes de extinguir todas las especies que habitan en la nuestra.
¡Viva mi Constitución verde! ¡Viva la comunidad internacional que a todos nos protege! ¡Muerte al invasor, y picotazos para los no creyentes!
El derecho internacional en materia de ecología es el himno a lo inservible. Particularmente, no he encontrado un solo instrumento internacional realmente útil. Nos hemos comprometido como comunidad internacional, desde hace mucho tiempo, a respetar y preservar el medio ambiente, bajo parámetros loables como ocurre con la famosa responsabilidad intergeneracional, entre otros bellos poemas. El tema realmente es de inmensa preocupación, puesto que el mundo como lo conocemos se acaba, y poco nos interesa salvarlo.
Veamos algunos ejemplos, relativamente recientes, para profundizar un poco más acerca de este tema. Hace aproximadamente un mes, leí horrorizado una columna de Daniel Samper Pizano, titulada “Colombia, filibustera del Océano Pacífico”, que fue publicada por el diario El Tiempo, en Colombia. Allí, verifiqué con horror lo que intuí alguna vez: parece que voy a poder ver en primera fila el show de los jinetes del Apocalipsis. Si revisan otros reportajes del mismo diario (por ejemplo “Colombia revisa posición sobre pesca de atún en el Pacífico”, ya no columnas de opinión), observarán que estamos ante un ejemplo más de la hipocresía global totalizante. Digo global, y no interamericana, porque nuestra madre patria, por ejemplo, es igual de irresponsable que nosotros.
En Europa, existe presuntamente un interés por preservar los índices de explotación pesquera, por encima de los intereses ambientales, que claramente implicarían problemas ecológicos, económicos y de nutrición al corto plazo. Particularmente se ha referenciado el caso de España, por contar con uno de los puntos geográficos donde más atún rojo se ha detectado. Se ha realizado un llamado mundial por la preservación de la especie, tal y como aparece registrado en este reportaje, ante los oídos sordos de España y Europa, como consta en éste. Es claro que, y los europeos lo saben, ninguna sanción podría ser efectiva si no se cuenta con su aval. Es decir, su decisión de no detener la extinción del atún rojo, es internacionalmente válida, y probablemente no habrá nada que se pueda hacer contra esto. Eso es como intentar que el Consejo de Seguridad de la ONU sancione a uno de sus miembros permanentes, por actos de agresión. ¿O tal vez me equivoco, señores Medvédev y Bush?
Hablando de este último representante del Tío Sam, revisemos lo ocurrido hace pocos días, cuando la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos tomó una importante decisión que nos permite igualmente ver otra faceta más de la posición mundial, “tan preocupada” por el medio ambiente. La editorial del diario El Tiempo, la fuente de información del día de hoy para este blog, de hace algunos días nos permite demostrar la realmente preocupados que estamos. En esta editorial titulada “Submarinos Vs. Delfines”, se pone de presente cómo la potencia mundial que es la principal responsable de la crisis económica mundial decidió por las vías de la justicia –otra vez– desestimar las pretensiones de preservar la salubridad de los delfines, amenazados por la nueva tecnología de sonar utilizado por los submarinos norteamericanos. Revisado el artículo titulado “Navy Wins, Whales Lose U.S. Supreme Court Sonar Case” (texto en inglés) nos encontramos con argumentos históricamente absurdos, como que las restricciones al uso de sonar generarían problemas de seguridad para toda la flota involucrada en los ejercicios militares. Así mismo, la administración Bush excluyó a su fuerza naval del cumplimiento de la ley nacional sobre políticas ambientales, o NEPA (por sus siglas en inglés) con fundamento en la seguridad nacional, ese muletilla tonta que sirve para legitimar todos.
Personalmente, no me sorprende que países amantes de pagar para ver a un grupo de sádicos matar dolorosa y lentamente a algunos bovinos, en la fiesta brava (que no es sino otra materialización del carácter violento y grotesco de nuestra especie), dejen de preocuparse por especies de atún, cuyos intereses también deben ceder ante la estabilidad económica de algunas empresas importantes. Tampoco me sorprende que la paranoia norteamericana, causante de eventos importantes como el uso de la bomba atómica, la invasión a Irak y Afganistán, así como el bloqueo económico a Cuba, sea la misma que deba usarse contra las ballenas y delfines, cuyo pecado más grande es vivir cerca de donde los submarinos deben transitar. Misteriosamente, algunas ballenas se “pierden” en el mar, seguramente por despistadas, y mueren encalladas en las costas de varios países. Revisando noticias, me encuentro con que el 1º de Diciembre, se anuncia la muerte de 80 ballenas en las costas de Tasmania y días antes, se menciona cómo se salvaron a 11 ballenas, mientras que otras 53 murieron en esas mismas costas. ¡Tan raro! Seguramente estas 11 no solo deberán dejar de despistarse nuevamente, sino también a huir de la inquietud científica de los japoneses, quienes matan a una gran cantidad de ballenas, alegando fines científicos.
Gracias por mantenernos seguros, amigos nortemericanos, al igual que por su loable interés por la ciencia, amigos japoneses. Tal vez, dormiremos más tranquilos sabiendo que ustedes cuidan nuestros océanos. Gracias, gobiernos de Colombia y de Europa, por mostrarnos su interés en la pesca de atún, que tan importante es para nuestra nutrición. De pronto en algunos años, podremos bucear nuestros océanos sin que tanto “intruso” nade a nuestro alrededor. Mientras tanto, seguiré enfriando la botella de vino para celebrar los “diez y pico” de años de la “Constitución Verde”, o los múltiples protocolos existentes en materia de medio ambiente. Mientras que me preparo con deseosa anticipación para descorcharla, seguiré celebrando que nuestras ladrilleras y cementeras expulsen en el aire los gases tóxicos que dan comida a las familias de los que allí laboran mientras que otros tantos nos ganamos enfisemas pulmonares. También brindaré nuevamente por las incesantes labores desplegadas por nuestras potencias en materia de búsqueda de agua en Marte, para ver si podemos contaminar un poco de aquella antes de extinguir todas las especies que habitan en la nuestra.
¡Viva mi Constitución verde! ¡Viva la comunidad internacional que a todos nos protege! ¡Muerte al invasor, y picotazos para los no creyentes!
6 comentarios:
De acuerdo con que la Constitución verde muchas veces es solo un pretexto jurídico para maximizar los recursos y darle un marco jurídico a la explotación natural. Es vergonzoso lo que esta pasando con la construcción por ejemplo en Bogotá y en la Sabana, la pregunta es ¿cómo conseguirán constructoras como Pedro Gómez y Compañia sus licencias ambientales?
Otra de las cuestiones es sobre la propaganda verde, los conciertos verdes,peliculas verde c.ds y música verde etc. Mecadeo no contaminará más de lo que prentenden proteger... Hay que cuestionarse todas estas cosas. Buen post... Ojala no se extinga la Gaviota por falta de atún rojo
La misma pregunta me hago yo respecto de las licencias de construcción, y demás. Los humedales desaparecen, los cerros cada vez son más poblados de lujosos apartamentos y no tanto de árboles frondosos.
No sé cuántas veces, en mi edad adulta, he salvado el amazonas, descontaminado el Río Bogotá, y repoblado la Sierra Nevada de Cartagena. Realmente me gustaría saber los bolsillos de quién fue que realmente salvé yo.
En cuanto a lo del atún rojo, ya somos dos que estamos cruzando los dedos.
Muchas gracias por el comentario. Un abrazo.
Caray amigo plumífero, tema complejo, más que complicado este que tocas hoy.
A ver, trataré de ir por partes a ver si yo mismo me entiendo:
Lo que soy yo, no le tengo ni esto (estoy haciendo como quien agarra con muuucho esfuerzo un diminuto alfiler entre los dedos índice y pulgar de una mano) de fe al Protocolo de Kioto (si es que es al protocolo al cual te refieres como "Constitución Verde" -al principio quedé despistado, pero con la referencia cronológica que hiciste, fue el único documento que relacioné-); y es que, seamos francos, si por alguna de esas casualidades de la vida a la ONU se le diera por discutir la imposición de sanciones a los estados firmantes del protocolo que no hubiesen reducido sus emisiones antopógenas de CO2, esas sanciones serían sólo pa' los de ruana, pues está como de para arriba pensar que se pudiera llegar a sancionar a los grandes estados contaminantes, dado que a su vez son las principales potencias económicas del mundo y por ende, los punteros políticos de las decisiones que se toman al interior de la ONU (de los EEUU ni hablo, pues al fin y al cabo han sido medianamente honestos: no les interesa ese cuento de mejorar el medio ambiente, por eso mismo no tienen el más mínimo interés en suscribir el protocolo).
Además, eso de poder trocar el derecho a contaminar el planeta por plata, pues... caray, deja mucho que desear del espíritu de dicho documento.
Bueno amigo plumífero, me apeo por ahora aquí, pero seguramente en los días que vienen me pasaré de vuelta para seguir charlando de este tema y sobre el resto de tu entrada.
Sólo dejo en el aire un apunte a ver si tu o un constitucionalista como Gonzalo pueden darme su opinión al respecto (haré fuerza mental para que se entere de este comentario... jejejeje :p): ¿Será que los convenios internacionales suscritos por el Estado Colombiano que versen sobre temas ambientales forman o pueden formar parte del bloque de constitucionalidad del artículo 93 de la CPC?
Saludos, Gaviota, y ahora por aquí te agradezco de vuelta la buena onda del comentario que me dejaste esta mañana en Responsabilidad y Derecho.
Nos leemos.
Carlos Javier,
La verdad es que en cuanto a la Constitución verde, hacía referencia a la Constitución de 1991. Muchos alegan que esa Carta Política es la "Constitución verde", porque consagra la mayor protección hasta el momento, al medio ambiente, en específica relación a su consagración dentro de los derechos colectivos. Personalmente, me parece tan risible esa interpretación, como la consagración del derecho a la paz.
Lo de Kyoto lo quise mencionar con nombre propio en materia de Comunidad Internacional, pero pensé que el ingreso se tornaría demasiado extenso. Lo mismo pensé con la convención de Rio. Personalmente, considero que son tan inútiles como las encuestas de popularidad, o las marchas (serias o no tan serias), como las que se dan aquí.
En cuanto a la inquietud planteada, y sin ser constitucionalista, considero que no sería viable, en la medida en que no los derechos ambientales no encajarían dentro de los "derechos humanos que no son susceptibles de ser limitados en estados de excepción". De lo contrario, estaría feliz porque existirían herramientas claras para combatir esta desidia.
Gracias nuevamente por el comentario, y estaremos leyéndonos. Un abrazo.
Pasa que como hablaste de "diez y pico" (de años), pues eso me generó cierta confusión.
A lo mejor y el mote de "verde" no se refiera precisamente a lo ecológico, sino más bien a lo biche, y no de nuestra constitución, sino de nuestra regulación, o de la madurez política de nuestros dirigentes, o de la injerencia política, social, económica y ambiental de nosotros como ciudadanos.
Vaya casualidad que las dos más recientes veces que me he sentado a conversar asíncronamente contigo, algo me hace salir a la carrera. Le pongo pause a la conversa, y nos vemos en un rato más.
Personalmente, estoy de acuerdo con lo biche, porque las normas por sí mismas no resuelven las cosas. Lastimosamente, mi alter ego en la práctica ha tenido la infortuna (¿o fortuna?) de ver cómo estas bellas palabras que quedan plasmadas en la norma, son algo que no tiene nada que ver con lo que de ellas hacen.
Mientras que seguimos escribiendo bellas poesías, matamos toros, atún, ballenas, delfines, contaminamos los cielos con quema de caña, y por supuesto, los vertimientos de los ríos. ¡Que verde!
En cuanto a los dirigentes, creo que el tema realmente se reduce hoy a qué tanta buena publicidad nos podemos hacer, y no tanto a la madurez política del sujeto en cuestión.
Sigo pendiente por lo restante del comentario, para continuar respondiendo en la medida de mis posibilidades...
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