sábado, 15 de junio de 2013

¿La crisis de la justicia?

La frase más trillada desde que tengo un mínimo conocimiento de los grandes misterios de la juridicidad y demás, es "la justicia está en crisis".  En un reciente artículo publicado por la Revista Semana, la revista de opinión y de análisis más prestigiosa del país, se produce un análisis sobre el negocio de la justicia. "La crisis de la cúpula de la justicia".  La justicia está en crisis, es un asunto que en su simple enunciación, resulta problemático.  El concepto de crisis, en su gran mayoría de acepciones, hace referencia a un cambio brusco de situación.  Coloquialmente, se utiliza el término cuando se pasa de la "normalidad" al acabose.

La justicia, sin embargo, no está realmente en crisis.  La justicia nació mal y seguirá mal.  Veamos por qué:

1) La condición humana hace que cada uno de nosotros busque reconocimiento, busque honores, busque la grandeza.

2) En el pasado, llegar a un cargo implicaba acceder a un honor.  Por supuesto, también implicaba acceder al poder, pero era algo más que eso.  Precisamente ser un abogado ya implicaba en sí mismo un cargo de honor.  Los mejores ciudadanos llegaban a ser abogados, y entre ellos, los mejores llegaban a ser jueces.

El asunto ha cambiado.  Llegar a la cúpula de la justicia no es acceder un honor, es simple y llanamente acceder al poder.  El negocio de la justicia implica acceder a todos los negocios posibles, incluso aquellos que han sido sometidos a tribunales de arbitramento.  La justicia implica decidir sobre todo, y hacerlo sin necesidad de arriesgar nada.  El dinero, los derechos y los intereses en juego son de terceros, y no del juez.


Imagen tomada de: www.eltiempo.com 

La corrupción en la justicia parte precisamente de hacer un asunto de su interés algo que nunca ha debido ser de su interés.

3) La justicia está mediatizada, lo que implica que el único juez legítimo es aquel que tiene el poder de difundir sus sentencias para ser oídas y temidas por todos.  Esto lo hacen algunos periodistas, que están más allá del bien y del mal, y juzgan, y encarcelan, y siguen juzgando.

4) Mirar el ejemplo del "Templario" (Eduardo Montealegre) es un vivo ejemplo de lo que aquí me refiero.  He dicho anteriormente en "El Templario I" y en "El Templario II" que la mayor crítica que le hago a ese señor es haber aprendido tanto para haber utilizado su conocimiento al servicio de intereses privados.  Aún lo sigue haciendo.

Personas como él, que han adquirido un interés especial y personal en los asuntos sometidos a su conocimiento, son personas corruptas, y es eso mismo lo que está ocurriendo en la Corte Suprema de Justicia, en el Consejo de Estado, en el Consejo Superior de la Judicatura, y en menor medida en la Corte Constitucional.  Es inexplicable cómo pueden existir personas en esos cargos, tan descaradamente interesados en su propio bienestar, como el Consejero de Estado Mauricio Fajardo, como el Magistrado (al cuadrado) Francisco Ricaurte, o como el recientemente nombrado Alberto Rojas Ríos.

Adicionalmente, en la actualidad no es fácil saber qué tipo de personas son las que realmente llegan allá.  ¿Qué han hecho, y qué los hace dignos de decidir sobre la justicia colombiana?  Pocos puedan dar razón de qué han hecho estos señores para llegar allá.  Nadie sabe quiénes son los merecedores de estas dignidades. Creo que salvo el reciente caso de Carlos Ignacio Jaramillo, o de Juan Carlos Henao, no veo mayor merecimiento profesional en los otros.  Es mi opinión, no una verdad sabida.

Me preocupa la especial preocupación que despierta en los medios de comunicación la situación de la justicia.  "Ruth Marina Díaz es una completa vagabunda", piensan muchos.  Sin embargo, su vagabundería ha sido la misma vagabundería de cientos de Magistrados (mirando hacia el pasado).  No podemos tildar de valerosa a una Corte que se metió en el ámbito político para detener a Uribe, ni tampoco tildar de mediocre a aquella que se mete en el ámbito político para favorecer a Santos.  Es tan despreciable la segunda como la primera.  En vez de trabajar 175 días administrando justicia, se dedican alrededor de 60 a pelear por nombramientos, y los poquitos que quedan, a discutir por qué razón se van a abstener de conocer asuntos sometidos a consideración de la Corte (Corte Suprema y Corte Constitucional).  No es digno trabajar tan poco para hacer tan poco, o para interesarse en los asuntos de los que se conoce (como Montealegre o el Procurador).

La justicia no está en crisis.  Simplemente está en manos de personas que sufren del mismo cáncer que el resto de la humanidad: ser desmedidamente ambiciosa e inexorablemente ególatra.  Ellos creen que todos dependemos de ellos. Lo triste del asunto, es que realmente sí es así.
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sábado, 1 de junio de 2013

El privilegio de haber vivido un poco más

Debo confesar que me siento un ser privilegiado.  Sin duda, ver lo que ocurre a nuestro alrededor y poder tener una opinión medianamente informada es un privilegio.  Normalmente los gobernantes nos creen tan idiotas como para asumir que sus explicaciones pasan a ser nuestros dogmas de fe.  Pensar es un bonito privilegio del siglo XIX.  Citar es el bonito privilegio del XX.  Obedecer es el bonito privilegio del siglo XXI.  Me siento privilegiado de saberlo.

Privilegio es también haber podido pasar de la incomunicación de los 80's a la interacción virtual en los 90´s, a los teléfonos inteligentes en los 00´s y a que tus superiores te puedan enviar órdenes importantes de inmediato cumplimiento un sábado a las 10:00 p.m., como ocurre hoy.  Es un privilegio poder haber pasado de lo lejano y dilatado a la instanteneidad, la tan anhelada acción a distancia por la que los científicos han debatido un buen tiempo.  La opresión en tiempo real es algo que haría a Hitler y a Stalin relamerse los bigotes.  Quizá Roma nunca hubiera caído si hubiese contado con este privilegio.

Haber vivido un poco más me ha dado privilegios semejantes, pero quizá el más grande, el más cristalino y el más puro de aquellos respecto de los cuales puedo hacer acto de ostentación es el de haber podido observar con transparencia e inmediación la toma de la administración de justicia.

Justicia... validez... eficacia...

Todos estos bellos conceptos que alguna vez estudié en la universidad, la forma como el juez resolvía problemas jurídicos a través del derecho, eran un apasionamiento.  Confieso que alguna vez me planteé como meta profesional el llegar a formar parte de la Corte Suprema de Justicia, o del Consejo de Estado, y más recientemente, de la Corte Constitucional.  Incluso, en el año 1991 pensé que sería igualmente bueno ser Magistrado del Consejo Superior de la Judicatura.  Es un privilegio poder trazarse metas, incorporar los medios para llegar a ellas, y constituirme en mi propio agente del éxito profesional.

Sin embargo, he tenido el privilegio de ver cómo el derecho ha venido siendo un elemento secundario o terciario a la hora de ocupar esos cargos.  El Consejo de Estado está infestado de personas sin una trayectoria espectacular, pero con grandes padrinos.  Allí, se dice, toda decisión tiene su precio.  Quién sabe.  Pensaría que los escándalos de compras de decisiones parecerían inferir que así es.  La Corte Constitucional hoy cuenta con el Honorable Dr. Rojas, de quien se dice que es una verdadera "joya".  Ahora es la "joya de la corona", al alcanzar la Corte que decide los casos más trascendentales del país, cuando no se inhibe de hacerlo.


Imagen tomada de:  www.rcnradio.com 

Sin embargo, el privilegio ha sido completo, pues respecto de la Corte Suprema de Justicia he podido ver al desnudo cómo se conforma.  La Presidenta de la Corporación, Ruth Marina Díaz, recientemente acudió a un bonito paseo de descanso, que coincidió con el bonito paseo de descanso de otros Honorables, de menos jerarquía en la pirámide judicial, que aspiraban llegar a formar parte de la punta de la pirámide.  Un bello descanso grupal en el cual sin duda no coincidieron algunos de los prestigiosos abogados aspiran a partir de la pequeñez que hoy en día constituye el mérito profesional.  Ruth Marina, de la misma forma como lo han hecho otros tantos de sus colegas y excolegas, con toga de día deciden como voceros de aquello que los medios de comunicación siguen llamando justicia, y sin ella conspiran para mantener el poder que implica la primera.

Privilegio es ver que mientras en 1936 un grupo de abogados prestigiosos realmente se dedicaban a la producción de jurisprudencia, menos de un siglo después, la jurisprudencia se convirtiera en un mecanismo más de poder, y de solo poder.  El derecho, la justicia, son meros fantasmas que caminan por los corredores de la Corte, como más de uno de los fantasmas de las abatidas víctimas del ataque al Palacio de Justicia de 1985.  La administración de justicia se construye en cruceros, o se compra en restaurantes.  En otros casos, ni siquiera debemos comprar realmente nada, sino simplemente nombrar y nombrar, como ocurre con el Consejo Superior de la Judicatura.

Privilegio es, saber que en un país como Colombia, en el año 2013, ser Magistrado de una Alta Corte no es algo a lo que quiera y deba aspirar uno de aquellos especímenes en extinción que en alguna ocasión don Angel Ossorio denominó "abogado".
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