El escenario jurídico colombiano cada día preocupa más. Mientras revisamos a nivel nacional asuntos como por qué Taliana no fue reina universal, o por qué América venció a Santa Fe, que a su vez había goleado hacía tan solo unos días a Nacional, nuestro aparato estatal se encuentra en discusiones internas de alta complejidad, cuya dimensión real está pendiente de ser medida. En materia de Justicia, la situación es absolutamente crítica. La famosa “colaboración armónica” entre nuestras ramas del poder público es poco menos que una Utopía inalcanzable. Anteriormente, por lo menos, nuestros órganos de justicia eran lo suficientemente prudentes como para no entrabar batallas en más de un frente. La estrategia militar histórica ha demostrado que quienes pretenden simultáneamente combatir en escenarios distantes entre sí, terminan siendo derrotados. De lo anterior podrán dar fe Napoleón, Hitler, Fernando VII, y más recientemente Bush Jr.
La pregunta que surge a primera vista es, ¿entonces por qué dar esas batallas innecesarias? Respuestas sensatas, realmente no existen. Hay una razón, que si bien no es sensata, resulta evidentemente poderosa: el ego. Ha sido el ego lo que ha germinado grandes gestas, así como grandes derrotas, pero siempre ha estado y seguirá estando allí. No en vano se está ante un escenario político y social absolutamente polarizado. Todos creemos tener la razón, y los demás son unos ignorantes. Parece ser que es una cuestión cultural absolutamente arraigada y difícil de eliminar.
Llevando esta premisa a campos un poco más delicados, nos encontramos con un aparato de justicia lleno de “sabios”. ¿Por qué, me pregunto yo, si estamos ante una generación de sabios, sigue el país como está? Ocurre una de dos cosas: o en realidad no somos tan sabios como creemos, o por el contrario el problema es del sistema institucional. Es posible que lo segundo sea cierto, de hecho, probablemente así sea. No obstante, revisemos hoy si ante este “verdad”, debemos dejar de lado la primera posibilidad.
Años ha, que un francés escribió un libro sobre decepción, ego, venganza, reivindicación de la verdad. Me refiero a El Conde de Montecristo de Alexandre Dumas. Curiosamente, uno de los apartes del libro que más me ha llamado la atención, y que considero relevante para el tema en discusión , es la descripción que realiza el señor de Villefort respecto de su cargo como procurador del rey, al principio del libro. Menciona el personaje en mención, en un banquete de bodas de la alta sociedad, lo siguiente:
“–Lo más serio posible –replicó el joven magistrado sonriéndose–. Y con los procesos que desea esta señorita para satisfacer su curiosidad, y yo también deseo para satisfacer mi ambición, la situación no hará sino agravarse. ¿Pensáis que esos veteranos de Napoleón que no vacilaban en acometer ciegamente al enemigo, en quemar cartuchos o en cargar a la bayoneta, vacilarán en matar a un hombre que tienen por enemigo personal , cuando no vacilaron en matar a un ruso, a un austriaco o a un húngaro a quien nunca habían visto? Además, todo es necesario, porque de no ser así no cumpliríamos con nuestro deber. Yo mismo, cuando veo brillar de rabia los ojos de un acusado, me animo, me exalto; entonces ya no es un proceso, es un combate; lucho con él, y el combate acaba, como todos los combates, en una victoria o en una derrota. A esto se le llama acusar; ésos son los resultados de la elocuencia. Un acusado que sonriera después de mi réplica me haría creer que hablé mal, que lo que dije era pálido, flojo, insuficiente. Figuraos, en cambio, qué sensación de orgullo experimentará un procurador del rey cuando, convencido de la culpabilidad del acusado, le ve inclinarse bajo el peso de las pruebas y bajo los rayos de su elocuencia… La cabeza que se inclina caerá inevitablemente.”
Veamos el escenario actual. Nos encontramos en medio de una crisis institucional en la Fiscalía General de la Nación, pues el concurso que se diseñó para proveer cargos en la institución, se ha convertido en un naufragio jurídico. De hecho, son pocos los que han logrado sobrevivir la tormenta, por lo que la decisión salomónica de los concursantes ha sido, atacar el barco y no a la tormenta. No defiendo la prueba de conocimientos que se realizó a los concursantes. Conozco que se ha logrado detectar errores en la elaboración de 6 preguntas de las 100 que se formularon. La pregunta que surge es si esas 6 preguntas son capaces de cambiar un resultado claramente desastroso, por una muestra de dominio del derecho penal de los concursantes. Sinceramente lo dudo. Aquí están nuestros señores de Villefort, que investigan y acusas, seriamente cuestionados en cuanto a sus conocimientos.
“Y algunos momentos antes, en el salón de la justicia…”, perdón en el Palacio de Justicia, nos encontramos con que gran parte de nuestros honorables congresistas se encuentran respondiendo ante la honorable Corte Suprema de Justicia, por varios delitos electorales, todo ello mientras que una de nuestras honorables excongresistas, en un ataque de moralidad, decide confesar delitos en los cuales su confesión involucra la “confesión” por otros. En ese mismo ataque de moralidad, considera moralmente conveniente desnudarse ante una revista para hombres. Genial, verdad?
Más allá de las consideraciones acerca de las curvas de G This, miremos con detenimiento su confesión. Tengo entendido, y me corregirán los juristas más versados que yo, que la confesión implica la aceptación libre de hechos que generen consecuencias adversas contra la persona y únicamente contra esa persona. Cualquier situación “confesada” que involucre la incriminación de terceros, debe entenderse como una simple declaración, o como testimonio, en otras palabras, una pruebas más. Pues en efecto, nuestros honorables magistrados han considerado que es confesión, y de alta credibilidad. No pretendo defender al gobierno, defiendo el procedimiento y los principios probatorios. Si se demuestra el cohecho, en derecho, deben responder quienes en ello estuvieron involucrados. Sin embargo, parece ser que la presunción de inocencia es tan real en este país como el derecho fundamental a la paz, y casi tan palpable como la hermandad entre los países vecinos.
En ese mismo salón de la justicia (perdón, Palacio de Justicia) lleno de superhéroes, tenemos que sus integrantes se ven cuestionados por la forma en que eligen a sus miembros. No es secreto que en muchos casos, los candidatos a estos honorables puestos, “presuntamente” para poder subir, se tienen que bajar… Me explico, para ser nombrados (subir), le apuestan a invertir una buena cantidad de dinero (bajarse… del bus) destinada a agasajar a los que ya son honorables. Es cierto, no siempre los nombran, pero en muchos casos sí. Lo que no se entiende es cómo algunos de estos generosos candidatos el día de mañana deciden la responsabilidad penal de otros generosos. Raro, no?
Mientras su elocuencia villefortiana vence cada día a más y más de sus investigados, surgen dudas acerca de las amistades de algunos de nuestros honorables. Es aquí donde entra en juego el segundo frente de ataque. Ya no solo luchan por desenmascarar la verdad y responsabilizar a sus acusados, sino que adicionalmente buscan desenmascarar la verdad al interior de Corporaciones “hermanas”. Si no me creen, revisen el cruce de dardos que se han mandado las últimas semanas los Magistrados Yesid Ramírez Bastidas y Humberto Sierra Porto.
No obstante lo anterior, mal haría uno en cuestionar alguno de los pronunciamientos de algunos de nuestros honorables “Superamigos”, porque si ello ocurriera, es altamente probablemente que debamos empezar a buscar una profesión diferente. Cualquier cuestionamiento oficial, llámense recursos o acciones de tutela, son despachadas con ataques personales (algunos llamarán a esto “argumentos vehementes”) dirigidos al recurrente. Entonces, aparte de no reconsiderar sus decisiones, regañan a quien está inconforme. Esto sí ha sido jurisprudencia unificada y acatada por los jueces de inferior jerarquías, pequeños soberanos incuestionables. Si, por el contrario, se decide recurrir al ejercicio de la libertad expresión mediante opiniones acerca de las providencias, es probable que engrosemos la lista de investigados y sancionados por el Consejo Superior de la Judicatura. De lo contrario, preguntémosle al abogado del recién condenado Mauricio Pimiento.
Sin embargo, con dos frentes de ataque no basta. La ilimitada elocuencia de nuestros honorables ha dado para luchar contra el gobierno, de forma tal que se ha visto necesario, por parte de este último, colaborar con la Rama Judicial en el llamado por una reforma a la justicia de fondo. La propuesta ha sido recién presentada, pero podemos adelantar que el eje de nuestra grandiosa reforma se fundamenta en el poder electoral de los honorables. Sin duda, con esto lograremos mejorar el acceso a la justicia!! Eso sí es una reforma de fondo. Lo importante, como lo ha reiterado nuestro querido Presidente de la Corte Suprema de Justicia, es reiterar la independencia de la Rama Judicial.
Mientras esta serie de inquietudes daban vueltas en mi cabeza, recordaba la definición de honorable que aparece en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “1. adj. Digno de ser honrado o acatado. 2. adj. Tratamiento que en algunos lugares se da a los titulares de determinados cargos.” Personalmente, esperaría que algún día antes de morir, nuestros elocuentes honorables intentaran buscar llegar a merecer que les apliquen la primera acepción de la definición. Mientras tanto, seguirá rondando en mi cabeza la siguiente pregunta: ¿Cuando en las providencias, antes de la parte resolutiva se señala que la providencia se dicta “administrando justicia en nombre de…”, será que nuestros honorables, al igual que Villefort, lo creen así? Valdría la pena que revisaran el desenlace de nuestro referenciado procurador del rey, y luego sí me respondan.
La pregunta que surge a primera vista es, ¿entonces por qué dar esas batallas innecesarias? Respuestas sensatas, realmente no existen. Hay una razón, que si bien no es sensata, resulta evidentemente poderosa: el ego. Ha sido el ego lo que ha germinado grandes gestas, así como grandes derrotas, pero siempre ha estado y seguirá estando allí. No en vano se está ante un escenario político y social absolutamente polarizado. Todos creemos tener la razón, y los demás son unos ignorantes. Parece ser que es una cuestión cultural absolutamente arraigada y difícil de eliminar.
Llevando esta premisa a campos un poco más delicados, nos encontramos con un aparato de justicia lleno de “sabios”. ¿Por qué, me pregunto yo, si estamos ante una generación de sabios, sigue el país como está? Ocurre una de dos cosas: o en realidad no somos tan sabios como creemos, o por el contrario el problema es del sistema institucional. Es posible que lo segundo sea cierto, de hecho, probablemente así sea. No obstante, revisemos hoy si ante este “verdad”, debemos dejar de lado la primera posibilidad.
Años ha, que un francés escribió un libro sobre decepción, ego, venganza, reivindicación de la verdad. Me refiero a El Conde de Montecristo de Alexandre Dumas. Curiosamente, uno de los apartes del libro que más me ha llamado la atención, y que considero relevante para el tema en discusión , es la descripción que realiza el señor de Villefort respecto de su cargo como procurador del rey, al principio del libro. Menciona el personaje en mención, en un banquete de bodas de la alta sociedad, lo siguiente:
“–Lo más serio posible –replicó el joven magistrado sonriéndose–. Y con los procesos que desea esta señorita para satisfacer su curiosidad, y yo también deseo para satisfacer mi ambición, la situación no hará sino agravarse. ¿Pensáis que esos veteranos de Napoleón que no vacilaban en acometer ciegamente al enemigo, en quemar cartuchos o en cargar a la bayoneta, vacilarán en matar a un hombre que tienen por enemigo personal , cuando no vacilaron en matar a un ruso, a un austriaco o a un húngaro a quien nunca habían visto? Además, todo es necesario, porque de no ser así no cumpliríamos con nuestro deber. Yo mismo, cuando veo brillar de rabia los ojos de un acusado, me animo, me exalto; entonces ya no es un proceso, es un combate; lucho con él, y el combate acaba, como todos los combates, en una victoria o en una derrota. A esto se le llama acusar; ésos son los resultados de la elocuencia. Un acusado que sonriera después de mi réplica me haría creer que hablé mal, que lo que dije era pálido, flojo, insuficiente. Figuraos, en cambio, qué sensación de orgullo experimentará un procurador del rey cuando, convencido de la culpabilidad del acusado, le ve inclinarse bajo el peso de las pruebas y bajo los rayos de su elocuencia… La cabeza que se inclina caerá inevitablemente.”
Veamos el escenario actual. Nos encontramos en medio de una crisis institucional en la Fiscalía General de la Nación, pues el concurso que se diseñó para proveer cargos en la institución, se ha convertido en un naufragio jurídico. De hecho, son pocos los que han logrado sobrevivir la tormenta, por lo que la decisión salomónica de los concursantes ha sido, atacar el barco y no a la tormenta. No defiendo la prueba de conocimientos que se realizó a los concursantes. Conozco que se ha logrado detectar errores en la elaboración de 6 preguntas de las 100 que se formularon. La pregunta que surge es si esas 6 preguntas son capaces de cambiar un resultado claramente desastroso, por una muestra de dominio del derecho penal de los concursantes. Sinceramente lo dudo. Aquí están nuestros señores de Villefort, que investigan y acusas, seriamente cuestionados en cuanto a sus conocimientos.
“Y algunos momentos antes, en el salón de la justicia…”, perdón en el Palacio de Justicia, nos encontramos con que gran parte de nuestros honorables congresistas se encuentran respondiendo ante la honorable Corte Suprema de Justicia, por varios delitos electorales, todo ello mientras que una de nuestras honorables excongresistas, en un ataque de moralidad, decide confesar delitos en los cuales su confesión involucra la “confesión” por otros. En ese mismo ataque de moralidad, considera moralmente conveniente desnudarse ante una revista para hombres. Genial, verdad?
Más allá de las consideraciones acerca de las curvas de G This, miremos con detenimiento su confesión. Tengo entendido, y me corregirán los juristas más versados que yo, que la confesión implica la aceptación libre de hechos que generen consecuencias adversas contra la persona y únicamente contra esa persona. Cualquier situación “confesada” que involucre la incriminación de terceros, debe entenderse como una simple declaración, o como testimonio, en otras palabras, una pruebas más. Pues en efecto, nuestros honorables magistrados han considerado que es confesión, y de alta credibilidad. No pretendo defender al gobierno, defiendo el procedimiento y los principios probatorios. Si se demuestra el cohecho, en derecho, deben responder quienes en ello estuvieron involucrados. Sin embargo, parece ser que la presunción de inocencia es tan real en este país como el derecho fundamental a la paz, y casi tan palpable como la hermandad entre los países vecinos.
En ese mismo salón de la justicia (perdón, Palacio de Justicia) lleno de superhéroes, tenemos que sus integrantes se ven cuestionados por la forma en que eligen a sus miembros. No es secreto que en muchos casos, los candidatos a estos honorables puestos, “presuntamente” para poder subir, se tienen que bajar… Me explico, para ser nombrados (subir), le apuestan a invertir una buena cantidad de dinero (bajarse… del bus) destinada a agasajar a los que ya son honorables. Es cierto, no siempre los nombran, pero en muchos casos sí. Lo que no se entiende es cómo algunos de estos generosos candidatos el día de mañana deciden la responsabilidad penal de otros generosos. Raro, no?
Mientras su elocuencia villefortiana vence cada día a más y más de sus investigados, surgen dudas acerca de las amistades de algunos de nuestros honorables. Es aquí donde entra en juego el segundo frente de ataque. Ya no solo luchan por desenmascarar la verdad y responsabilizar a sus acusados, sino que adicionalmente buscan desenmascarar la verdad al interior de Corporaciones “hermanas”. Si no me creen, revisen el cruce de dardos que se han mandado las últimas semanas los Magistrados Yesid Ramírez Bastidas y Humberto Sierra Porto.
No obstante lo anterior, mal haría uno en cuestionar alguno de los pronunciamientos de algunos de nuestros honorables “Superamigos”, porque si ello ocurriera, es altamente probablemente que debamos empezar a buscar una profesión diferente. Cualquier cuestionamiento oficial, llámense recursos o acciones de tutela, son despachadas con ataques personales (algunos llamarán a esto “argumentos vehementes”) dirigidos al recurrente. Entonces, aparte de no reconsiderar sus decisiones, regañan a quien está inconforme. Esto sí ha sido jurisprudencia unificada y acatada por los jueces de inferior jerarquías, pequeños soberanos incuestionables. Si, por el contrario, se decide recurrir al ejercicio de la libertad expresión mediante opiniones acerca de las providencias, es probable que engrosemos la lista de investigados y sancionados por el Consejo Superior de la Judicatura. De lo contrario, preguntémosle al abogado del recién condenado Mauricio Pimiento.
Sin embargo, con dos frentes de ataque no basta. La ilimitada elocuencia de nuestros honorables ha dado para luchar contra el gobierno, de forma tal que se ha visto necesario, por parte de este último, colaborar con la Rama Judicial en el llamado por una reforma a la justicia de fondo. La propuesta ha sido recién presentada, pero podemos adelantar que el eje de nuestra grandiosa reforma se fundamenta en el poder electoral de los honorables. Sin duda, con esto lograremos mejorar el acceso a la justicia!! Eso sí es una reforma de fondo. Lo importante, como lo ha reiterado nuestro querido Presidente de la Corte Suprema de Justicia, es reiterar la independencia de la Rama Judicial.
Mientras esta serie de inquietudes daban vueltas en mi cabeza, recordaba la definición de honorable que aparece en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “1. adj. Digno de ser honrado o acatado. 2. adj. Tratamiento que en algunos lugares se da a los titulares de determinados cargos.” Personalmente, esperaría que algún día antes de morir, nuestros elocuentes honorables intentaran buscar llegar a merecer que les apliquen la primera acepción de la definición. Mientras tanto, seguirá rondando en mi cabeza la siguiente pregunta: ¿Cuando en las providencias, antes de la parte resolutiva se señala que la providencia se dicta “administrando justicia en nombre de…”, será que nuestros honorables, al igual que Villefort, lo creen así? Valdría la pena que revisaran el desenlace de nuestro referenciado procurador del rey, y luego sí me respondan.
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