En múltiples ocasiones, he discutido ampliamente sobre el principio de proporcionalidad, sus alcances, su desarrollo jurisprudencial, y su diferencia con el principio de razonabilidad. Esa ha sido la faceta académica de mi alter ego, un psudo-académico que sigue creyendo que el derecho es lo que las sentencias dice que es. No olvido nunca las palabras de un profesor de procesal que siempre nos preguntaba por el significado de vocablos, para demostrarnos porque el derecho era lógico, y por qué esa lógica jurídica era justa. El marketing de la justicia, al menos a ese nivel, sigue siendo muy bueno.
Sigo con tanto anglicismo que me enerva, porque parece ser que a pesar de tanta discusión acerca de burbujas financieras (es decir, mentiras económicas), de conspiraciones de servicios de inteligencia o de contrainteligencia (es decir, mentiras políticas) y de reformas a la justicia (es decir, de mentiras jurídicas), debemos concluir necesariamente que lo importante aquí sigue siendo aparentar que se es, por encima de ser. De las tres opciones atrás mencionadas, hoy habré de referirme a la última, y particularmente a un caso que me tiene absolutamente molesto.
Hace un par de días, nos regocijamos todos ante la noticia de la fuga del ex congresista Oscar Tulio Lizcano junto con uno de sus captores, alias Isaza. Esta noticia implica a su vez, la existencia de otras buenas noticias. En primer lugar, hemos podido constatar que la política de seguridad democrática, al menos desde el punto de vista de la lucha contra la subversión guerrillera, sigue siendo exitosa, partiendo de los resultados constatables. Siguen existiendo, sin embargo, dudas sobre algunas de las metodologías empleadas. En segundo lugar, es claro que la guerrilla ha perdido gran parte de poder. Visto desde el punto de vista estrictamente militar, la tropa se encuentra desmoralizada, y eso es lapidario. Tropa sin moral es como tener un auto de lujo, pero sin gasolina.
Más allá de las buenas noticias, y de la alegría de contar nuevamente con Lizcano de nuevo entre nosotros, me preocupa sinceramente el manejo de incentivos a los guerrilleros, para efectos de la liberación de secuestrados. La razón la expone bastante mejor el caricaturista Palosa de lo que yo podría conseguir intentando ejemplificar el punto:
Sigo con tanto anglicismo que me enerva, porque parece ser que a pesar de tanta discusión acerca de burbujas financieras (es decir, mentiras económicas), de conspiraciones de servicios de inteligencia o de contrainteligencia (es decir, mentiras políticas) y de reformas a la justicia (es decir, de mentiras jurídicas), debemos concluir necesariamente que lo importante aquí sigue siendo aparentar que se es, por encima de ser. De las tres opciones atrás mencionadas, hoy habré de referirme a la última, y particularmente a un caso que me tiene absolutamente molesto.
Hace un par de días, nos regocijamos todos ante la noticia de la fuga del ex congresista Oscar Tulio Lizcano junto con uno de sus captores, alias Isaza. Esta noticia implica a su vez, la existencia de otras buenas noticias. En primer lugar, hemos podido constatar que la política de seguridad democrática, al menos desde el punto de vista de la lucha contra la subversión guerrillera, sigue siendo exitosa, partiendo de los resultados constatables. Siguen existiendo, sin embargo, dudas sobre algunas de las metodologías empleadas. En segundo lugar, es claro que la guerrilla ha perdido gran parte de poder. Visto desde el punto de vista estrictamente militar, la tropa se encuentra desmoralizada, y eso es lapidario. Tropa sin moral es como tener un auto de lujo, pero sin gasolina.
Más allá de las buenas noticias, y de la alegría de contar nuevamente con Lizcano de nuevo entre nosotros, me preocupa sinceramente el manejo de incentivos a los guerrilleros, para efectos de la liberación de secuestrados. La razón la expone bastante mejor el caricaturista Palosa de lo que yo podría conseguir intentando ejemplificar el punto:
El Ministro de Defensa ha manifestado públicamente, que el sugiere el reconocimiento a Isaza, de mil millones de pesos ($1.000´000.000) por haberse desmovilizado, trayendo consigo a un secuestrado, además de la posibilidad de salir del país y vivir en un país del llamado “primer mundo”. No puedo argumentativamente demostrar si este reconocimiento económico es merecido o no, pues habría necesariamente que tocar elementos como que la vida de un secuestrado no tiene precio, que fueron 3 días enteros de fuga sin alimento y con poco o ningún descanso. Asimismo, estamos hablando de uno de los secuestrados más representativos de los que aún se encontraban cautivos. Sin embargo, intento comparar esta clase de reconocimiento, con otros que ha hecho el mismo gobierno, por razones diferentes.
Para quienes no son colombianos, los contextualizo un poco. Hace unos meses, mientras se disputaban los juegos olímpicos en Pekín (o Beijing, como quieran), recibimos la grata noticia, una madrugada, de la medalla de plata obtenida por Diego Salazar (pesista) y por la medalla de bronce obtenida por Jackeline Rentería en las competencias de lucha. Al primero, se le obsequió un premio por parte del Comité Olímpico Colombiano (COC), consistente en 100 millones de pesos, y a la segunda, por su medalla de bronce, uno de 70 millones. Mucho tiempo después de haber regresado de China, no se les había hecho entrega de estos premios a los destacados deportistas, según constaba en algún artículo de hace varios días. Adicionalmente, la Gobernación del Valle del Cauca, les hizo entrega de otros premios económicos, como consta en el siguiente artículo del diario El País, de Cali.
Estas personas que dedican su vida entera a entrenar para brindarle esta alegría al pueblo colombiano, reciben algunos merecidos premios, pero desde el primer momento manifestó parte de la delegación colombiana, mediante polémicas declaraciones, que en general, el deporte colombiano no goza de apoyo institucional, y que las directivas suelen ser oportunistas al momento de celebrar triunfos. No es esto lo que discuto aquí. Lo que discuto realmente, es cómo a estas personas que se la juegan con competidores del más alto nivel a nivel mundial, que se preparan durante cuatro años para intentar lograr gestas como las atrás mencionadas, en condiciones realmente deplorables (en muchos casos) reciben reconocimientos como estos, mientras que el Comité Olímpico y el Gobierno celebran como suyo el triunfo, ufanándose ante otras delegaciones pares. Cuestiono que se le de 100 millones de pesos a Salazar por 4 años de sacrificio, mientras que a ‘Isaza’ le ofrecen “a vuelo de pájaro” 10 veces más, por devolver a la libertad a una persona que desde un principio nunca debió haber sido secuestrada, y que incluso fue custodiada por este mismo personaje.
Recordemos que ‘Isaza’ manifestó claramente que su motivación principal para desertar de las filas de las FARC, y entregarse a las Fuerzas Militares, fue las malas condiciones que se padecían en el monte, y la falta de moral tan evidente. ¿Es decir, que ‘Isaza’ por no haber aguantado la presión y ceder ante la falta de moral, es merecedor de un incentivo 10 veces mayor que el de un deportista consagrado que dejó más en alto el nombre de Colombia a nivel deportivo en China? Nuestros “honorables” de la Corte Constitucional, probablemente se darían un banquete analizando la teoría de la proporcionalidad en materia de reconocimientos e incentivos, pudiendo ampliar la teoría que ya han desarrollado ampliamente en materia de sanciones imponibles por el Estado. Para mí, el desequilibrio es tal, que no podría siquiera considerarse que se ha evaluado la proporcionalidad. ‘Isaza’ da votos y popularidad. Salazar y Rentería simplemente nos brindan alegría un ratico.
El problema, considero yo, es cultural. Históricamente se ha enseñado en las familias, que el hijo necio que suele ser desjuiciado en el colegio, debe ser premiado por su esfuerzo. Al hijo correcto que le suele ir bien, no se le reconoce su labor, y solo será tenido en cuenta cuando defraude las expectativas que sobre él recaen. Lo mismo pasa aquí. ‘Isaza’, el hijo necio, obró bien, y recibe un pomposo reconocimiento. Salazar y Rentería, obraron bien y nos dieron protagonismo, y por ese protagonismo, merecen un reconocimiento, aunque mucho menor. No sé si sea correcto o no priorizar de esa manera, depende de la escala en que se valore cada caso. Sí sé, en cambio, que no es proporcional, y este desequilibrio merece ser destacad por ser una incoherencia más que debemos vivir día a día.
He visto en muchos ámbitos cómo la proporcionalidad pasó de ser un principio orientador, a un saludo a la bandera, y que actualmente es una simple quimera. Una ilusión de algo que quedaría perfecto en un Topos Uranus platónico, o en las oraciones condensadas en la “Utopía”, de Tomás Moro. Agradecería que quienes defienden la existencia de la proporcionalidad, me expliquen esta ironía. En literatura, hay quienes escriben algo queriendo dar a entender algo completamente diferente, como ocurre en casos como los de Jonathan Swift o incluso el mismo Dante Alighieri. ¿Será que nuestros constituyentes y legisladores son de esa corriente? ¿Será que no he entendido de qué trata la proporcionalidad? ¿O podría ser, como creo yo, que seguimos aferrados a una serie de plegarias jurídicas, queriendo convencernos que el deber ser y el ser son lo mismo?
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