He tenido la oportunidad de revisar muchas noticias que recientemente se han publicado sobre los escándalos sexuales en los que se han visto involucrados los sacerdotes católicos. El tema, que no es nuevo, al parecer se ha venido institucionalizando. Esto me recuerda un viejo dilema jurídico sobre la relación entre el ‘ser’ y el ‘deber ser’. La norma jurídica constituye un ‘deber ser’, y la realidad social constituye el ‘ser’. Para que el derecho sea eficaz debe buscar que exista una íntima relación entre el ser y el deber ser. De nada sirve que se tracen una serie de parámetros hermosos plasmados en normas genialmente redactadas, si ellas no tienen ningún vínculo con la realidad.
En el caso de la Iglesia, el ‘deber ser’ indica que existe una prohibición por parte de los religiosos (y religiosas) de sostener relaciones de índole sexual con cualquier persona. La vocación religiosa así lo exige. En teoría (deber ser), la vocación religiosa implica una fuete conexión con Dios, que exige que no deba distraerse la mente ni el cuerpo en cuestiones que son netamente terrenales. El amor a Dios lo es todo. Otro aspecto del ‘deber ser’ es que el religioso ha de ser una guía para los laicos, de forma tal que con su ejemplo, enseñe a los seres humanos a acercarse a Dios.
El ‘ser’ de la Iglesia, ha mostrado que gran parte de los religiosos (católicos, cuando menos) en vez de guiarnos hacia la pureza del amor a Dios, se han dejado llevar por los placeres terrenales, y más exactamente por los placeres de índole sexual. Hasta ahí, uno pensaría que el asunto es reprobable, pero no necesariamente reprochable en extremo. Finalmente, los religiosos son seres humanos y como tales, también tienen instintos e impulsos sexuales. Débiles, sí, pero normales.
La cuestión se complica mucho más, cuando nos enteramos que a muchos de estos religiosos (por ahora los escándalos involucran particularmente a los varones) son realmente unos reprimidos, que desfogan sus necesidades sexuales con niños y niñas, que son presa fácil por su ingenuidad, debilidad física y su capacidad de ser manipulados. Eso hasta ahí, tampoco ha de sorprender demasiado. En la Iglesia, así como en cualquier otro espacio, es perfectamente factible que nos encontremos con personas aprovechadas, y con delincuentes.
El mayor problema se encuentra en la inexplicable legitimación de estas conductas por parte de la institucionalidad. Si los parámetros de conducta de la Iglesia exigen castidad, pues realmente exíjanla. Si abusar de menores es condenable, pues condénenlos. Sin embargo, la actitud de la Iglesia, como institución jurídica, ha sido absolutamente contraria a lo mencionado. En vez de dar ejemplo con sus propios miembros, de lo estricto que es su código de conducta, se valen de argumentos como la piedad, el perdón y la reflexión para permitir que los autores de estas infamias sigan felices y campantes. A los feligreses que sostienen relaciones extramatrimoniales, se les tilda de pecadores, a quienes usan condón, de muy pecadores, y a quienes defienden el sacerdocio de mujeres, de dementes. Los clérigos abusadores, tan solo son personas que se equivocan.
Respecto de este tema, he tenido la oportunidad de leer la columna de Juan Gabriel Vásquez en el diario El Espectador. Él, muy juiciosamente ha leído la respuesta del Papa a este tema, y emite su opinión al respecto. Recomiendo su lectura.
Lamentablemente, observo que la discusión entre el ‘ser’ y ‘deber ser’ se encuentra muy disimulada en los escenarios jurídicos actuales del país. Como se encuentra tan de moda el hecho de que el derecho ya no es lo que está escrito sino lo que los jueces dicen, entonces la ley y sus normas reglamentarias se han convertido en un parámetro bonito y su invocación por parte de algunos, simplemente denota que la persona es juiciosa y ha leído una que otra cosa. Lo importante, sin embargo, es ver qué han dicho las Cortes.
También a nivel local encontramos que ante temas probados y demostrados hasta la saciedad, el ‘deber ser’ no permea el ‘ser’. Ante los escándalos por falso positivos y por chuzadas del DAS, ninguno de los mandos políticamente y jurídicamente responsables ha sido siquiera perturbado un poco por las autoridades investigadoras, ni por los entes de control. Actualmente, el candidato Juan Manuel Santos dice que él siempre condenó esas prácticas nefastas, pero que no fueron tantas. Algo así como lo que ha hecho la Iglesia: por escrito condena la pederastia, pero en la práctica perdona a los pederastas. “Sí, pero no”.
Pero más interesante aún es revisar el tema de los debates y las candidaturas presidenciales. La mayoría de personas que realmente se interesan por saber qué piensan los candidatos claman porque se realicen debates entre los diferentes candidatos. ¿Qué mejor lugar para confrontar las ideas de los candidatos, y de paso confrontar las ideas propias? Teóricamente, ningún espacio es más propicio para ello que los debates. Sin embargo, los candidatos que puntean las encuestas se niegan a debatir.
Su razonamiento me resulta más que lógico. Cuando uno está en la cima, el único lugar para donde puede ir, es para abajo. O se mantiene en la cima, o cae. Para Santos ha sido claro que cuando iniciar su campaña punteando en todas las encuestas, no es él quien tiene interés en presentar sus propuestas, ni mucho menos defenderlas. De hecho, ni siquiera ha tenido que formular una. El simplemente saca un título valor que circula ‘a la orden’ (es decir, por endoso) denominado “Seguridad Democrática”, que le ha sido endosado por el Presidente y Expresidente Uribe.
Lo que no se entiende es que si el pueblo no conoce nada de lo que Santos (y no Uribe) piensa, cómo lo pueden premiar con el voto (o en este caso con la intención de voto). En cualquier país con una democracia seria, el no revelar sus programas, el tomar una actitud de prepotencia respecto de los contrincantes, sería castigado. Aquí no. Aquí la irreverencia y el irrespeto calculado es alabado.
Escuché anoche, el programa de Caracol Radio titulado “Hora 20” , en donde eran panelistas los muy disímiles Jorge Robledo, Germán Vargas Lleras, Alfredo Rangel y Daniel Coronell. Entre otras cosas, se trató el asunto de los debates, y era curioso ver cómo mucho discutieron sobre la forma en que se hace política en el país, así como el contenido de la política.
Robledo, por ejemplo, mencionó datos que personalmente desconocía de Antanas Mockus. No me consta si es verdad o no, pero creo que sería interesante que Mockus saliera a informar si lo es, o no, y en cualquier caso, por qué. Vargas Lleras se refirió en algún momento al serio problema con Venezuela, y el riesgo de un eventual ataque por parte del hermano país. Por más que considere yo a Juan Manuel Santos una persona capaz y competente (porque así lo considero), me genera una inmensa inquietud conocer su pensamiento sobre este tema. Y la inquietud me la genera el hecho de saber que si Chávez detesta a alguien más que al Presidente Uribe, es a Santos. Recordemos que Santos fue el primer personaje en público en celebrar el fallido golpe contra Chávez. Santos fue el Ministro de la Operación Jaque y la Operación Fénix. Se odian, y parece ser que eso a la gente le gusta.
Por supuesto, ver películas de guerra, y leer la historia de las grandes guerras es apasionante. Lo que me parece curioso es que les apasione tanto una persona que podría acercarnos a la guerra (no lo sé, porque al candidato no le interesa debatir), cuando aquí las personas hacen maromas para ni siquiera prestar el servicio militar obligatorio. ¡Claro! La guerra es riquísima, siempre que yo no esté en la mitad.
Nadie sabe si el programa de equidad de Petro es viable o no. Lo he escuchado en varios programas radiales y televisivos hablar de las cifras que sustentan sus propuestas. ¿Serán verdaderas? Parece ser que sí. Nadie ha entrado a desmentirlo. Según eso, entonces, todos tienen la razón, porque ninguno cuestiona al otro. Mientras que Santos sea el ‘heredero’, Noemí se proclame la ‘heredera’, Petro sea el ‘comunista ese’, Vargas Lleras sea ‘el reyezuelo’, Pardo sea ‘el insulso’, y Mockus siga hablando en términos que ‘suenen inteligente’ el panorama seguirá igual.
Yo me prepararé para escuchar en cuatro años, para ver quién es el que ‘tiene pantalones’, quién nombró a la candidata vicepresidencial bonita, o a quién le gusta cantar en la ducha. Personalmente, mi voto va por el que le gusta cantar en la ducha. Como a ninguno de los actuales les gusta eso, probablemente será por el que le haya mentado más la progenitora al profesor que odiaba. ¡Eso sí es carácter!
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