Cuando se es joven, a la persona le suelen decir que aproveche la juventud, porque los jóvenes son los que cambiarán el mundo. Dicen otra cantidad de idioteces por el estilo, y hacen creer a quien es joven que está en capacidad de realmente lograr todo eso que las frases célebres dicen respecto de los jóvenes.
Esta gaviota ya no clasifica como joven, así que personalmente no me incluyo en el club de los jóvenes motivados, pero tampoco me incluyo en el club de los ancianos melancólicos. Sin embargo, no deja de sorprenderme la doble moral que existe frente a la juventud. De hecho, la clase de situaciones que entraré a referir, son suficientes para justificar, en mi sentir, aquella diferencia que alguna vez un profesor de colegio refería entre la moral y la moralidad.
La moral, decía él, era aquella que cada cual llevaba en su interior, y que le dictaba qué debería hacer o qué no hacer. En otras formas, la moral era aquella frontera que definía lo que era bueno y lo que era malo. Toda persona tiene moral, sin excepción. Todos tenemos una noción de lo bueno y lo malo. Otra cosa, es que no todos tengamos trazada la frontera en el mismo punto. El trazo es único, como la huella digital, y por tanto la moral no es repetible.
La moralidad, en cambio, es aquella que va inherentemente ligada a la vida en sociedad. Es la sociedad la que determina qué es conveniente o no hacer, y son esas reglas de bien y mal al ser masificadas las que constituyen la moralidad de una sociedad. Ayudar a cruzar la calle a los ancianos, que los hombres cedan la silla a las mujeres, y no botar basura en la calle, son algunas formas de reglas propia de la moralidad y no de la moral.
Diría mi antiguo profesor que el dilema ético surge precisamente en la medida en que cada individuo resuelve esta tensión que existe entre la moral y la moralidad. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Precisamente porque actuamos entre el instinto y nuestra ética. En ocasiones gana el instinto, en ocasiones gana la ética. En ocasiones, aplicamos la técnica salomónica, y vamos por la mitad del camino.
¿A qué viene toda esta discusión, si supuestamente iba a escribir algo relacionado con la juventud? Realmente, constituye el marco teórico de este picotazo.
Al interior de la Fiscalía General de la Nación, se ha presentado un revolcón que le ha costado la cabeza a mitad de la entidad, empezando por sus cabezas visibles. De todo el gran lío que se ha presentado alrededor de este punto, existe un punto que me interesa destacar: el caso del Vicefiscal Martínez.
Wilson Martínez es una persona que con tan solo 33 años ha hecho mucho desde el punto de vista profesional. Hasta donde le consta a esta Gaviota, es Doctor en Derecho Penal, ha trabajado como litigante por 10 años, es profesor universitario, y posee una gran agudeza intelectual.
Wilson Martínez era uno de esos casos de jóvenes brillantes con carreras en ascenso a muy corta edad. Eso es lo que la universidad actual promueve. Obtenga dos títulos universitarios, un postgrado y una maestría en un término máximo de 8 años. Esto se le ofrece a jóvenes que se están graduando entre los 16 y 17 años. Eso quiere decir que un joven de 25 años puede ser un gran académico y puede de allí en adelante gozar de 8 años de experiencia para a los 33 años (edad de Martínez) y llegar a un cargo de esos.
Sin embargo, al joven ex Vicefiscal le ocurrió lo mismo que le ocurre a la gran mayoría de jóvenes futbolistas del país, no los dejaron ascender, y los banquearon. Es lo que le habría pasado a Lionel Messi si por alguna extraña razón hubiese jugado en Colombia. Eso mismo fue lo que pasó con Martínez. Producto del sistema educativo moderno, pagó el precio por ser joven, porque ser joven está mal visto a nivel profesional.
Conozco el triste caso de un amigo que para poder empezar a trabajar, le tocó utilizar truquitos para verse más viejo, porque en los Despachos a los que acudía en virtud de su profesión, lo trataban con desdén sin saber que era el abogado, y cuando sabían que era el abogado, lo seguían tratando con desdén.
Luego de haber referido el caso de Martínez, en términos bastante más simples de lo que fue, conviene hacerse la pregunta de si la sociedad a la que pertenecemos realmente está dispuesta a entregarse a sus jóvenes. La justicia, al parecer no. Me pregunto si en otros escenarios sí vale la pena ser joven. En materia jurídica no. La presunción de idiotez sigue operando. Es una presunción de derecho, es decir, no admite prueba en contrario.
Recuerdo mi niñez, aquella etapa en donde los adultos lo consideran a uno increíblemente estúpido e incapaz de razonar como ellos. Recuerdo cómo con mis amigos nos reprochábamos el que nos subestimaran tanto, en cualquier escenario. Desde niño siempre me juré que no subestimaría la juventud como lo habían hecho cuando yo era joven. Hasta ahora, creo que he cumplido. Lamentablemente, en otros escenarios, esa promesa que quizás muchos nos hicimos en nuestra niñez, se ha olvidado o se ha roto a pesar de ser recordada.
Moral y moralidad. Nuestra moral nos llevó a que en nuestra juventud estudiáramos y nos preparáramos para lograr cambios en el mundo. La sociedad nos llevó a consumir y consumir educación con la promesa de que tras haber consumido suficiente, tendríamos la oportunidad de mostrar de qué somos capaces.
En mi caso, la juventud se pasa y no he conocido esa oportunidad. En el caso de Wilson Martínez, le cerraron las puertas porque tener nueve años de experiencia profesional lo hace inepto, mientras que tener 10 años ya lo convierte en una persona capaz. Finalmente, el asunto quedará en la memoria solo de algunos, pues los demás ni siquiera recordarán el asunto, o si lo recuerdan no le darán ninguna relevancia… Estarán preocupados por adecuar sus respectivas hojas de vida para postularse para un cargo de esos que requieren el siguiente perfil:
“SE NECESITA ABOGADO DE 20-25 AÑOS CON AL MENOS 3 AÑOS DE EXPERIENCIA EN LITIGIO, Y DOMINIO DE AL MENOS TRES IDIOMAS. SALARIO OFRECIDO: 1-2 SALARIOS MÍNIMOS.”