Ha sido una serie de bonitas coincidencias lo que ha llevado a que este espacio de libre expresión se haya creado el mismo día en el que 198 años antes se optó por revalidar en este país el concepto de “libertad”. Si bien es cierto que no se celebró el día de la libertad, sino el día de la independencia, no es viable concebir este último concepto sin aquél. He tenido la oportunidad de abrir las alas y permitir que este espacio pueda volar sin necesidad de ataduras o formalismos tontos que coarten su contenido.
Retomando el tema de la libertad, al cual se hará inevitable referencia de aquí en adelante, es importante tener en cuenta lo ocurrido el día de ayer, no solo en el país, sino en el mundo. Parece claro que finalmente el pueblo colombiano vive una especie de catarsis que resultaba imperiosa desde hace tanto tiempo. Los medios lo aplauden hoy, la aceptación a gran escala de una convocatoria prevista para enviar un mensaje. No estoy seguro si el mensaje habría de ser “simplemente claro” o “claramente simple”. Lo importante, era su contenido. Libertad para todos los secuestrados. Algunos otros de quienes acudieron a la convocatoria, tendrían sus motivaciones internas que constituían un elemento más de esa catarsis grupal que se quería vivir.
No obstante, no puedo compartir aquí las consideraciones, ni los alcances que los medios le quieren dar a este evento. En primer lugar, quisiera dedicarle unos momentos a intentar descifrar si realmente estuvimos ante una marcha, o en su defecto, saber qué fue lo que ocurrió ayer en Bogotá. En primer lugar, hablo de Bogotá, pues fue allí donde tuve la oportunidad de analizar el evento, cuyas impresiones comparto aquí.
Una característica esencial de una marcha, en términos generales, es que el ruido –llámese pitos, silbatos, silbidos, gritos– es ingrediente esencial. Al menos, el desorden ordenado por un trayecto común, es casi indispensable. Ayer no ocurrió esto. De hecho, la jornada parecía más una caminata ecológica, o un paseo cultural, que una marcha. Tuve la oportunidad de acudir en compañía de un amigo, su novia y una amiga de ella, que por cierto, es extranjera. A medida que caminábamos por las calles de la ciudad, tuvimos la oportunidad de departir sobre diversos temas, tales como, la eventual posibilidad de diseñar una camiseta para la próxima marcha que vaya a convocarse, la goleada de Santa Fe a Nacional, y sobre los cambios climáticos mundiales –este último acompañados de una fría cerveza que podía conseguirse en cada esquina– de forma tal que no resultaba extraño que el evento fuera la oportunidad también para un fashion show canino.
La caminata o marcha, como quieran llamarla, fue entretenida, y quienes participamos sentimos que contribuíamos en cierta forma a enviar un mensaje. No obstante, insisto en la idea, como lo compartí ayer con mi gran amigo, que este evento nos permitió conocer una fotografía clara del bogotano promedio, especie que cada vez me resulta más molesta. Veamos: Las banderas, las gorras, las pancartas y los silbatos, constituyeron un accesorio a la vestimenta habitual. Era necesario observar si la bandera iba amarrada al cuello, como un cinturón moldeando las caderas de alguna mujer, o si se amarraba al bolso recién comprado en un centro comercial. También era imperioso revisar si mi vecino tenía mejores gafas oscuras que las mías –aunque por cierto alguno de esos vecinos debía estar utilizando las que me robaron hace unos meses– o si el premio mayor se lo llevaba el combo gorra y gafas Oakley, o si tal vez lo mejor era diversificar el riesgo con una gorra Nike, gafas Police, Jeans Diesel y chaqueta Yves Saint Laurent. Francamente, de moda no sé mucho, pero tengo claro que mi indumentaria no merecía siquiera una medalla de bronce.
En segundo lugar, la “fantochería” de mis conciudadanos y vecinos, reafirmada cada vez que volaba a nuestro alrededor algún helicóptero con cámara, momento en el cual el patriotismo nuevamente afloraba y las banderas y pancartas y silbatos recobraban su función primigenia, me obligaba a interrumpir la conversación propia de jurados de reinado de belleza que sostenía con mi amigo, acerca de cuál de las manifestantes debía alzarse con la corona. Debo confesar que eran los únicos momentos que me resultaba imposible mantener una conversación por falta de audio. Una vez se iba el helicóptero, las banderas, silbatos, pancartas volvían nuevamente a ser el accesorio de vestuario, y nuevamente podíamos conversar acerca de la paternidad del “Bolillo” sobre su hermano “Barrabás”.
En tercer lugar, no debo dejar de destacar la importancia que tenía la convocatoria a esta clase de eventos, para efectos de tomar las correspondientes fotos que ya deben haber sido subidas al perfil de Facebook, Hi5, MySpaces, o cualquiera de los portales sociales al que pertenezcamos. Respecto de este punto, vuelvo a mi concepción que parece un paseo urbano o caminata ecológica, mas no una marcha. Retomo aquí unas palabras que han mencionado grandes psicólogos, psicoanalistas o simplemente personas que conocen el comportamiento humano. Entre los primeros, Freud lo dijo, y entre los últimos, el señor Dale Carnegie, gran “radiólogo” del comportamiento humano también lo dijo: Una de las causas principales, si no la principal, por los que una persona decide hacer algo, es por satisfacer su propio deseo de importancia. Me pregunto constantemente, si ese deseo de importancia de cada uno de nosotros es el que nos hace chiflar solo cuando pasa el helicóptero, solo gritar arengas cuando tomamos la foto para Facebook, o si son simples coincidencias malinterpretadas. Será que todos marchamos por nuestros compatriotas secuestrados, o si
Mientras escribo estos breves comentarios, y recuerdo el himno nacional cantado por nuestra insigne compatriota miamense del río de la plata, quien tal vez, al igual que muchos de nuestros bogotanos, quiso reivindicarse por dejar pasar el concierto de la frontera sin justificación alguna, retumba en mi cabeza la incesante inquietud que nos manifestara nuestra compañera mexicana, acerca de la metodología de esta marcha. “Es la primera vez que marcho” –decía ella. Mi amigo me contaba anécdotas sobre celebraciones en Europa, y venían a mi cabeza las marchas contra Chávez en Venezuela, o las manifestaciones en Argentina, o incluso las mismas marchas mexicanas, todas cundidas de gritos, pasión, brincos, sudor, lágrimas.
De otra parte, sin embargo, recordé también cómo contra la guerra de Vietnam se presentó una inmensa manifestación llena de drogas, sexo y rock, como ocurrió en Woodstock, y también cómo Gaitán lideró la marcha silenciosa hace más de medio siglo en este misma ciudad. En esos casos, el propósito claro era ese. Hoy en día me parece curioso que la prensa mencione cómo se unieron en una sola voz la de todos los colombianos para gritar por la liberación de los colombianos. Comparto lo primero, parece que hubiera sido una sola voz, y no la de todos los colombianos que asistimos a las manifestaciones, al menos en lo que respecta a Bogotá.
Pensaba, también, como serían las manifestaciones en el resto del país. Me imaginaba la costa atlántica colombiana llena de descamisados con acordeones y tamboras gritando y cantando por la libertad de los secuestrados, con arengas como “Cano: libéralos ya, noo jodaaa”, o cómo en Medellín y Cali podían estar nuestros connacionales gritando, sin temor, sin pudor, y sin “culillo” alguna arenga específica inventada por ellos, haciéndose sentir como individuos libres y no como masa inerte.
Pensaba en todo ello mientras degustaba el último sorbo de cerveza que me quedaba, y la única respuesta que pude emitir, sin encontrar mayor contradicción fue “sin duda, esto es una marcha a la bogotana”.
Retomando el tema de la libertad, al cual se hará inevitable referencia de aquí en adelante, es importante tener en cuenta lo ocurrido el día de ayer, no solo en el país, sino en el mundo. Parece claro que finalmente el pueblo colombiano vive una especie de catarsis que resultaba imperiosa desde hace tanto tiempo. Los medios lo aplauden hoy, la aceptación a gran escala de una convocatoria prevista para enviar un mensaje. No estoy seguro si el mensaje habría de ser “simplemente claro” o “claramente simple”. Lo importante, era su contenido. Libertad para todos los secuestrados. Algunos otros de quienes acudieron a la convocatoria, tendrían sus motivaciones internas que constituían un elemento más de esa catarsis grupal que se quería vivir.
No obstante, no puedo compartir aquí las consideraciones, ni los alcances que los medios le quieren dar a este evento. En primer lugar, quisiera dedicarle unos momentos a intentar descifrar si realmente estuvimos ante una marcha, o en su defecto, saber qué fue lo que ocurrió ayer en Bogotá. En primer lugar, hablo de Bogotá, pues fue allí donde tuve la oportunidad de analizar el evento, cuyas impresiones comparto aquí.
Una característica esencial de una marcha, en términos generales, es que el ruido –llámese pitos, silbatos, silbidos, gritos– es ingrediente esencial. Al menos, el desorden ordenado por un trayecto común, es casi indispensable. Ayer no ocurrió esto. De hecho, la jornada parecía más una caminata ecológica, o un paseo cultural, que una marcha. Tuve la oportunidad de acudir en compañía de un amigo, su novia y una amiga de ella, que por cierto, es extranjera. A medida que caminábamos por las calles de la ciudad, tuvimos la oportunidad de departir sobre diversos temas, tales como, la eventual posibilidad de diseñar una camiseta para la próxima marcha que vaya a convocarse, la goleada de Santa Fe a Nacional, y sobre los cambios climáticos mundiales –este último acompañados de una fría cerveza que podía conseguirse en cada esquina– de forma tal que no resultaba extraño que el evento fuera la oportunidad también para un fashion show canino.
La caminata o marcha, como quieran llamarla, fue entretenida, y quienes participamos sentimos que contribuíamos en cierta forma a enviar un mensaje. No obstante, insisto en la idea, como lo compartí ayer con mi gran amigo, que este evento nos permitió conocer una fotografía clara del bogotano promedio, especie que cada vez me resulta más molesta. Veamos: Las banderas, las gorras, las pancartas y los silbatos, constituyeron un accesorio a la vestimenta habitual. Era necesario observar si la bandera iba amarrada al cuello, como un cinturón moldeando las caderas de alguna mujer, o si se amarraba al bolso recién comprado en un centro comercial. También era imperioso revisar si mi vecino tenía mejores gafas oscuras que las mías –aunque por cierto alguno de esos vecinos debía estar utilizando las que me robaron hace unos meses– o si el premio mayor se lo llevaba el combo gorra y gafas Oakley, o si tal vez lo mejor era diversificar el riesgo con una gorra Nike, gafas Police, Jeans Diesel y chaqueta Yves Saint Laurent. Francamente, de moda no sé mucho, pero tengo claro que mi indumentaria no merecía siquiera una medalla de bronce.
En segundo lugar, la “fantochería” de mis conciudadanos y vecinos, reafirmada cada vez que volaba a nuestro alrededor algún helicóptero con cámara, momento en el cual el patriotismo nuevamente afloraba y las banderas y pancartas y silbatos recobraban su función primigenia, me obligaba a interrumpir la conversación propia de jurados de reinado de belleza que sostenía con mi amigo, acerca de cuál de las manifestantes debía alzarse con la corona. Debo confesar que eran los únicos momentos que me resultaba imposible mantener una conversación por falta de audio. Una vez se iba el helicóptero, las banderas, silbatos, pancartas volvían nuevamente a ser el accesorio de vestuario, y nuevamente podíamos conversar acerca de la paternidad del “Bolillo” sobre su hermano “Barrabás”.
En tercer lugar, no debo dejar de destacar la importancia que tenía la convocatoria a esta clase de eventos, para efectos de tomar las correspondientes fotos que ya deben haber sido subidas al perfil de Facebook, Hi5, MySpaces, o cualquiera de los portales sociales al que pertenezcamos. Respecto de este punto, vuelvo a mi concepción que parece un paseo urbano o caminata ecológica, mas no una marcha. Retomo aquí unas palabras que han mencionado grandes psicólogos, psicoanalistas o simplemente personas que conocen el comportamiento humano. Entre los primeros, Freud lo dijo, y entre los últimos, el señor Dale Carnegie, gran “radiólogo” del comportamiento humano también lo dijo: Una de las causas principales, si no la principal, por los que una persona decide hacer algo, es por satisfacer su propio deseo de importancia. Me pregunto constantemente, si ese deseo de importancia de cada uno de nosotros es el que nos hace chiflar solo cuando pasa el helicóptero, solo gritar arengas cuando tomamos la foto para Facebook, o si son simples coincidencias malinterpretadas. Será que todos marchamos por nuestros compatriotas secuestrados, o si
Mientras escribo estos breves comentarios, y recuerdo el himno nacional cantado por nuestra insigne compatriota miamense del río de la plata, quien tal vez, al igual que muchos de nuestros bogotanos, quiso reivindicarse por dejar pasar el concierto de la frontera sin justificación alguna, retumba en mi cabeza la incesante inquietud que nos manifestara nuestra compañera mexicana, acerca de la metodología de esta marcha. “Es la primera vez que marcho” –decía ella. Mi amigo me contaba anécdotas sobre celebraciones en Europa, y venían a mi cabeza las marchas contra Chávez en Venezuela, o las manifestaciones en Argentina, o incluso las mismas marchas mexicanas, todas cundidas de gritos, pasión, brincos, sudor, lágrimas.
De otra parte, sin embargo, recordé también cómo contra la guerra de Vietnam se presentó una inmensa manifestación llena de drogas, sexo y rock, como ocurrió en Woodstock, y también cómo Gaitán lideró la marcha silenciosa hace más de medio siglo en este misma ciudad. En esos casos, el propósito claro era ese. Hoy en día me parece curioso que la prensa mencione cómo se unieron en una sola voz la de todos los colombianos para gritar por la liberación de los colombianos. Comparto lo primero, parece que hubiera sido una sola voz, y no la de todos los colombianos que asistimos a las manifestaciones, al menos en lo que respecta a Bogotá.
Pensaba, también, como serían las manifestaciones en el resto del país. Me imaginaba la costa atlántica colombiana llena de descamisados con acordeones y tamboras gritando y cantando por la libertad de los secuestrados, con arengas como “Cano: libéralos ya, noo jodaaa”, o cómo en Medellín y Cali podían estar nuestros connacionales gritando, sin temor, sin pudor, y sin “culillo” alguna arenga específica inventada por ellos, haciéndose sentir como individuos libres y no como masa inerte.
Pensaba en todo ello mientras degustaba el último sorbo de cerveza que me quedaba, y la única respuesta que pude emitir, sin encontrar mayor contradicción fue “sin duda, esto es una marcha a la bogotana”.
1 comentarios:
Un humor metafórico con comentarios "...claramente simples o simplemente claros..." Tan claros o tan simples que se nos pasan inadvertidos frente a nuestros ojos acostumbrados a la rutina, y que tal vez por este mismo motivo ante cualquier intento por salir de la misma, tratan de mirar otras realidades pero no lo logran porque finalmente siguen siendo los mismos ojos; o porque no saben - o no quieren - mirar de distintas formas; o porque no consiguen en su defecto sino miradas desdibujadas, para mal. Pero no todo es tan malo, supongo que generalmente los primeros intentos no siempre son tan exitosos como quisiéramos.
Estoy de acuerdo con el carácter "fashion" que últimamente toman todos nuestros eventos, de hecho recuerdo el comentario de alguna de nuestras presentadoras de farándula con ocasión del asesinato de los diputados, quien después de dar sus condolencias a los familiares inmediatamente después procedió a darle las gracias a su patrocinio en ropa y describió con lujo de detalles que ella también lucía un hermoso jean azul de no se qué características y una camiseta blanca con no se qué otras demás, como era característico en esa marcha. DANTESCO!. Sin embargo, debo confesar que para mí fue extraño ver los noticieros y comprobar que sí, que sí es cierto que en Colombia se ríe tanto o más de lo que se sufre. Que sí es uno de los países mas felices del mundo aunque quisiera saber si las matemáticas operan también en este sentido: que la felicidad de algunos es tanta que sumada y dividida entre la tristeza de otros o muchos tantos mas, puede dar aún valor positivo. Quisiera saber cuál es la tendencia que aquí se aplica, si es una media, moda o mediana, o simplemente la misma moda de verlo todo con ojos “color de rosa”. ¿Debería disgustarme esta superficialidad para tratar la realidad? Supongo que sí, pero es este mi espacio para confesar que no, que no me gusta del todo, pero que tampoco me desagrada. Porque viendo esas imágenes, viendo los noticieros reconocí al país que quiero tanto y algunas otras veces odio tanto; es una particular manera de llevar las cosas, que nos distingue y que forma parte de nosotros, como un ADN cultural que creo que debemos conocer para criticar y borrar lo malo e incentivar lo bueno. Yo nunca había visto un carnaval por la tristeza, era como si nuestros cantantes fueran las plañideras de todos nuestros dolores; eso me pareció hermoso.
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