martes, 3 de noviembre de 2009

Y mientras tanto, ¿en qué pensamos?

En la actualidad cualquier abogado, o estudiante de derecho, podrá afirmar sin temor a equivocarse –al menos en Colombia– que vivimos en un Estado Constitucional de Derecho, lo que implicará que el principio de la supremacía constitucional (en caso de contradicción entre la Constitución y cualquier norma de inferior jerarquía, prevalece el texto constitucional).  Probablemente, eso nos permitiría ganar sendos aplausos en un recinto plagado de eruditos constitucionalistas e historiadores del derecho.  Sin embargo, la realidad dista mucho de ser así:




Si el problema radicara exclusivamente en la posición del gobierno, se diría que el problema sería de política interna.  No obstante, observa esta gaviota con preocupación que el asunto trasciende de la esfera netamenta política (¿?) y ha llegado a la esfera jurídica, y más que eso, a la esfera jurisdiccional.




No se equivoca Matador al proclamar severa terna, como solución.  En efecto, podría pensarse que esa terna sería igualmente inviable, por tratarse de tres ternados que pueden ser tan riesgosos para la Corte Suprema (¿Estado?) como el Procurador General de la Nación.

Y mientras tanto, ¿en qué pensamos los abogados?  Algunos litigantes sabios (¡!) mencionan que lo importante es actuar conforme a lo que la Corte espera, pues esa es la clave del éxito, al menos en los estrados judiciales.  En consecuencia, debemos ahora empezar a solicitar el desconocimiento o reconocimiento de fueros conforme a argumentos filosóficos, según se acomode a nuestro caso específico.  También debemos empezar a hablar bellezas de la acción de tutela (o amparo, según el país), si estamos ante la Corte Constitucional, o defender su residualidad si estamos ante altos jueces de la jurisdicción ordinaria.

Los catedráticos no litigantes, luchando por más y mejores avances en la teoría jurídica, confiados en que quienes ‘aplican’ el derecho hacen caso a estas teorías, y quienes litigan, despotricando de cómo todo tiempo pasado fue mejor.  ¿Cuáles son, entonces las propuestas que ofrecemos para ‘realmente’ subsanar este grave escollo?   Nuestro juramento iba en el sentido de cumplir una función social y lograr ‘la efectividad’ de los derechos de todas las personas.  ¿Será que la abundancia de líneas de investigación que demuestran o encubren los graves desequilibrios logra solucionar esto?  Pensaría que no.  A las universidades les conviene investigar más y más, así sus investigaciones no tengan un alcance pragmático.  De lo contrario, sería interesante saber por qué tantas universidades, en épocas de crisis, siguen creciendo y creciendo.  ¿Ello significa necesariamente una mejoría al estado de cosas?  Pienso que no.  Creo que jugar con el sistema es su clave.  En algún momento otro grupo de estudiantes inquietos se inventarán algo.  Mientras tanto, hay que saber cómo apostar las fichas.

Preguntamos, entonces, ¿qué estamos haciendo tantos abogados deambulando por las calles, por los estrados judiciales y por las universidades, si no podemos, o no queremos hacer nada?  Jugar según las reglas de juego, así apesten.  Claro, criticar sirve para que publiquemos libros o artículos, para dictar conferencias, o para escribir un memorial del cual nos sentimos orgullosos, aunque sepamos que será rechazado de plano.  ¿Qué hacer ante este paupérrimo estado de cosas?  De pronto la solución es ‘poner a pensar al país’ como se decía que lo hacía uno que otro reconocido político, así sus ideas fueran inaplicables.  “Régimen parlamentario”, decía alguno de ellos.  Seguramente no estaba muy informado él acerca del estado de nuestro parlamento.  Sin embargo, nos puso a pensar.

Y nosotros, los blawgers, ¿qué hacemos?  Les dejo la inquietud… 

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