Poseo una duda metódica. En realidad poseo muchas de ellas, pero por el momento me ha asaltado una de ellas de manera extremadamente poderosa. Ataja cualquier intento de conciliar el sueño, y evita que la musa de la concentración llegue a mí cuando estoy intentando realizar cualquier clase de trabajo. La duda metódica no me deja en paz. “¿Cuál es ella?”, se preguntarán algunos.
Realmente es una duda que no es nueva en su contenido, pues ha sido abordada por diferentes pensadores, de muchísima más sabiduría e inteligencia que la que pudiera llegar yo a tener. Muchos de ellos llegaron a alcanzar fama y reconocimiento por abordar de frente diversas aristas de esta espinosa inquietud. En efecto, el solo atreverse a estudiar un tema como este, sin miedo a pasar por ridículo, desocupado o anticuado, es digno de ser reconocido. Más aún, la forma en la que se aborda el tema difiere, en la medida en que la metodología de cada uno de ellos es verdaderamente diferente.
Algunos de ellos, incluso han llegado a tocar magistralmente el tema como consecuencia de que precisamente no quieren hablar de tan espinoso tema. Para poder evitarlo, deben referirse el asunto. Han podido metodológicamente delimitar su ámbito de aplicación, de forma tal que los incautos o los no ilustrados puedan identificar el terreno sobre el que se transita.
¡Ohhh duda! Quizás algunos de los lectores han padecido la sensación que yo hoy siento, de incertidumbre y ansiedad ante una duda que es clara y evidente pero cuya respuesta nos es tan esquiva como lo puede ser la eterna juventud. Tal vez hubiera podido dejarte en el olvido, relegada como tantas otras de tu especie, de no ser por los designios que me dejan ver tu maltrecha esencia en cada evento que se desarrolla ante mis ojos. No solo he podido percibir tu presencia en aquella órbita real y sensible, de la que cada día somos menos adeptos, sino que he debido toparme contigo cada vez que me desmaterializo y fluyo por esa red que a todos nos cubre pero que no podemos realmente ver.
“¿Cuál es ella?” repetirán nuevamente muchos. Es aquella que tienen mentalmente resuelta algunos en un sentido, aunque en la práctica resuelvan las situaciones en un sentido completamente contrario al inicialmente planteado. Sí, es aquella que se maneja hipócritamente por muchos para coronar reinas de belleza, nombrar funcionarios y conquistar amantes. Es la misma verdad aunque adaptada a diferentes escenarios. Es aquella que, al no resolverse permite a los creyentes pecar, y pecar y pecar sin ninguna clase de remordimiento, mientras que condenan los pecados ajenos.
Es esta duda, en su máxima expresión, la que salta a la vista cuando leemos la entrada de García Amado titulada “¿Se puede ser antikelseniano sin mentir sobre Kelsen?”. Larga pero entretenida, larga pero reveladora. Reveladora pero inquietante. Cuando finalmente, luego de una pacífica y controlada digestión de ideas, noto que la duda va asomando sus garras a la vuelta de mi mente, decido que no es conveniente pensar en ella y que resulta más conveniente entretenerme en otros quehaceres.
Lamentablemente, hay algunos de nosotros que, sin importar qué estén haciendo nuestras extremidades, si no implica un ejercicio con un grado de concentración máxima, se le otorga una inmerecida licencia a la mente para que comience a elucubrar y a conspirar contra el agobiante ‘ser’ que vivimos día a día. Soy uno de ellos, he de aceptarlo. Por ello, ¡qué mejor remedio para acallar a la conspiradora mente que ver televisión! ¿Qué mejor remedio, oso preguntarme? Cualquiera es mejor remedio, e incluso la misma televisión, pero si se sintoniza cualquier cosa excepto la programación nacional. De hacerlo, se expone uno a que la duda aparezca de nuevo, ya no solo mostrando sus garras, sino en plan de doblegar mi voluntad.
Algo así sucedió esta semana cuando huía de ella, y opté por revisar las noticias. Miré con asombro de qué manera gateaba ella hacia mí con cada noticia que se mencionaba. Nada demasiado severo, salvo cuando hablaron de una fallida moción de censura contra el Ministro Fernández, que me recordó precisamente que este último debe tener un espacio reservado en este blog, pero que se requiere algo de investigación previa, para no ser yo un simple repetidor de los medios tradicionales, que tanto nos defraudan. En ese momento, las garras que yo veía dejaron entrever una fortaleza sin par, y se aprestaron a saltar súbitamente sobre mí. No hay duda, era presa de una duda metódica. No habría de dejarme salir hasta que no lidiara de frente con ella.
Me transportó a un mundo que no había recorrido antes. Me recordó las peripecias del Procurador General de la Nación en el caso de la ‘yidispolítica’, mientras que veía al alto funcionario disfrutar de un banquete. Trasegó ella conmigo por valles, colinas y llanuras, hasta pasar por un punto geográfico que me era desconocido en ese momento, y que tan solo identificó como ‘la encrucijada del alma’. Creo que he sido uno de los afortunados que ha logrado atravesar la encrucijada, y no quedarse hipnotizado por este cautivador lugar. Mi nueva maestra, ama y señora, me condujo con rigor por sendas en las que observamos a sacerdotes, pastores, rabinos, emires y muchos otros líderes espirituales, aunque estos habían matado y robado, pero gozaban de las mismas bienaventuranzas de los demás, a pesar de su pasado.
Habiendo sido doblegado por la duda, y transitando por los caminos por los que a bien tuvo guiarme bajo su yugo, sentí la necesidad de comparar mi experiencia con aquella vivida por el divino poeta, Dante Alighieri, aunque dando gracias a Dios que mi experiencia era mucho más grata que la que hubiera vivido aquél. Me pregunté el porqué de esa distinción. ¿Por qué en el caso de él, vio ejemplificada la justicia divina en su trasegar, pero en mi caso, veía el premio a la injusticia y a la desfachatez? Afrontar la duda me generaba más dudas, pero estabas llegaban y se iban a medida que caminaba por este escenario.
“¡Ohhh duda! Me utilizaste y me dejaste como al principio, aunque derrotado y cansado”. ¿Que cuál duda?, todavía insisten algunos. Está bien, está bien, estoy cansado y me declaro formalmente derrotado. No existe ningún Savater que pueda consolarme a estas alturas.
La duda que ha generado tanto en mí es: ¿Qué sentido tiene en el mundo actual predicar la existencia de la ética o la moral?
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