La práctica jurídica es curiosa porque todos los días presenta un reto diferente, y en la medida en que se realizan las gestiones para superar el reto, encontramos algo que nos permite cuestionarnos. Desde pequeños, se puede aprende, aunque sin perspectivas claras del porqué, que la vida es complicada, por definición. Es en ese momento donde inicialmente se empieza a formar el carácter del individuo acerca de cómo va a afrontar la vida.
Encontramos, por ejemplo, al niño o a la niña que adquiere rutinas que denotan disciplina de estudio. Evidentemente, la persona empieza a demostrar fortalezas, y genera admiración en quienes lo conocen. Hasta allí, el tema parece excelente. El problema surge cuando estos hábitos y estas potencialidades comienzan a ser medidas. Encontramos en el colegio sistemas de calificación que nos permiten establecer teóricamente qué tanto se aprendió. Llámese sistema numérico, alfabético o alfanumérico, en cualquier caso estamos realizando mediciones.
Las mediciones generan inevitablemente la competencia, a pesar de no ser diseñadas para esta finalidad. En su esencia, lo que interesa al individuo es qué tan bien progresa respecto de los objetivos propuestos, nada más. Sin embargo, en muchos casos la medición y el éxito llevan a que las personas no se esfuercen por ser lo mejor que pueden llegar a ser, sino simplemente por ser los mejores, y punto. Encontrarán una marcada diferencia psicológica entre unos y otros.
Quien aspira a ser el mejor no puede con la derrota. La derrota no implica, para él o ella, una posibilidad de mejorar, sino simplemente implica un fracaso. Genera malestar y amargura, y obsesiones internas por jurar que esto nunca va a volver a ocurrir. Quien así piensa, normalmente siempre mantendrá un esquema de vida según el cual tiene que llegar a la cúspide, porque allí hay que llegar. Normalmente, este individuo no se detiene en mayor medida a pensar para qué quiere llegar a la cúspide.
Quien aspira a ser el mejor que puede llegar a ser, en cambio, suele ser una persona que puede convivir con el fracaso, pues para él es una oportunidad más para superarse y enfrentar otra clase de obstáculos. Quien así piensa, suele ser un individuo que, al igual que el anterior, traza una serie de puntos en su mapa de vida. A diferencia de aquél, en cambio, no se encierra en el pensamiento de estar ya allá, sino que entiende, como lo entendieron los sabios orientales, que toda gran aventura y toda gran empresa se inicia con un paso. Lo importante es el proceso de llegar. Quizás por eso, cuando estos individuos en ocasiones llegan a la cúspide, porque no siempre llegan, tienen una meridiana claridad acerca de para qué es que se quiere llegar allí.
Se preguntarán por qué me detengo hoy a referirme a estos aspectos, que para muchos pueden ser banales, pero para otras personas implica un contenido completamente diverso. Nos encontramos en Colombia en un momento en el que las campañas políticas, tanto para Congreso como para la Presidencia, se encuentran en un momento crítico. En efecto, el país durmió durante mucho tiempo, creyendo que el Estado iniciaba y terminaba con Uribe, y no concebían la realidad de otra manera. Ahora, en un momento en el que se sabe que Uribe habrá de dejar de mandar, y concientes de que la vida continúa, se ha agitado el pueblo. Se buscan respuestas, se buscan propuestas, se busca tranquilidad.
Al revisar algunas campañas políticas, encontramos individuos que nos juran que han de servir al país. Miradas patrióticas, fotos conmovedoras, y una promesa de servicio. Esta clase de campañas buscan seducir, mas no buscan convencer. Otros candidatos, en cambio, no suelen promocionar su carácter servicial. Buscan mostrarnos cómo podrían ayudar. Son aquellos que realmente muestran planes y proyectos. Por supuesto, algunos nos gustarán y otros no, es tan solo natural. Sin embargo, estos candidatos buscan convencernos y no seducirnos. Normalmente, cuando alguno de estos últimos nos gusta, podremos entablar un diálogo argumentado con otra persona para mostrar por qué nos gusta o no nos gusta. Ante los primeros, seguramente opinaremos que nos gusta o no nos gusta, pero con absoluta sinceridad, es probable que no sepamos bien por qué.
Por supuesto, la política implica un juego de pasiones. Sin embargo, no se trata solo de pasiones. Por ello, es importante poder buscar a aquél que quiere ser el mejor que puede ser. El político que cumple estas características, normalmente trascenderá como un estadista, y no como un político. Los otros podrán llegar a ser grandes políticos, muy reconocidos, pero nunca estadistas.
Con los abogados ocurre algo parecido. Ya desde hace varios años, Don Angel Ossorio escribía que no todo quien pase por una facultad de derecho y se gradúe puede ser llamado ‘abogado’, pues la abogacía no es una profesión sino una vocación. Dirá él que solo aquél que realmente tiene un llamado real por la consecución de la justicia, dentro de un marco ético, podrá utilizar los instrumentos que la ley consagra, para ser un abogado. A eso le agregaría, que el abogado es aquel que ve en la justicia un objetivo de todos los días, y no un argumento para trazar estrategias. Lamentablemente, sin embargo, las facultades de derecho están diseñadas para producir técnicos en derecho, y no abogados. Se enseña que los juicios se ganan y se pierden, no que se viven. Se enseña que las teorías jurídicas se revalúan o se acogen, no que se discuten y se digieren. Se enseña que el juez toma decisiones vinculantes, y se analizan los efectos de sus decisiones. No suele enseñarse cómo es que realmente administran justicia.
Siendo así las cosas, nuestra formación académica y cultural nos lleva a que casi siempre triunfen los ‘mejores’ y no los que son ‘lo mejor que pueden ser’. Es fácil identificar al abogado que está en uno u otro grupo. Los ‘mejores’, normalmente redactaran memoriales o sentencias con características de “yo puedo, y usted debe”. Quienes buscan siempre ser lo mejor que pueden ser, probablemente formulan esa frase al estilo “porque debo, puedo”. Solo ellos saben que esta fórmula implica necesariamente una comunicatividad y una dialéctica que lleva al interlocutor a responder, haciendo o dejando de hacer. Sin embargo, no suele imponer. Convence.
En el ingreso inmediatamente anterior, titulado “El juego de la libertad”, he mostrado ejemplos de dos jueces con poder, y la forma en que cada uno de ellos ha ejercido el poder de su cargo. Conviene que reflexionemos si en nuestras vidas, buscamos ser los mejores, o si buscamos ser lo mejor que podemos ser. En ocasiones, las dos se unen, pero normalmente las personas que llegan a ese nivel, no suelen interesarse mucho por verificar si efectivamente se encuentran en ese nivel o no. Simplemente lo demuestran.
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