Antes que nada, debo disculparme por la demora en volver a sobrevolar la blogósfera. Ha sido una semana llena de bastantes sorpresas, y con abundante ausencia de tiempo. En cierta forma, agradezco esta falta de tiempo, porque me ha permitido reformular en mi cabeza la idea que hoy pretendo exponer.
No seré popular por lo que voy a decir, pero nunca se ha tratado de ser o no serlo, sino de permitir compartir mis ideas respecto de ciertos temas. Personalmente, luego de lo demostrado el pasado fin de semana en el país, considero que la democracia definitivamente no sirve aquí. Desde que estudié en la universidad acerca de las ideas políticas, siempre he concluido que la monarquía sería mucho mejor. Con ello no quiero afirmar que me hubiera fascinado vivir en una colonia española que trata peyorativamente por los ibéricos. Me da lo mismo que vivir en una república independiente colonizada económicamente por los ibéricos y por los norteamericanos, y que también nos tratan peyorativamente. El problema es que hace 200 años decidimos teóricamente ser independientes, pero nuestra servil mentalidad exige que alguien nos diga qué hay que hacer. Nos gusta pensar que somos libres, pero siempre que el Tío Sam o su majestad nos certifiquen que lo somos.
Aclaro: la democracia per se, me parece genial. Lo que no me parece genial es que sea un pecado no creer en ella. Por supuesto que es un modelo fabuloso, pero si le incluyéramos el componente de que al pueblo realmente le interesara gobernarse y elegir lo que es bueno para ellos. En Atenas, se trataba de 50.000 personas que les interesaba inmiscuirse en los asuntos públicos y en los asuntos privados. En verdad, les interesaba participar en lo político. El pueblo quería gobernarse.
En Colombia, modelo 2010, tenemos 30 millones de potenciales votantes. Cuando de 30 potenciales votantes salen 13 millones a votar, sentimos que hemos fortalecido la democracia. De hecho, se habla de la fiesta de la democracia. Personalmente, me parece una pésima fiesta. Un abstencionismo que supera el 60% (algunos hablan de 66%) me indica que a más de la mitad de la población no le importa quiénes los representen en el Congreso. Cuando llego a esa conclusión, debo poner en contexto que el Congreso, por esencia, es el órgano de representación del pueblo. En otras palabras, en cualquier esquema que se acoja, el más democrático de los órganos de poder, es el Congreso. En nuestro país, hemos demostrado que no nos interesa participar en la conformación del más democrático de los órganos.
Por eso, sorprende cuando tantos ‘ilustres’ o ‘pensadores’ o ‘ilustres pensadores’ quieren montar en el país un esquema parlamentario. Por supuesto: 33% de la población elige el Congreso, y de allí, se requerirían mayorías para elegir a un Primer Ministro. En consecuencia, un 20% aproximadamente, montaría o tumbaría a un gobernante. Eso me parece poco serio. Si se trata de eso, volvamos al voto calificado. Esta última modalidad de votoa era la más discriminatoria en materia de elecciones; sólo podían votar los dueños de tierras, que fueran varones, mayores de edad. Evidentemente, eso cambió para permitirle a TODO el pueblo participar. El problema es que al pueblo no le interesa hacerlo.
Veamos ahora ese 33% (por ahora me acojo a las cifras que conozco) de votantes. De este porcentaje de personas a las que sí les importa tener poder decisorio sobre quiénes manejan el país, encontramos que hay un sinnúmero de personas que les gustaría elegir, pero votan mal. Esuché en la radio que hubo alrededor de 1,5 millones de votos nulos en las pasadas elecciones. Esto me preocupa mucho, porque siendo absolutamente claros, me resulta increíble que 1,5 millones de personas fallaran en marcan un tarjeton con 1 o 2 equis, dependiendo de si se trataba de un voto preferente. Estoy de acuerdo en que los tarjetones no eran claros, y no tenían foto, pero no por ello puedo excusar que las personas fallen en marcar una o dos equis en un papel.
Me preocupa mucho, porque eso me permite divagar acerca de qué tan sopesada e informada puede ser la elección de una persona en estas condiciones. ¿Será que revisan las propuestas de los candidatos? ¿Será que revisan quién representa sus deseos en materia de seguridad, salud, educación, empleo o inversión social? Me queda la duda.
Aparte de los que no pudieron votar adecuadamente, por tratarse de votos nulos, están los que sí saben votar pero venden su voto. De todos los analizados hasta el momento, estos son los más canallas e insensatos. Cambiar un voto por un tamal, o por $20.000, es ridículo. Es una falta de respeto por sí mismo, y por supuesto, a ningún analista le permitira sacar conclusiones muy halagadoras de esta fiesta de la democracia.
Por último, están los votos corruptos. 8 curules para el Senado obtuvo el nuevo partido PIN, creado a partir de la unión de los exparlamentarios inmiscuidos en líos de parapolítica, narcotráfico, u otros. La mayor votación del Partido Liberal fue de la esposa de otro congresista condenado por parapolítica. El cuestionado senador Hernán Andrade, Presidente del Congreso, premiado con otra altísima votación. Estos votos sumados, siguen restándole a la cifra de votos válidos.
A manera de conclusión, entonces, tenemos que en Colombia eligió el 34% de votos posibles. De ese 34%, hay muchos votos nulos, muchos votos vendidos, y otros tantos votos emitidos a favor de personas o partidos altamente cuestionados. No me culpen, entonces, por pensar que la democracia aquí no funciona. Prefiero un sistema menos bueno, pero que funcione, y no seguir creyendo que tenemos los niveles de seriedad de los países escandinavos, y una cultura democrática al estilo norteamericano.
Por supuesto, todo ello sería evitable, si este se tratara de un país de personas educadas. El problema principal es la falta de educación, y ese problema, no lo resolverán desde arriba, porque a esta élite le conviene seguir contando con un pueblo feliz e ignorante, que puedan mantener tranquilo con pan y circo. Lamentablemente, educación no es solo poder aprender un oficio. Educación es capaz de entender medianamente el mundo que nos rodea, y poder tomar decisiones acerca de qué rumbo tomar. El país demostró lo desorientado que está. De lo contrario, que alguien me explique por qué razón habría uno de votar por Andrés Felipe Arias, a sabiendas de que ninguna propuesta suya es suya, y conociendo el nivel de los escándalos que lo rodean.
En definitiva, no fue la fiesta de la democracia. Por el contrario, la democracia está de fiesta, y desde hace rato.
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