Señor Decano,
He tardado algo más de dos años en escribirle, pues he querido reflexionar sobre la pertinencia de la inquietud que pretendo transmitirle hoy a usted. Entenderá que tomarse más de 100 semanas en adquirir la resolución necesaria para intentar condensar los pensamientos en unas breves líneas, es algo que no acostumbro hacer. Sin embargo, luego de observar y contemplan los hechos vividos en recientes días, me arrepiento de la hesitación que me ha atacado en recientes días. Me disculpo desde ya por ello.
Inicio mi suscinta presentación con una anécdota que me relatara un abogado allegado. Enfrentado ante la coacción y la amenaza ajena, un señor cualquiera acudió en su auxilio para solicitar su asesoría jurídica. La idea era evitar que el agresor continuara a sus anchas agrediendo, amenazando e intimidando. Ante esta situación, mi colega optó por acudir al derecho policivo como mecanismo preventivo. Luego de revisar las normas y los hechos con detalle, optó él por formular una querella. La funcionaria de turno hizo todo lo posible por no aceptarla, utilizando argumentos que no los son, valiéndose del poder de su investidura para obligarlo a ceder.
Como consecuencia, el funcionario perezoso logró que el abogado se viera obligado a ceder su asesoría a otro togado (amigo de la primera). En cuestión de días, este último logró arreglar el asunto. Recuerdo que al abogado finalizó su historia como lo podría haber hecho una canción de salsa de Rubén Blades, con una frase que resume lo anterior, y que precisamente le fue dicha a él por su antiguo cliente. “Lo importante no es lo que sabes sino a quién conoces”.
Comprenderá usted que como una persona allegada al derecho y a la academia, me resulta difícil digerir lo que expone mi amigo. ¿Alguna vez le han dicho esto a usted? ¿No es verdad que resulta cuando menos sorpresivo escuchar que la universidad se ha convertido en un mero trámite para obtener una tarjeta plastificada que le permite hacer y decir lo que sea, a título de abogado? Yo, por lo menos, sí me sorprendí.
Recordé un caso que viviera mi alter ego, no hace mucho, en donde manifiesta él que la ignorancia ha llegado bien lejos. No recuerdo bien quién era el funcionario, o cual era su jerarquía. Lo que sí repercute en la mente del togado era que se trataba de un recurso de apelación. Luego, en consecuencia, quien decidía era superior jerárquico de ‘alguien’. Presumía él que eso implicaba mayor seriedad en la elaboración de argumentos. Sin embargo, me comentaba que era curioso ver con qué vanidad se decidía la apelación, sin mencionar una sola prueba, sin tomar en cuenta los argumentos del funcionario de primera instancia, sin toman en cuenta sus argumentos como no-recurrente. Es más, la vanidad era tal que el funcionario ni siquiera tuvo en cuenta los argumentos de la parte recurrente. En consecuencia, el producto del trámite de la apelación implicó una decisión completamente novedosa y novelezca, basada en el buen o mal criterio del funcionario.
Yo me pregunto, señor decano, y me gustaría que usted se hiciera partícipe de mi inquietud: ¿Por qué estamos permitiendo que esta clase de individuos lleguen a este nivel? Recuerdo que los textos clásicos que debíamos leer (al parecer no todos debimos hacerlo) en nuestras clases, hacían referencia a cómo es mucho peor la injusticia cometida en nombre de la justicia, que aquella que es cometida por ciudadanos descarriados. Anteriormente se enseñaba en las aulas de las facultades, como la que usted preside y administra, que la justicia, la validez y la eficacia eran tres criterios diferentes del derecho (en sentido general) y de la norma jurídica (en sentido particular). Ahora, resulta que lo ‘justo’ es lo que diga el operador jurídico, independientemente de lo que diga. ¿Debemos limitarnos, señor Decano, a enseñar que somos unos perros falderos que ante un silbido nos sentamos, y ante uno largo y uno corto aprendemos a dar la mano?
Desde julio de 2008 escribo en un blog (bitácora virtual) sobre asuntos relacionados con justicia, derecho y política, entre otros temas. Lo invito a que lo conozca y me deje sus comentarios, si así lo desea, siga el enlace que lo lleva a “Picotazos de Gaviota”. Hace solo unos días, de manera premonitoria, en un ingreso reciente, recordaba la tragedia que vivió nuestro país hace 25 años. Vimos arder la sede de las Altas Cortes, mientras guerrilleros y militares se disputaban puntos estratégicos y las bajas empezaban a crecer.
En aquel entonces, las reglas se rompieron de manera desastrosa y sin ninguna clase de representación. Sin embargo, me tranquiliza saber que tanto en ese entonces como hoy, sabemos que las reglas se habían roto. Me tranquiliza, no por saber que se quebraron, sino porque conocíamos cuál era la regla, reconocíamos el derecho como algo válido y justo. Hoy, en cambio, todo es una gran nebulosa, y requerimos de mentes aventajadas para que nos impongan su parecer. La sociedad disfruta de los despotismos postmodernos, y de los jueces-Hércules.
Observo con preocupación que la universidad se presta hoy para ello. Las campañas políticas exigen que haya más gente capacitada. Eso es fabuloso. El problema no es que se exija más cobertura en materia de capacitación, sino que el mensaje que se está recibiendo es que “abarcar más” implica “graduar a más”. Qué tan bueno sean, es algo que están dejando librado al azar. Siguen creyendo que en materia de educación profesional ocurre como las leyes de mercado que analizan los economistas. El bueno se cotiza y el malo sale del mercado. ¿Puede usted categóricamente desmentir (ruego que así sea) a un amigo que en el pasado me afirmó que era funcionario público porque no tuvo el ‘aguante’ ni el coraje necesario para ser litigante particular?
Recordemos, señor Decano, que la economía se funda en supuestos. Por ejemplo, uno pensaría que esta la selección sería funcional en materia de los abogados, si el mercado pudiera determinar qué es bueno y qué es malo, o mejor, quién es bueno y quién es malo. Lo invito, señor Decano, a que revise el listado de quienes son considerados los mejores abogados del país. Cada cierto tiempo, las revistas de opinión suelen sacar listados al respecto. ¿Es esa la clase de abogados que quiere formar su universidad formar? ¿Queremos a un Karate Kid, a un Litigante de columnas de opinión? ¿Queremos mentes brillantes que se venden al mejor precio?
Me gustaría saber cuál es la clase de abogado que piensa formar esa universidad. ¿Son ustedes de aquellas facultades que considera que estudiar Obligaciones, o Teoría del Estado es algo anticuado, y que es mejor remplazar esas clases por Derecho Comparado y Derecho del Espacio? ¿Sabe usted cuántos de los abogados que usted ha graduado han sido sancionados disciplinariamente? ¿Sabe usted por qué causa? ¿Evalúa usted a la planta de profesores bajo su mando? ¿Qué criterios utiliza? ¿Qué hace con esas evaluaciones? Le da usted prelación a los profesores de planta o a los externos? ¿Por qué? ¿Qué trascendencia tienen las investigaciones que realizan al interior de la facultad? ¿Quién elige sobre qué se investiga?
Evidentemente, todas estas son preguntas que no debe usted responderme a mí, pero que sí debe estar en capacidad de responder a los miembros de su comunidad estudiantil, y sobre todo, a los futuros estudiantes. No basta hoy decir que son ustedes tradicionales, que publican muchos libros, que tienen un bonito campus o que son los que más pagan a sus docentes. Por supuesto, que todo ello es importante, pero lo es más el resultado de la operación.
Señor Decano, me preocupa saber que al igual que ocurría en la edad media, las investiduras se venden. Me preocupa que la calidad se confunda con cantidad. Anteriormente se generaba la discusión entre la diferencia que puede existir entre derecho y moral. Me preocupa que actualmente se deba empezar a escribir entre la diferencia entre derecho y capricho. Creo que la flexibilidad curricular no da para que debamos sacrificar unos mínimos de conocimientos y un mínimo de valores.
Espero que este mínimo de inquietudes, esbozadas de manera desordenada y poco elaborada, le permita a usted, hombre de mayores y mejores calidades, poder traducir las críticas de fondo. Espero que siendo usted una persona comprometida con la educación y no con el negocio educativo (para eso hay otras instancias), sepa usted poner a buen uso las ideas o las inquietudes que considere que puedan servir para el mayor beneficio de los estudiantes que pagan una matrícula creyendo que puede usted guiar sus estudios de la mejor manera.
Cordialmente,
Gaviota Jurídica
Profesor ‘del montón’
Abogado litigante ‘cualquiera’