Han transcurrido varios años (no diré exactamente cuántos) desde que por primera vez leí el libro de Gabriel García Márquez que le valió el reconocimiento del Premio Nobel de Literatura. Se trata de "Cien Años de Soledad". El libro, que posee algunos elementos que me llamaron mucho la atención cuando por primera vez lo leí, tenía uno en especial que siempre me ha acompañado a donde sea que voy. Se trata del inicio del libro. De hecho, de una manera u otra, suelo andar parafraseando ese inicio, por el contenido que genera en mí, un ave de constantes regresiones o flashbacks: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo."
Me generaba cierta hilaridad, ver que pudiera escribir uno algo sensato sobre el gran descubrimiento del hielo. Sin embargo, esa hilaridad era la que permitía que la experiencia de lectura fuera refrescante. Algún tiempo después, tuve la oportunidad de aprender sobre el realismo mágico, y todo ese movimiento que representa la obra de García Márquez. Ver la manera en que la realidad que nos propina bofetones a diario, y nos recuerda qué tan ficticias son nuestras preocupaciones, o quizá qué tan reales son nuestras ficciones, me lleva a sentir que soy un protagonista de esa misma historia, y que quizá me escribieron en una página que olvidé.
Esta semana, mi alter ego disfrutaba de un frugal almuerzo en la capital de la República. No estaba solo, sino en compañía de otro de esos compañeros que quizá fueron ideado en otro de los escritos de García Márquez. Yo (o mejor, él) estaba sentado apuntando hacia la cocina, revisando que la porción que me fueran a traer fuera generosa. El acompañante macondiano miraba exactamente a espaldas de mi alter ego. De un momento a otro, observé que la conversación se cortaba, y procedí a mirar a mis espaldas. Revisábamos alguna de las noticias judiciales que suelen acompañar los almuerzos de los colombianos. Terminada la nota, vimos algo muy parecido a lo que verán a continuación:
Video tomado del canal Youtube del Noticiero Noticinco
No era exactamente ese el video que vi. La verdad es que no conseguí exactamente el mismo, presentado como una nota de varios minutos en uno de los principales noticieros del país. Al revisarlo, me sentí como todo un coronel parado al frente del pelotón de fusilamiento. Reí, y recordé con cierta altivez intelectual que seguimos siendo un país que mira para fuera para maravillarnos de lo que ocurre en el exterior. Sin embargo, la sonrisa se fue desdibujando cuando me di cuenta que el mundo de la élite jurídica del país funciona igual.
Basta que revisemos principalmente el funcionamiento del derecho corporativo en el país. No es posible que un abogado experto en el tema terminé dos oraciones seguidas, refiriéndose al tema sin utilizar uno o dos términos jurídicos en inglés. Esos términos tienen implicaciones conceptuales ajenas al derecho nacional. Sin embargo, denota prestigio usarlas y estar habituado a ellas. En cada una de las áreas del derecho, se encuentran situaciones similares. El derecho penal, en la academia, se trata de buscar el "hielo" más rebuscado que nos pueda ofrecer algún alemán. El derecho aduanero, de vez en cuando visita el país. Lo importante allí, es ponernos a tono con lo que dicen afuera, no que la aduana nacional funcione.
Releyendo el capítulo I del libro de "Cien Años de Soledad", recordé que alguna vez, estudiando por primera vez la teoría de sistemas sociales recogido por Niklas Luhmann, escuché a dos profesores referirse a él como si se tratara del bloque de hielo que nos era revelado. Los elogios de tan magno sistema, y la manera como nos flagelábamos por la falta de neuronas que aportábamos en el país, vendría acompañada de un lapidario:
"Este es el gran invento de nuestro tiempo".
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