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lunes, 1 de septiembre de 2008

Perdón, banderas blancas y justicia internacional

El día de hoy, realizando mi habitual vuelo por los blogs que recomiendo aquí, me encuentro con un interesante ingreso que aparece en el blog DURA LEX, titulado “El perdón de los pecados”, escrito por el profesor español Francisco Sosa Wagner en el cual nos pone de presente una tendencia mundial bastante popular hoy en día, que es pedir perdón por aquello que no se puede remediar ya. Utilizando ejemplos como el de la petición de perdón elevada por el canciller francés por haber decapitado hace unos siglos a María Antonieta. Al leer el artículo, no tuve más remedio que reflexionar acerca del perdón en mi país, o mejor en mi pantano (parafraseando a Pseudo).

En Colombia ocurre un fenómeno similar al planteado por el profesor Sosa Wagner. Vemos como a la fecha, “Karina”, guerrillera desmovilizada ha sido la sensación en los medios de comunicación, porque se entregó a las autoridades, y pidió perdón por haber asesinado a cientos de personas, acabando, de paso, con la vida de cientos de familias que amaban a las víctimas de esta jefa guerrillera. Hoy aparece en comerciales y en programas de televisión, todo ello porque pidió perdón. Gaviota considera que ese perdón no puede ser real porque no es espontáneo, y adicionalmente piensa que el hecho de haber pedido perdón no implica que sea perdonada, ni mucho menos que sus deudas con la sociedad desaparezcan.

Otros casos hay en los que nos hemos quedado esperando que pidan perdón, como en el caso del exterminio de los miembros de la Unión Patriótica en los 80´s, así como en el caso de los asesinatos de Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez Hurtado o el humorista Jaime Garzón. Tal vez la regla en estos casos es que transcurridos al menos unos 50 años, alguien pedirá perdón por esto. No creo que viva para verlo.

Sin embargo, hay casos de perdón que son aún más grotescos. Miremos por ejemplo el caso de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 en 1985 que finalizó con la trágica muerte de muchas personas, incluyendo guerrilleros, trabajadores, abogados, Magistrados, así como todo aquel que se encontrara en ese lugar en ese preciso momento. El M-19 se desmovilizó, pidió perdón por ese horripilante acto, redactaron una nueva Constitución Política, y “a hacer política se dijo”. No me corresponde aquí decir si eso estuvo bien o mal. Lo terrible del asunto es que durante 20 años, se perdonó a todo el mundo, y la vida siguió adelante. Ahora, hemos decidido devolver la película y juzgar a todos aquellos que fueron verbalmente perdonados, pero no indultados o amnistiados, es decir, a los oficiales que comandaron la retoma del Palacio de Justicia. ¿Merecido? Probablemente sí. ¿Oportuno? Depende de la posición que se asuma. ¿Justo? Sin duda no lo es. La lección que deja este episodio es que el perdón, en Colombia, es temporal.

El proceso de la desmovilización de paramilitares, groseramente llamado de “Justicia y Paz”, ha generado todo menos justicia y paz. Veamos: Debido a este proceso, se ha destapado la parapolítica, que a su vez generó la respuesta contraria llamada FARCpolítica, que ha contado con un tercer ingrediente catalizador llamado yidispolítica. Como sabemos, este salpicón de procesos ha generado que el Presidente de la República y el entonces Presidente de la Corte Suprema de Justicia se denunciaran mututamente. Además, ha logrado que se destapen irregularidades en los juicios, irregularidades dentro del gobierno, irregularidades en los procesos de decisión de los congresistas, entre otros mucho temas. Es decir, nuestra propuesta de perdonar a los paramilitares ha logrado que nosotros los colombianos concluyamos que la justicia no es justa, que el gobierno que acabaría con la politiquería es el más politiquero en mucho tiempo, y que los representantes del pueblo, no representan al pueblo sino al enemigo. Bonito, ¿no? ¿Qué tal si le sumamos que un juez que debe defender la institucionalidad derivada de la Constitución, invita al pueblo a la desobediencia civil?

En este fuego cruzado de hipocresías frenteras, o de frenteras hipocresías, el Vicepresidente de la República, la Iglesia Católica y otros sectores menos apasionados le han solicitado a las cabezas del Congreso, de la Corte Suprema de Justicia y del Gobierno, que “icen bandera blanca”, y que se perdonen entre ellos. La respuesta ha sido que no. La pregunta lógica que sigue es: ¿cómo es posible perdonar a los paramilitares que han secuestrado, asesinado, reclutado menores y desaparecido personas, si no somos capaces ni siquiera de perdonarnos a nosotros mismos?

La bandera blanca, que debía ser símbolo de paz, fue tumbada antes de que pudiera izarse. La justicia, no se ve ni en las Cortes, ni en las reformas propuestas. Luego, no hay ni justicia ni paz, pero sí muchos procesos embolatados. Lo peligroso es que, como hemos podido observar, históricamente el perdón no es duradero, luego debemos prepararnos para que haya vencedores y vencidos, aunque en la realidad todos perdamos.

Se ha abierto el Acto II de nuestro concierto institucional colombiano de forma tal que hemos puesto de acuerdo a nuestras cuerdas (Rama Legislativa), a nuestro acordeón (Rama Jurisdiccional) y a nuestras voces (Rama Ejecutivo) para que lideren a nuestro pueblo con la consigna regguaetonera “PERREA mami, PERREA” mientras unos a otros se dan nalgadas entre sí y se persiguen en trencito. Sin duda, nuestros artistas son más versátiles de lo que suponíamos, y pronto entonarán otras canciones que no seguirán haciendo llorar, como ocurrió con todo el Acto I.

Es curioso, que mientras logro sobrevolar esta situación, me encuentro con el columnista Alfredo Rangel, que en la edición más reciente de la revista Semana, publica un artículo titulado “Un tigre de papel” en el que elabora una red argumentativa que le permite concluir que la Corte Penal Internacional no tiene competencia para conocer de los procesos por paramilitarismo, y menos por los de parapolítica. Cabe citar aquí el comienzo de su columna, que dice:

“La Corte Penal Internacional (CPI) no tiene nada que hacer en Colombia. Pero aquí algunos le están dando más trascendencia e importancia de la que tiene. Entre quienes promueven y quieren asustarnos con su presencia hay mucho de complejito provinciano, falta de orgullo nacional y ganas de enlodar al gobierno. O ignorancia. Son muchas las razones que hacen inútil y no pertinente su presencia en nuestro país.”

Conviene recordarle al columnista Rangel, que la Corte Penal Internacional podrá intervenir en el momento en que ella verifique que es competente para conocer de la problemática colombiana, y emita un pronunciamiento en ese sentido. Si esto llegase a ocurrir, no habrá nada que ninguna institución colombiana pueda hacer para detener a la Corte, contrario a lo que piensa el ingenuo analista colombiano. El tema, en efecto, es gravísimo. Otra cosa es que la Corte Penal Internacional vaya a conocer de los casos porque nuestros Jueces colegiales (sí, los acusetas) vayan y le lloren porque no pueden hacer la tarea como ellos quieren. Eso está todavía por definirse.

Por ahora, a esta Gaviota le tocará seguir sobrevolando el pantano, escuchando el Acto II de nuesto Opus 2008, y rogar para que algún día, alguno de nuestros concertistas busquen en el diccionario el significado de la palabra “perdón”, antes de que venga el superjuez y estrene el largometraje de Las Crónicas de Balta-ZAR.
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viernes, 25 de julio de 2008

El concierto institucional colombiano

Hoy quisiera hacer referencia a la siguiente frase que encontré en el Tratado de la República de Cicerón, y con ello, repasar por vía de algunos ejemplos el alcance actual de la justicia, objeto central de este espacio, y cómo es que en un Estado solo es posible gobernar cuando ella existe. Este texto del romano, redactado al estilo de las obras griegas en las que se describe una conversación suscitada entre varios personajes, y en donde el autor encarna sus ideas en las palabras de alguno de ellos para así exponer su pensamiento, contiene un sinnúmero de elementos valiosos que lastimosamente se difunden hoy un poco menos que los éxitos de Giovanni Ayala en las calles del centro de la ciudad.

En el caso que nos ocupa, Cicerón ha escogido a Escipión, personaje histórico romano, para exponer su pensamiento de la siguiente manera, finalizando el Libro Segundo de todo el tratado, cuando al referirse al buen gobernante, expone:

“Un solo deber le impongo, porque éste comprende todos los demás: el de estudiarse y vigilarse constantemente, con objeto de poder invitar a los demás a imitarlo, y de ofrecerse él mismo, por la limpieza y brillo de su alma y su vida, como espejo a sus conciudadanos. Porque de la misma manera que la vibración de las cuerdas, los sonidos de la flauta y las modulaciones del canto forman una armonía que los oídos ejercitados no podrían resistir si tuviese alteraciones y disonancias, y cuyo concierto y perfección resultan, sin embargo, de la combinación de muchos sonidos diferentes; así también, de la armonía de los diferentes órdenes del Estado, de su perfecto equilibrio, resulta ese concierto que nace, como el otro, de la reunión de elementos opuestos. Lo que en la música se llama armonía, es concordia en el Estado, el lazo más fuerte y robusto en toda la república, pero que no puede conservarse sin la justicia…”

Llama poderosamente la atención cómo logró Cicerón retratar por vía de símil el concepto de armonía al que la Constitución colombiana quiso hacer referencia en el artículo 113 cuando se refirió a la colaboración armónica entre las diferentes ramas del poder público para la consecución de los fines del Estado colombiano. Fíjense como las cuerdas, las flautas y el cantante del siglo I a.C. –que serían equiparables hoy a nuestro acordeón, guitarra y coros propios del Tropipop– pareciera tener concordancia con la tres ramas base del poder público. Me refiero a las ramas base, porque nuestros doctrinantes actuales referencian otros más. En otras palabras, nuestras ramas del poder público deben afinar instrumentos y ante el mismo tempo, ejecutar un verdadero concierto. La batuta, según nos dice Cicerón, no es otra cosa que la Justicia.

Una radiografía reciente de nuestro Opus 2008 permite observar, en primer lugar, la forma como el acordeón (Rama Jurisdiccional) sin duda alguna se estira y se comprime a ritmo de Puya, puesto que esta cadencia rítmica le permite ser el protagonista. Al igual que el acordeón, nuestra justicia no podría sonar si fuera toda en un mismo sentido. Requiere que la Corte Constitucional y la Corte Suprema de Justicia peleen cada 15 días para que sus Magistrados adquieran la relevancia que ellos creen merecer. Requiere que el Consejo de Estado tenga una Sección que diga que SI, para que la otra, al día siguiente diga que NO, y el Consejo Superior de la Judicatura busca desesperadamente convertirse en el aire que ingresa al acordeón, para no quedarse sin ser un par de notas que sean oídas, porque de lo contrario, “no suenan”. Lo mejor de todo es que aparte de que estas contradicciones no bastan entre sí, todavía tienen energías para que ser el dueño del show, y pasar por encima de los otros instrumentos (ramas).

Continuando con el estudio radiológico de nuestro Opus 2008, encontramos que nuestras guitarras (Rama Legislativa) invitan a saborear unas buenas rancheras, aunque a ritmo rockero, entonando de manera reiterativa la famosa Rata de dos patas, seguida de Perdón, que a su vez es inmediatamente sucedida por Que te vaya bonito. Debido a la fusión rockero-ranchera que proponen nuestras guitarras, tenemos el problema que se nos han reventado 2 de las 6 cuerdas, y vamos para otras tantas, al ritmo que va su intérprete. Parece ser que en poco tiempo, tocará dejar la guitarra en una “silla vacía” para que se termine de podrir.

No menos importante es el riguroso estudio de nuestros coros (Gobierno). Toda buena interpretación de un éxito de tropipop requiere sin duda la preparación y entonación de agudas notas frente a graves escenarios. Es por eso que todo concierto requiere de una coordinación especial por parte de personas altamente calificadas para ello. Sin embargo, la radiografía de nuestro Opus 2008 revela resultados preocupantes. De los 14 integrantes del Coro (una voz líder y trece coristas), la voz líder se encuentra pensando en la producción de su próximo disco: Tonada mesiánicas. Uno de sus coristas, ansioso de pasar a ser la voz líder, compone el futuro éxito, Cuando te di de baja, que incluye un “beat” electrónico alegórico al hostigamiento sentimental que él plantea.

Siguiendo un poco con nuestros coristas, se observa que de los doce restantes, el tema más o menos funciona así: 4 de ellos les encanta la guitarra y andan embobados viendo a ver si logran pasarse del Coro a la guitarra con cierta prontitud. 4 de los ocho restantes andan peleando con el acordeón, porque se pasa de querer ser protagonista. Y los otros 4 están realmente fuera de lugar. No tienen ni idea de lo que es cantar, pero como miembros insignes del país, son “parceritos” del que manda, o tienen nombres extraños, o simplemente son los que ayudan a controlar gavillas contra la estrella del show. La consecuencia de esta situación es que tenemos 2 personas cantando lírico, 3 regguetoneando, otros 3 cual coro de iglesia, 2 con improvisaciones de joropo, 2 cantando rock en español, otros dos fantoches cantando en inglés, y los últimos dos, con plancha “ventiada”.

Juntemos los instrumentos. El resultado es el previsible… …un desastre. Nuestra Opus 2008 ha logrado alcanzar cumbres tan altas equiparables a las grandes producciones de Aura Cristina Geithner, Amparo Grisales, y taquillazos solo comparables con colosos como la memorable Pret a Porter o Alien Vs. Depredador. No sé que tan buen músico podría haber sido nuestro querido Cicerón, pero probablemente su reacción hacia nuestro imponente despliegue musical no sería muy diferente a lo que un monarca europeo le dijo no hace mucho a un importante líder latinoamericano. De hecho, si nuestro reverenciado autor hubiese conocido las interpretaciones “tropipopeñas” de los grandes éxitos mundiales 4 ever U´rs G this, o Tu revolución Boli-valeriana, subrayaría con vehemencia la nueva tendencia de la dominio de escenario. Habría escuchado el término que va imponiendo la nueva moda musical propia del género. Similar al “Ay hombeee” vallenato o el “Claro que sí!!” propio de todo bingo, bazar o fiesta de 15, he tenido la oportunidad de escuchar cómo se encuadra este jugoso término luego de la primera estrofa del futuro éxito Corte la tercera Corte. Cuando luego de un solo de acordeón, nuestra voz líder grita: “MANAGUAAA” y responde el resto: “UEEEPAAA”, la popularidad del coro nuevamente habrá de sobrepasar al de la guitarra netamente rítmica.

Ante estas puestas en escena de “temas” o “discos” tan envidiados como el famoso cover de Noches de Cartagena por Andrea Nocetti, la mirada de todos nuestros expertos buscarán encontrar un culpable externo, que en este caso preciso será la batuta. Esa batuta que en el mundo actual llamamos justicia, es la que habrá de asumir la humillante derrota de nuestro Concierto con SOL-FA Sostenida. Recordemos cómo lo profetizó Cicerón: “Lo que en la música se llama armonía, es concordia en el Estado, el lazo más fuerte y robusto en toda la república, pero que no puede conservarse sin la justicia…”. Propongo entonces: Busquemos la batuta pronto.
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