El día de hoy, realizando mi habitual vuelo por los blogs que recomiendo aquí, me encuentro con un interesante ingreso que aparece en el blog DURA LEX, titulado “El perdón de los pecados”, escrito por el profesor español Francisco Sosa Wagner en el cual nos pone de presente una tendencia mundial bastante popular hoy en día, que es pedir perdón por aquello que no se puede remediar ya. Utilizando ejemplos como el de la petición de perdón elevada por el canciller francés por haber decapitado hace unos siglos a María Antonieta. Al leer el artículo, no tuve más remedio que reflexionar acerca del perdón en mi país, o mejor en mi pantano (parafraseando a Pseudo).
En Colombia ocurre un fenómeno similar al planteado por el profesor Sosa Wagner. Vemos como a la fecha, “Karina”, guerrillera desmovilizada ha sido la sensación en los medios de comunicación, porque se entregó a las autoridades, y pidió perdón por haber asesinado a cientos de personas, acabando, de paso, con la vida de cientos de familias que amaban a las víctimas de esta jefa guerrillera. Hoy aparece en comerciales y en programas de televisión, todo ello porque pidió perdón. Gaviota considera que ese perdón no puede ser real porque no es espontáneo, y adicionalmente piensa que el hecho de haber pedido perdón no implica que sea perdonada, ni mucho menos que sus deudas con la sociedad desaparezcan.
Otros casos hay en los que nos hemos quedado esperando que pidan perdón, como en el caso del exterminio de los miembros de la Unión Patriótica en los 80´s, así como en el caso de los asesinatos de Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez Hurtado o el humorista Jaime Garzón. Tal vez la regla en estos casos es que transcurridos al menos unos 50 años, alguien pedirá perdón por esto. No creo que viva para verlo.
Sin embargo, hay casos de perdón que son aún más grotescos. Miremos por ejemplo el caso de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 en 1985 que finalizó con la trágica muerte de muchas personas, incluyendo guerrilleros, trabajadores, abogados, Magistrados, así como todo aquel que se encontrara en ese lugar en ese preciso momento. El M-19 se desmovilizó, pidió perdón por ese horripilante acto, redactaron una nueva Constitución Política, y “a hacer política se dijo”. No me corresponde aquí decir si eso estuvo bien o mal. Lo terrible del asunto es que durante 20 años, se perdonó a todo el mundo, y la vida siguió adelante. Ahora, hemos decidido devolver la película y juzgar a todos aquellos que fueron verbalmente perdonados, pero no indultados o amnistiados, es decir, a los oficiales que comandaron la retoma del Palacio de Justicia. ¿Merecido? Probablemente sí. ¿Oportuno? Depende de la posición que se asuma. ¿Justo? Sin duda no lo es. La lección que deja este episodio es que el perdón, en Colombia, es temporal.
El proceso de la desmovilización de paramilitares, groseramente llamado de “Justicia y Paz”, ha generado todo menos justicia y paz. Veamos: Debido a este proceso, se ha destapado la parapolítica, que a su vez generó la respuesta contraria llamada FARCpolítica, que ha contado con un tercer ingrediente catalizador llamado yidispolítica. Como sabemos, este salpicón de procesos ha generado que el Presidente de la República y el entonces Presidente de la Corte Suprema de Justicia se denunciaran mututamente. Además, ha logrado que se destapen irregularidades en los juicios, irregularidades dentro del gobierno, irregularidades en los procesos de decisión de los congresistas, entre otros mucho temas. Es decir, nuestra propuesta de perdonar a los paramilitares ha logrado que nosotros los colombianos concluyamos que la justicia no es justa, que el gobierno que acabaría con la politiquería es el más politiquero en mucho tiempo, y que los representantes del pueblo, no representan al pueblo sino al enemigo. Bonito, ¿no? ¿Qué tal si le sumamos que un juez que debe defender la institucionalidad derivada de la Constitución, invita al pueblo a la desobediencia civil?
En este fuego cruzado de hipocresías frenteras, o de frenteras hipocresías, el Vicepresidente de la República, la Iglesia Católica y otros sectores menos apasionados le han solicitado a las cabezas del Congreso, de la Corte Suprema de Justicia y del Gobierno, que “icen bandera blanca”, y que se perdonen entre ellos. La respuesta ha sido que no. La pregunta lógica que sigue es: ¿cómo es posible perdonar a los paramilitares que han secuestrado, asesinado, reclutado menores y desaparecido personas, si no somos capaces ni siquiera de perdonarnos a nosotros mismos?
La bandera blanca, que debía ser símbolo de paz, fue tumbada antes de que pudiera izarse. La justicia, no se ve ni en las Cortes, ni en las reformas propuestas. Luego, no hay ni justicia ni paz, pero sí muchos procesos embolatados. Lo peligroso es que, como hemos podido observar, históricamente el perdón no es duradero, luego debemos prepararnos para que haya vencedores y vencidos, aunque en la realidad todos perdamos.
Se ha abierto el Acto II de nuestro concierto institucional colombiano de forma tal que hemos puesto de acuerdo a nuestras cuerdas (Rama Legislativa), a nuestro acordeón (Rama Jurisdiccional) y a nuestras voces (Rama Ejecutivo) para que lideren a nuestro pueblo con la consigna regguaetonera “PERREA mami, PERREA” mientras unos a otros se dan nalgadas entre sí y se persiguen en trencito. Sin duda, nuestros artistas son más versátiles de lo que suponíamos, y pronto entonarán otras canciones que no seguirán haciendo llorar, como ocurrió con todo el Acto I.
Es curioso, que mientras logro sobrevolar esta situación, me encuentro con el columnista Alfredo Rangel, que en la edición más reciente de la revista Semana, publica un artículo titulado “Un tigre de papel” en el que elabora una red argumentativa que le permite concluir que la Corte Penal Internacional no tiene competencia para conocer de los procesos por paramilitarismo, y menos por los de parapolítica. Cabe citar aquí el comienzo de su columna, que dice:
“La Corte Penal Internacional (CPI) no tiene nada que hacer en Colombia. Pero aquí algunos le están dando más trascendencia e importancia de la que tiene. Entre quienes promueven y quieren asustarnos con su presencia hay mucho de complejito provinciano, falta de orgullo nacional y ganas de enlodar al gobierno. O ignorancia. Son muchas las razones que hacen inútil y no pertinente su presencia en nuestro país.”
Conviene recordarle al columnista Rangel, que la Corte Penal Internacional podrá intervenir en el momento en que ella verifique que es competente para conocer de la problemática colombiana, y emita un pronunciamiento en ese sentido. Si esto llegase a ocurrir, no habrá nada que ninguna institución colombiana pueda hacer para detener a la Corte, contrario a lo que piensa el ingenuo analista colombiano. El tema, en efecto, es gravísimo. Otra cosa es que la Corte Penal Internacional vaya a conocer de los casos porque nuestros Jueces colegiales (sí, los acusetas) vayan y le lloren porque no pueden hacer la tarea como ellos quieren. Eso está todavía por definirse.
Por ahora, a esta Gaviota le tocará seguir sobrevolando el pantano, escuchando el Acto II de nuesto Opus 2008, y rogar para que algún día, alguno de nuestros concertistas busquen en el diccionario el significado de la palabra “perdón”, antes de que venga el superjuez y estrene el largometraje de Las Crónicas de Balta-ZAR.
En Colombia ocurre un fenómeno similar al planteado por el profesor Sosa Wagner. Vemos como a la fecha, “Karina”, guerrillera desmovilizada ha sido la sensación en los medios de comunicación, porque se entregó a las autoridades, y pidió perdón por haber asesinado a cientos de personas, acabando, de paso, con la vida de cientos de familias que amaban a las víctimas de esta jefa guerrillera. Hoy aparece en comerciales y en programas de televisión, todo ello porque pidió perdón. Gaviota considera que ese perdón no puede ser real porque no es espontáneo, y adicionalmente piensa que el hecho de haber pedido perdón no implica que sea perdonada, ni mucho menos que sus deudas con la sociedad desaparezcan.
Otros casos hay en los que nos hemos quedado esperando que pidan perdón, como en el caso del exterminio de los miembros de la Unión Patriótica en los 80´s, así como en el caso de los asesinatos de Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez Hurtado o el humorista Jaime Garzón. Tal vez la regla en estos casos es que transcurridos al menos unos 50 años, alguien pedirá perdón por esto. No creo que viva para verlo.
Sin embargo, hay casos de perdón que son aún más grotescos. Miremos por ejemplo el caso de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 en 1985 que finalizó con la trágica muerte de muchas personas, incluyendo guerrilleros, trabajadores, abogados, Magistrados, así como todo aquel que se encontrara en ese lugar en ese preciso momento. El M-19 se desmovilizó, pidió perdón por ese horripilante acto, redactaron una nueva Constitución Política, y “a hacer política se dijo”. No me corresponde aquí decir si eso estuvo bien o mal. Lo terrible del asunto es que durante 20 años, se perdonó a todo el mundo, y la vida siguió adelante. Ahora, hemos decidido devolver la película y juzgar a todos aquellos que fueron verbalmente perdonados, pero no indultados o amnistiados, es decir, a los oficiales que comandaron la retoma del Palacio de Justicia. ¿Merecido? Probablemente sí. ¿Oportuno? Depende de la posición que se asuma. ¿Justo? Sin duda no lo es. La lección que deja este episodio es que el perdón, en Colombia, es temporal.
El proceso de la desmovilización de paramilitares, groseramente llamado de “Justicia y Paz”, ha generado todo menos justicia y paz. Veamos: Debido a este proceso, se ha destapado la parapolítica, que a su vez generó la respuesta contraria llamada FARCpolítica, que ha contado con un tercer ingrediente catalizador llamado yidispolítica. Como sabemos, este salpicón de procesos ha generado que el Presidente de la República y el entonces Presidente de la Corte Suprema de Justicia se denunciaran mututamente. Además, ha logrado que se destapen irregularidades en los juicios, irregularidades dentro del gobierno, irregularidades en los procesos de decisión de los congresistas, entre otros mucho temas. Es decir, nuestra propuesta de perdonar a los paramilitares ha logrado que nosotros los colombianos concluyamos que la justicia no es justa, que el gobierno que acabaría con la politiquería es el más politiquero en mucho tiempo, y que los representantes del pueblo, no representan al pueblo sino al enemigo. Bonito, ¿no? ¿Qué tal si le sumamos que un juez que debe defender la institucionalidad derivada de la Constitución, invita al pueblo a la desobediencia civil?
En este fuego cruzado de hipocresías frenteras, o de frenteras hipocresías, el Vicepresidente de la República, la Iglesia Católica y otros sectores menos apasionados le han solicitado a las cabezas del Congreso, de la Corte Suprema de Justicia y del Gobierno, que “icen bandera blanca”, y que se perdonen entre ellos. La respuesta ha sido que no. La pregunta lógica que sigue es: ¿cómo es posible perdonar a los paramilitares que han secuestrado, asesinado, reclutado menores y desaparecido personas, si no somos capaces ni siquiera de perdonarnos a nosotros mismos?
La bandera blanca, que debía ser símbolo de paz, fue tumbada antes de que pudiera izarse. La justicia, no se ve ni en las Cortes, ni en las reformas propuestas. Luego, no hay ni justicia ni paz, pero sí muchos procesos embolatados. Lo peligroso es que, como hemos podido observar, históricamente el perdón no es duradero, luego debemos prepararnos para que haya vencedores y vencidos, aunque en la realidad todos perdamos.
Se ha abierto el Acto II de nuestro concierto institucional colombiano de forma tal que hemos puesto de acuerdo a nuestras cuerdas (Rama Legislativa), a nuestro acordeón (Rama Jurisdiccional) y a nuestras voces (Rama Ejecutivo) para que lideren a nuestro pueblo con la consigna regguaetonera “PERREA mami, PERREA” mientras unos a otros se dan nalgadas entre sí y se persiguen en trencito. Sin duda, nuestros artistas son más versátiles de lo que suponíamos, y pronto entonarán otras canciones que no seguirán haciendo llorar, como ocurrió con todo el Acto I.
Es curioso, que mientras logro sobrevolar esta situación, me encuentro con el columnista Alfredo Rangel, que en la edición más reciente de la revista Semana, publica un artículo titulado “Un tigre de papel” en el que elabora una red argumentativa que le permite concluir que la Corte Penal Internacional no tiene competencia para conocer de los procesos por paramilitarismo, y menos por los de parapolítica. Cabe citar aquí el comienzo de su columna, que dice:
“La Corte Penal Internacional (CPI) no tiene nada que hacer en Colombia. Pero aquí algunos le están dando más trascendencia e importancia de la que tiene. Entre quienes promueven y quieren asustarnos con su presencia hay mucho de complejito provinciano, falta de orgullo nacional y ganas de enlodar al gobierno. O ignorancia. Son muchas las razones que hacen inútil y no pertinente su presencia en nuestro país.”
Conviene recordarle al columnista Rangel, que la Corte Penal Internacional podrá intervenir en el momento en que ella verifique que es competente para conocer de la problemática colombiana, y emita un pronunciamiento en ese sentido. Si esto llegase a ocurrir, no habrá nada que ninguna institución colombiana pueda hacer para detener a la Corte, contrario a lo que piensa el ingenuo analista colombiano. El tema, en efecto, es gravísimo. Otra cosa es que la Corte Penal Internacional vaya a conocer de los casos porque nuestros Jueces colegiales (sí, los acusetas) vayan y le lloren porque no pueden hacer la tarea como ellos quieren. Eso está todavía por definirse.
Por ahora, a esta Gaviota le tocará seguir sobrevolando el pantano, escuchando el Acto II de nuesto Opus 2008, y rogar para que algún día, alguno de nuestros concertistas busquen en el diccionario el significado de la palabra “perdón”, antes de que venga el superjuez y estrene el largometraje de Las Crónicas de Balta-ZAR.
2 comentarios:
Gaviota es verdad lo que dices sobre el perdón. Sería bueno condicionarlo a unos requerimientos, hoy el Fiscal Iguarán realizará un acto de perdón en Medellín y de Mea Culpa por mantener al Fiscal Valencia Cossio como director de Fiscalias en Antioquia a pesar de las criticas, será válido este perdón?
Te felicitó por el blog y te invito a pasar por iureamicorum en el post sobre un Congreso de Blawgers que se realizará en Bogotá el próximo año...ya tenemos grupo en facebook, B.B Blawgs en Bogotá. Por favor escribeme al goracles@yahoo.es para ponernos en contacto y hablar más sobre el asunto,
Gonzalo A. Ramírez Cleves
http://iureamicorum.blogspot.com/2008/08/un-xito-la-reunin-de-blawgers-en-buenos.html
Parto del presupuesto que el perdón es una decisión política interna de cada individuo, o que podría equipararse a una decisión moral. Sin embargo, un perdón por salvar imagen, o por evitar consecuencias políticas, es como tutelarle el derecho a la vida a una persona que ya murió.
Esos perdones inoportunos y en ocasiones falsos, no generan compasión ni solidaridad, sino resentimiento y desconfianza. Por eso, en el pasado critiqué la marcha por la libertad de los secuestrados, porque, como el tiempo lo ha demostrado, fue un tema de autosatisfacción para muchos, de propaganda para otros, y motivo de paseo para la mayoría. Esas expresiones superficiales de solidaridad son como el perdón inoportuno o falso.
Muchas gracias por el comentario. Próximamente me contactaré para lo de la convención de blawgers.
Saludos.
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