Quizás muchas personas de las que con alguna frecuencia ingresan a este espacio estarán de acuerdo en que “algo no anda bien”. La conclusión de esta Gaviota es menos racional y mucho menos optimista: “ojalá algo ande bien”. La primera de las frases resaltada entre comillas sugiere que dentro de un esquema preestablecido, existe fundamentalmente un normal funcionamiento de la gran mayoría de elementos que lo integran, y probablemente existirán algunos problemas no determinados, pero determinables (como le gusta mencionar a más de un teórico de los contratos mercantiles). La segunda de las frases, en cambio, sugiere que dentro de un esquema preestablecido, existe fundamentalmente un deficiente funcionamiento de la gran mayoría de elementos que lo integran, y probablemente existirán algunos elementos plenamente funcionales. En este caso, si se mira desde un punto de vista general, resulta absolutamente irrelevante establecer si estos elementos funcionales son determinados o determinables. Básicamente, la segunda de las frases implica que dentro de un esquema preestablecido, en la práctica no existe ningún esquema.
Más allá de las aberraciones jurídicas a las que cada vez más me acostumbro día a día, actualmente surge en mí un sufrimiento interno de proporciones épicas, por cuanto creo que podemos actualmente reformular una máxima de Rousseau, según la cual “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Careciendo de elementos de juicio que me permitan etiquetar al “hombre”, creo que sí existe al menos algún elemento pragmático de trabajo que me permita trabajar respecto del concepto de “abogado”. Mi postura es que “el abogado nace sabio y la sociedad lo idiotiza”. Lamento aquí no contar con una línea de investigación acreditada ante Colciencias, para que se tomara en serio lo que aquí se expone. Además, ello implicaría de parte mía una intensa labor de lobby ante Coordinador de Area, Director de Area, Decano, Vicerrector y Rector. Mis ingresos no me permiten financiar tantos almuerzos, tan seguido. Por ello, trabajaré mi hipótesis por la modesta vía del blog.
Como un elemento introductorio a esta situación, me permitiré describir aquello que he denominado ’el cuadro del ascensor’. Cabe destacar, desde ya, que al hacer referencia al ‘cuadro’, lo hago (disculpen el personalismo, pero me parece más sincero que quien escribe un artículo en plural, como si fueran millares de personas los que le dictan el pensamiento al escritor) desde una perspectiva eminentemente clínica. No hago aquí referencia a rangos (militares por ejemplo), ni tampoco a ninguna obra pictográfica. Debe entenderse, por lo tanto, que no estoy anunciando mi opera prima “El General en su ascensor”, ni tampoco pretendo autopromocionar los “Trazos de Gaviota”. Con ‘el cuadro del ascensor’ pretendo transmitir una idea a los lectores, acerca de cómo este microcosmos nos permite identificar rasgos de una idiocia degenerativa, que permitirían, de cierta forma, reformular algunos síntomas propios de iusdeficiencia, como inicialmente lo expuse en este ingreso. Revisemos los principales aspectos, entonces.
1. La transgresión de libertades espaciales
He revisado con detenimiento algunos artículos sobre el comportamiento del ser humano en el ascensor, y los alcances psicológicos que tienen los instintos, respecto de este punto particular. Los invito a revisar este artículo de la página http://www.aeromental.com/, así como este artículo, muy similar, tomado del blog Fogonazos. Para revisar la fuente, en inglés, favor revisar este artículo tomado de http://www.wired.com/. Estos artículos nos ponen de presente una situación particular del ser humano, en cuanto al comportamiento en recintos cerrados. La conclusión del estudio es que al ingresar a un ascensor, el ser humano adopta conductas extrañas tales como mirar al techo del ascensor, el piso del mismo o a los botones al interior del mismo. La razón de ser deriva de un comportamiento instintivo, que puede ser atribuido igualmente a los simios.
La explicación de esta forma particular de comportarse en estos recintos radica precisamente en la necesidad de evitar conflicto. El ser humano, al igual que muchas otras especies, es conciente de su naturaleza agresiva, y bajo ese entendido, procura evitar confrontaciones no deseadas. La cercanía de dos personas en un lugar encerrado, resulta instintivamente propicio para esta clase de agresiones. Miradas de más, movimientos bruscos, o similares. Es por ello que el ser humano ha adoptado comportamientos que dan a entender que desea evitar conflictos. Se simula que no hay nadie allí, y se mira a otra dimensión. Es en la práctica, la materialización del imperativo categórico kantiano, en la medida en que es el respeto de la libertad ajena el que limita mi libertad. La coexistencia de dos libertades iguales en un mismo escenario (ascensor) implica la disminución de su ámbito de aplicación hasta un mínimo posible, sin que la libertad desaparezca.
En la práctica, de cara a los abogados, ocurre que sin duda, los abogados simulan que no hay nadie allí. Lo simulan porque no es posible que se ingrese a los ascensores por racimos, empujando a quién este por delante, o por detrás, o al lado de uno, sin siquiera preocuparse por posiblemente asfixiar a quienes no gozan de estatura privilegiada. No es posible que quienes no gozan de estatura privilegiada, empujen y codeen, como una retaliación porque la madre naturaleza no les brindó algunos centímetros de más. No es admisible que bajos y altos ingresen más allá de la capacidad del ascensor, a sabiendas que se supera el peso máximo permitido.
Es imperdonable que los ‘garantes’ del derecho, los servidores de la justicia seamos quienes desconozcamos frontalmente los instintos básicos del ser humano, los conceptos básicos de libertad, derechos fundamentales y bien común. El comportamiento es empíricamente demostrable, y sujeto a verificación por quienes quisieren comprobar estas palabras. Invito a que acudan a los Edificios Hernando Morales Molina (Cra. 10 con Calle 14) y Edificio Nemqueteba (Cra. 7 con Av. Jiménez) en Bogotá, y revisen si es siquiera posible que alguno de los abogados enlatados pueda observar prolongadamente algún botón, si quien mira al techo es por algo diferente a tortículis (o tortícolis) inducida. Sip, justo antes, o justo después de estar en una audiencia discutiendo sobre derechos, libertades y garantías, los voceros del derecho acabamos a Kant, a Duguit y a Dworkin de un solo tajo.
2. Comprensión visual
Los símbolos existen, se menciona en materia de comunicación, porque poseen un significado de comprensión universal. No obstante, el ‘cuadro del ascensor’ ha logrado que exista una confusión en la interpretación de los signos. Una situación evidente se está presentando con la interpretación de los símbolos ubicados en la parte superior de las entradas a los ascensores. Allí, se observa lo siguiente:
Más allá de las aberraciones jurídicas a las que cada vez más me acostumbro día a día, actualmente surge en mí un sufrimiento interno de proporciones épicas, por cuanto creo que podemos actualmente reformular una máxima de Rousseau, según la cual “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Careciendo de elementos de juicio que me permitan etiquetar al “hombre”, creo que sí existe al menos algún elemento pragmático de trabajo que me permita trabajar respecto del concepto de “abogado”. Mi postura es que “el abogado nace sabio y la sociedad lo idiotiza”. Lamento aquí no contar con una línea de investigación acreditada ante Colciencias, para que se tomara en serio lo que aquí se expone. Además, ello implicaría de parte mía una intensa labor de lobby ante Coordinador de Area, Director de Area, Decano, Vicerrector y Rector. Mis ingresos no me permiten financiar tantos almuerzos, tan seguido. Por ello, trabajaré mi hipótesis por la modesta vía del blog.
Como un elemento introductorio a esta situación, me permitiré describir aquello que he denominado ’el cuadro del ascensor’. Cabe destacar, desde ya, que al hacer referencia al ‘cuadro’, lo hago (disculpen el personalismo, pero me parece más sincero que quien escribe un artículo en plural, como si fueran millares de personas los que le dictan el pensamiento al escritor) desde una perspectiva eminentemente clínica. No hago aquí referencia a rangos (militares por ejemplo), ni tampoco a ninguna obra pictográfica. Debe entenderse, por lo tanto, que no estoy anunciando mi opera prima “El General en su ascensor”, ni tampoco pretendo autopromocionar los “Trazos de Gaviota”. Con ‘el cuadro del ascensor’ pretendo transmitir una idea a los lectores, acerca de cómo este microcosmos nos permite identificar rasgos de una idiocia degenerativa, que permitirían, de cierta forma, reformular algunos síntomas propios de iusdeficiencia, como inicialmente lo expuse en este ingreso. Revisemos los principales aspectos, entonces.
1. La transgresión de libertades espaciales
He revisado con detenimiento algunos artículos sobre el comportamiento del ser humano en el ascensor, y los alcances psicológicos que tienen los instintos, respecto de este punto particular. Los invito a revisar este artículo de la página http://www.aeromental.com/, así como este artículo, muy similar, tomado del blog Fogonazos. Para revisar la fuente, en inglés, favor revisar este artículo tomado de http://www.wired.com/. Estos artículos nos ponen de presente una situación particular del ser humano, en cuanto al comportamiento en recintos cerrados. La conclusión del estudio es que al ingresar a un ascensor, el ser humano adopta conductas extrañas tales como mirar al techo del ascensor, el piso del mismo o a los botones al interior del mismo. La razón de ser deriva de un comportamiento instintivo, que puede ser atribuido igualmente a los simios.
La explicación de esta forma particular de comportarse en estos recintos radica precisamente en la necesidad de evitar conflicto. El ser humano, al igual que muchas otras especies, es conciente de su naturaleza agresiva, y bajo ese entendido, procura evitar confrontaciones no deseadas. La cercanía de dos personas en un lugar encerrado, resulta instintivamente propicio para esta clase de agresiones. Miradas de más, movimientos bruscos, o similares. Es por ello que el ser humano ha adoptado comportamientos que dan a entender que desea evitar conflictos. Se simula que no hay nadie allí, y se mira a otra dimensión. Es en la práctica, la materialización del imperativo categórico kantiano, en la medida en que es el respeto de la libertad ajena el que limita mi libertad. La coexistencia de dos libertades iguales en un mismo escenario (ascensor) implica la disminución de su ámbito de aplicación hasta un mínimo posible, sin que la libertad desaparezca.
En la práctica, de cara a los abogados, ocurre que sin duda, los abogados simulan que no hay nadie allí. Lo simulan porque no es posible que se ingrese a los ascensores por racimos, empujando a quién este por delante, o por detrás, o al lado de uno, sin siquiera preocuparse por posiblemente asfixiar a quienes no gozan de estatura privilegiada. No es posible que quienes no gozan de estatura privilegiada, empujen y codeen, como una retaliación porque la madre naturaleza no les brindó algunos centímetros de más. No es admisible que bajos y altos ingresen más allá de la capacidad del ascensor, a sabiendas que se supera el peso máximo permitido.
Es imperdonable que los ‘garantes’ del derecho, los servidores de la justicia seamos quienes desconozcamos frontalmente los instintos básicos del ser humano, los conceptos básicos de libertad, derechos fundamentales y bien común. El comportamiento es empíricamente demostrable, y sujeto a verificación por quienes quisieren comprobar estas palabras. Invito a que acudan a los Edificios Hernando Morales Molina (Cra. 10 con Calle 14) y Edificio Nemqueteba (Cra. 7 con Av. Jiménez) en Bogotá, y revisen si es siquiera posible que alguno de los abogados enlatados pueda observar prolongadamente algún botón, si quien mira al techo es por algo diferente a tortículis (o tortícolis) inducida. Sip, justo antes, o justo después de estar en una audiencia discutiendo sobre derechos, libertades y garantías, los voceros del derecho acabamos a Kant, a Duguit y a Dworkin de un solo tajo.
2. Comprensión visual
Los símbolos existen, se menciona en materia de comunicación, porque poseen un significado de comprensión universal. No obstante, el ‘cuadro del ascensor’ ha logrado que exista una confusión en la interpretación de los signos. Una situación evidente se está presentando con la interpretación de los símbolos ubicados en la parte superior de las entradas a los ascensores. Allí, se observa lo siguiente:
Estas imágenes permiten al observador conocer si cuando el ascensor se detiene en el piso donde aquel se encuentra, el elevador se encuentra en ruta de ascenso o de descenso. A pesar de lo obvio del asunto, no es extraño, en lo más mínimo, encontrar usuarios que, una vez se abren las puertas, preguntan si el ascensor sube o baja. Personalmente, me resulta increíble esta situación. En realidad, los símbolos no permiten espacio para el escepticismo semiológico. Son un asunto de blanco o negro.
Lo anterior va de la mano con la identificación de los signos que sirven para llamar el ascensor. Al igual que en el caso recién visto, existe un botón con una flecha mirando hacia abajo, y otro botón con flecha mirando hacia arriba. Si se quiere bajar, lo correcto es pulsar el botón con la flecha mirando hacia abajo, y abordar el ascensor cuando este se detenga y el símbolo ubicado en la parte superior se encienda con la flecha mirando hacia abajo. Si se quiere subir, se debe hacer lo contrario, botón hacia arriba y abordar el ascensor cuando se encienda la luz que mira hacia arriba.
No obstante lo obvio y lo sencillo de este procedimiento, la práctica forense ha permitido establecer que los abogados no suelen comprender este procedimiento. De allí que habitualmente se pulsen los dos botones simultáneamente, como si por arte de magia el ascensor fuera a ascender a mayor velocidad. Se pulsan los dos botones, se pregunta siempre para donde va el ascensor, e independientemente de ello, se aborda por parte de ellos.
No es de fácil entendimiento cómo unas personas que han cursado largos años en una facultad, que teóricamente se encuentran capacitados para argumentar y debatir. Incluso, se dice por parte de los estudiosos de la hermenéutica jurídica, que el abogado, llámese funcionario judicial, académico o abogado litigante, es capaz de interpretar la norma jurídica mediante métodos como el teleológico, exegético, sistemático, sociológico y muchos otros. No es fácil para mí entender que seamos capaces de desentrañar el espíritu de la norma, interpretar el ordenamiento conforme a principios jurídicos complejos, pero ser incapaces de dominar el funcionamiento de un ascensor.
3. El ‘apretador’ intenso
Por último, para completar el ‘cuadro del ascensor’ conviene preguntarse cuál es la razón de ser de la manía de apretar el botón elegido frenéticamente una y otra vez, como si se tratase de un truco mágico para teletransportar el ascensor. Es una especie de divagación mental en la que estamos solos y el ascensor acude a mi llamado como un esclavo, guiado por el látigo de su amo.
Vemos entonces, cómo en la actualidad estamos siendo objeto de una confabulación demoníaca en la que todo se cree saber, pero nada se sabe. A medida que sube el índice de abogados acreditados, sube el índice de víctimas letales. Conviene aunar esfuerzos por lograr que la OMS evalúe esta situación. Los síntomas, al parecer, son crónicos y progresivos. Iusdeficiencia y el ‘cuadro del ascensor’. Sin duda, debemos actuar. “El abogado nace sabio y la sociedad lo idiotiza”.
7 comentarios:
Me gusto mucho la entrada, sobretodo la reflexión de nuestros instintos primates que se comprueba cuando chillamos o cuando nos divertimos bailando o conquistando a una mujer que hacemos las monerias del caso mostrando nuestros atributos y muchas veces golpeándonos el pecho como si fueramos gorilas.
El otro dia en un banco, otro sitio en donde alzamos la mirada, un sujeto decidió colarse fingiendo que iba a llenar su cupón de retiro, al llamarle la atención frunció el seño y me tildo de intolerante. La reflexión que hice después es que es mejor no hablar y conservar la calma aún en situaciones de injusticia al menos para dar un compás de espera y no generar dudas. Siempre se dirá que la culpa en últimas es de uno, y que que pena que no se había dado cuenta.
La estrategia del ascensor se conjuga con otra, la de mirar el piso a veces mejor porque puede uno encontrarse una moneda o una prenda caída. Instintos de conservación de la jungla de cemento.
Sí es cierto. La verdad es que los bancos aquí están diseñados para desesperar, así que el instinto animal entra en escena. Seguramente el señor que intentó colarse en la fila es "de los mismos creadores" de aquél que abre un tercer carril donde solo hay dos, o que coquetea con varias mujeres y a todas les dice que es la mujer de su vida.
En cuanto a lo último que mencionas, ni moneda ni prenda. Seguramente soy de los que miro al techo y no al piso. Tal vez el cambio de estrategia funcione.
Gracias por el comentario.
Torticolis inducido.
Un abogado no es juez ni académico.
Un poco críptico para mí, Anónimo.
Excelente artículo, pienso que muchas de las actitudes que tomamos en estas situaciones son muestra de ansiedad de las personas.
Muchas gracias por el comentario. Estoy de acuerdo, pero la pregunta que surge es: ¿Ansiedad de qué, o por qué?
Estoy atento al lanzamiento de la página de ustedes.
Muchos saludos.
Publicar un comentario