A lo largo de la vida, he crecido con una serie de clichés lingüísticos. Desde que era pequeño supe que en fútbol, el que rueda es el ‘esférico’, así estuviera aun lejos de adentrarme en los oscuros senderos de la geometría. Entendí a una temprana edad, que ser ‘doctor’ era en ese entonces, y aún ahora, una manera amable de referirse a alguien, para hacerle sentir que se le respeta. Lejos de mí saber, en ese entonces, que era una categoría académica que tenía una implicación distinta de la cortesía social. Crecí en la época de los asesinatos de Lara Bonilla, Galán, Jaramillo, Álvaro Gómez, y muchos otros, así como en los bochornosos episodios del Palacio de Justicia. Me introduje en las primeras nociones de investigación criminal: la ‘investigación exhaustiva’, término que hoy ha sido sustituido por el de “ejecución de un programa metodológico minuciosamente trazado”, que en ambos casos significa que no se está haciendo nada, o que si se está haciendo, no será por mucho tiempo.
Tiempo después, me zambullí en un segundo tomo de términos que debemos manejar, y que se agrupan en dos subgrupos: 1) Los que son definibles, traducibles, pero que el lenguaje social nos obliga a utilizar “tal cual”, y 2) Los que a pesar de comprender a la perfección su significado, resultan difícilmente definibles, y de traducción compleja. Es así como ha logrado incorporar términos del grupo 1), entendiendo que el computador se resetea, y que ese man es un duro para el spinning. En cuanto a términos del grupo 2), podríamos afirmar sin lugar a dudas que después de escanear los planos, hay que renderizarlos para que los lea el programa, o que hay una prendas que por esencia son muy chic y muy fashion.
Hasta ahí, no hay demasiados problemas. El problema inició cuando ingresé a la facultad de derecho y empecé a entender que existían una serie de términos que contienen una connotación diferente a la que uno inicialmente consideró. Comprendí que cuando le pegamos un codazo al vecino, lo correcto no es afirmar “discúlpeme, fue sin culpa”, sino “discúlpeme, fue sin dolo pero con culpa”. Interioricé que cuando me deben alimentos, no se soluciona el problema con un jugo y un pastel de pollo, sino que probablemente se requiere del pago mensual de unas sumas, que incluyen gastos que van más allá del jugo y el pastel de pollo.
El problema no es ese. Salir de la ignorancia siempre es bienvenido, cuando la meta es precisamente no permanecer en ella. La difícil cuestión se da cuando creemos entender algo y en realidad no lo entendemos. En los estudios de postgrado, llega un profesor y le pregunta a sus alumnos qué significaba la palabra ‘abogado’. Después de jugar con sus alumnos, que acudían a un sinnúmero de tesis al respecto, el docente descubre el significado etimológico de la palabra y deja perplejos a sus alumnos. Eran abogados, cursando especializaciones, pero en realidad no “sabían lo que eran”.
Casos como estos se presentan día a día, y nuestro gremio, que cada vez quiere estar más preparado, que busca con urgencia la revaluación de conceptos y de tesis para que el derecho tienda a ser un poco más justo. Deja de lado estas pequeñeces lingüísticas, pues eso no es lo realmente importante, y continúa debatiendo en el topos uranus. Por ejemplo, después de haber pasado por una clase de derecho laboral, cualquier abogado que no haya pasado copiando, podrá afirmar sin temor alguno, que no es lo mismo estar ocupado que estar empleado. Sin embargo, a diario encontramos una infinidad de noticias que nos hacen referencia a que la tasa de desempleo ascendió a x por ciento. Se dice que en Colombia, actualmente, la tasa de ‘desempleo’ es un poco más del 12%. A renglón seguido se dice que de todas las personas ocupadas, solo un determinado porcentaje se encuentra vinculado por contrato laboral, y de ellas, solo reciben las prestaciones laborales correspondientes un porcentaje mucho menor. En consecuencia, el porcentaje real de desempleados en Colombia, claramente no es del 12% sino de muchísimo más. Sin embargo, el error persiste y nos acostumbramos a él.
Estos formalismos lingüísticos son interesantes porque son más comunes de lo que creemos. Otro caso que resulta no solo curioso sino patético, es el referente al uso de la palabra “mandatarios”. Es usual que en los medios de comunicación se haga referencia a la reunión de mandatarios, cuando se quiere hacer referencia a la reunión de Jefes de Estado, o de Jefes de Gobierno. ¿Por qué se hace referencia a mandatarios? Por supuesto, si acudimos a los diferentes diccionarios de la lengua española, encontraremos que existen dos acepciones para este vocablo.
La primera acepción es precisamente la que hace referencia a la de jefe o gobernante, y que suele utilizarse cuando se refiere a los Presidentes, Primeros Ministros, Reyes, entre otros. La segunda forma válida de utilizar este vocablo, es cuando se hace referencia al mandatario, como una de las partes del contrato de mandato. Para quienes no conocen este contrato, es un negocio jurídico en el cual una parte, llamada ‘mandante’ le encomienda a otra, llamada ‘mandatario’ la gestión de uno o más negocios. Este mandato puede concederse con representación o sin ella, lo que implicaría que en la gestión del negocio, el mandatario estaría obligado a decir, o en su defecto, a no hacerlo, en nombre de quién es que adelanta la correspondiente gestión. Se dice con frecuencia, que cuando se contrata a un abogado para la representación de los intereses en un proceso judicial, se está celebrando un contrato de mandato. Sin embargo, es usual que los contratos se refieran a la prestación de servicios profesionales, que es otra cuestión parecida, pero no idéntica.
Lo interesante es que estas dos acepciones nos ponen de presente una evidente contradicción entre una y otra. En el contrato de mandato, quien da las pautas, las órdenes y de quien depende la remuneración, es el mandante. En otras palabras, el Jefe, o el ‘mandamás’ es el mandante y no el mandatario, quien será el encargado de obedecer y cumplir con lo encomendado, so pena de incurrir en responsabilidad por incumplimiento del mandato. En la otra acepción, simplemente el Mandatario es quien manda, y punto. Es decir, todo lo contrario.
¿Cómo es posible esta contradicción? Los teóricos de la ciencia política, así como los expertos en materia de derecho constitucional, afirmarán que el término ‘mandatario’ al que aquí se hace referencia deriva de la entrada en vigor de gobiernos representativos, en las que el pueblo, mediante su voto, confiere un mandato a la persona elegida para el cumplimiento de un programa que ha sido previamente diseñado y conocido por los votantes. Esa, precisamente es la razón de ser de que existan figuras como la revocatoria del mandato, que en Colombia se ha previsto para los alcaldes municipales. No se previó, en cambio, para los Presidentes.
Visto lo anterior, la pregunta irónica que le surge a esta Gaviota es, cómo llevamos más de un año discutiendo sobre si nos gusta o no nos gusta la reelección, cuando la pregunta real es si nos gusta o no nos gusta la reelección del Presidente Uribe. Ahora, que finalmente el país ha decidido ser sincero en cuanto a la pregunta real, encontramos que la respuesta deriva de un test de popularidad. ¿En caso dado de que fuéramos a reelegir al Presidente Uribe, alguien sabe qué es lo que se comprometería a hacer de cara al país? No. Y el que lo sepa, es mentiroso, o adivino, porque el Presidente no ha siquiera mencionado públicamente su interés de hacerse reelegir, aunque todos los seres medianamente pensantes sepamos que ello es así.
Recordemos que este es el país de Jaider Villa, triunfador de la serie Protagonistas de Novela, a quien elegimos, no por ser buen actor, sino porque era frentero y medio buscapleitos. Es este el país de Francisco Villarreal, quien ganó el concurso de Factor X, no porque fuera el que mejor cantara, sino porque su historia de vida era la más conmovedora. Hace pocos días encontramos que en Inglaterra, en el caso de Susan Boyle, ante un evento así, la gente no eligió la historia más bonita y conmovedora sino los que a su parecer, eran los más talentosos. Pero, en el país de Jaider y de Francisco, lo más grave del asunto es que subimos o bajamos Presidentes por los mismos motivos.
Claramente, ninguno de nosotros sabe a qué se comprometería Uribe con el país, o siquiera si se comprometería a algo, pero queremos reelegirlo. Claro. Es el Presidente que ‘frenteó’ a Ecuador y a Venezuela. Es el Presidente que ordena a los Generales que persigan subversivos. Es el Presidente que logró devolverle la esperanza al país de que no se perdería inevitablemente la guerra contra las FARC. Sin embargo, es el Presidente que ha mantenido durante casi 7 años a dos Ministros abominables como lo son el de Transporte y el de Protección Social. Es el Presidente que acudió a la politiquería que él mismo juró combatir, para hacerse reelegir la primera vez, y que repite la fórmula esta vez. Es el Presidente bajo cuyo mandato se han presentado seguimientos ilegales a funcionarios públicos, políticos y otros ciudadanos. Es el Presidente que considera que debemos sustituir el Estado Social de Derecho por el Estado de Opinión, como en los Realities, en donde decidimos como actuar, no por razones y argumentos, sino por lo que nos parece que está bien o mal.
Quienes han seguido desde hace algún tiempo este blog, recordarán los diversos ejemplos que se han planteado, en donde una justicia “de opinión”, que podríamos traducir como ‘justicia visceral’, ha llevado a decisiones abominables. Hemos visto cómo en países como Venezuela, donde igualmente se gobierna por rating y no por resultados, la situación amenaza con llegar a un punto de no retorno, condenándolos a la crisis y a la pobreza generalizada.
¿Es eso lo que queremos aquí? Para los reeleccionistas, les reitero la pregunta: ¿saben cuál sería el mandato que estarían confiriendo a Uribe III? Recordemos, él es, y seguiría siendo el mandatario nacional. No en vano, se dice por ahí en un libro de poesía llamado Constitución Política de Colombia, que el poder reside en el pueblo, y que lo ejercerá directamente o a través de sus representantes.
15 películas recientes
Hace 7 horas.
2 comentarios:
Amigo plumífero, este comentario estaba más pendiente que mis posts no escritos.
Creo que nunca hasta cuando leí esta entrada, caí en la cuenta de ese otro significado de la palabra mandatario, y voto por ella.
Supongo que desde hoy cada que alguien utilice la palabra mandatario con el sentido que comunmente se lo hace, le pondré de presente este otro significado.
Gracias por el excelente aporte.
Saludos.
Gracias por el comentario Carlos Javier. Realmente, tampoco yo había caído en cuenta de la coincidencia, seguramente porque no tenía instalado el chip jurídico cuando la oía.
Gracias por difundir la idea.
Saludos.
Publicar un comentario