Recientemente, en una reunión informal en la que se encontraban presentes los amigos blawgers Mariana Jaramillo y Gonzalo Ramírez, recordamos la pedantería de algún personaje conocido, quien no para de hablar de sí mismo y de sus importantes logros profesionales. Esa misma persona, que con alguna facilidad suele emitir juicios de valor cual si repartiera limosnas, es de aquellos que ve en sí mismo a alguien muy inteligente, y en otros, a personas menos inteligentes. Esa es la regla general.
Tan solo un día después, me comenta mi alter ego, por cuestiones diferentes, llegó a tratar un tema similar con un amigo suyo, aunque en un plano menos anecdótico y más filosófico. Se encontraron patrones comunes entre los casos analizados (para bien o para mal), y encontramos que efectivamente la vanidad intelectual es una cuestión que puede modificar por completo el carácter de un ser humano. Decía él que en el caso de los niños, si se encierran en un cuarto, al regresar, probablemente estén jugando todos ellos. En el caso de los adultos, no solo es probable que no hayan socializado, sino que incluso hayan llegado a insultarse o a pelear. ¿Y esto por qué pasa?
Recurro, como siempre, a algunos textos de personas que han sabido plasmar la idea de manera más clara y concreta de lo que yo podría hacerlo. Me gustaría compartir con ustedes lo que aquí se menciona, para de allí entrar a exponer mi visión del caso.
Ha dicho Schopenhauer:
1) “Las armas del filósofo no son las autoridades sino los argumentos”
2) “Con frecuencia, los envidiosos que detestaron nuestra prosperidad se vuelven amigos tiernos y nos brindan consuelo al saber que nos arruinamos”.
3) “Es posible que un hombre se conduzca de forma reflexiva, ordenada, metódica, circunspecta y consecuente y al mismo tiempo, adhiera a las reglas más egoístas e injustas y perversas”.
Junto a estas píldoras, de ese gran pensador, me remito ahora a Tomás Moro:
En reuniones de gente envidiosa o vanidosa ¿no es, acaso, inútil explicar algo que sucedió en otros tiempos o que ahora mismo pasa en otros lugares? Al oirte, temen pasar por ignorantes y perder toda su reputación de sabios, a menos que descubrar error y mentiras en los hallazgos de otros. A falta de razones con que rebatir los argumentos, se refugian invariablemente, en este tópico: “Esto es lo que siempre hicieron nuestros mayores. Ya podíamos nosotros igualar su sabiduría”. Al decir esto, zanjan toda discusión y se sienten felices. Les parece mal que alguien sea más sabio que los antepasados. Cierto que todos estamos dispuestos a aceptar todo lo bueno que nos han legado en herencia. Pero con el mismo rigor sostenemos que hay que aceptar y mantener lo que sabemos debe cambiarse. Con frecuencia me he encontrado en otras partes este tipo de mentes absurdas, soberbias y retrógradas. Incluso en Inglaterra me topé con ellas.
Me perdonarán las lumbreras que se sientan ofendidas por lo atrás mencionado, pero créanme que suelen resultar más ofensivos ustedes con tanta brillantez interior pero con poca capacidad para alumbrar. Sin embargo, creo que probablemente la culpa (o mejor) la totalidad de la culpa no es de ustedes. Aquello de la inteligencia y su nefasto alcance en materia de desarrollo humano y moral tiene una connotación cultural que difícilmente podrá ser superada.
Veamos: Luego de un análisis personal, considero que hay tres inmensas falacias que gobiernan la vida humana. 1) El ser humano es superior a las demás especies. 2) El hombre (o mujer) inteligente es más que el (o la) menos inteligente. 3) El hombre (o mujer) más bello es mejor que el (o la) menos bello.
De las tres, evidentemente, hoy me ocupo de la segunda de las –en mi parecer– falacias sociales. Una razón, que debo aquí referenciar al amigo de mi alter ego. Dice él que realmente es muy difícil establecer quién es inteligente y quien no lo es. Al desarrollar su idea, considera que existen al menos cuatro clases de inteligencia: emocional, analítica, espacial, conceptual (o de memoria). ¿Cuál de ellas es la que nos hace más o menos inteligentes que los demás? Quizás muchos piensen que la análitica hace a alguien superior a otra persona, pero no creo que los seres superiores se suiciden más que los inferiores, ¿o si?
He dicho ya que no creo que la culpa de que tan detestables son nuestras ‘lumbreras’ tiene mayor relación con una situación cultural que viene desde muy pequeños. Por ejemplo, entre padres de familia suelen competir por cual de sus hijos es más inteligente. Una reunión social con padres de niños pequeños suelen contener muchas frases como: “Mi hijo es TAN inteligente, imagínate que llego a abrir la nevera solito y buscar su compota de siempre, sin que nadie se diera cuenta”. Probablemente el orgulloso padre recibirá una réplica como: “Ay, tan lindo. Se parece a mi hija que un día decidió que iba a irse de la casa porque mi esposa es muy regañona. La encontramos por fuera de la casa, y llegando a la esquina de la tienda con su osito de peluche.”
Probablemente estos padres de familia habitualmente ensalzan a sus hijos con frases como: “Estudia mucho porque tienes que ser el mejor.” Seguro son de los que se ‘derriten’ por su pareja cuando les dice que lo que más lo(a) cautivó fue su inteligencia. Son estos cultores de la inteligencia, o de la apariencia de inteligencia los que se autodiscriminan frente al conocimiento que proviene del extranjero, pero a la vez, son los que creen ser la fuente de cualquier saber entre los suyos.
Quizás tras leer esta última idea, algún acucioso lector estime conveniente poner de presente que el texto que he citado de Tomás Moro va en sentido contrario a lo que he mencionado. Allí la crítica se le hace a aquellos que creen que todo lo bueno que se ha hecho lo han hecho sus antepasados, y que el restos de la humanidad (nacional o extranjera) es menos inteligente. Tienen razón. Bueno… en parte. Observarán que las culturas a las que se hace referencia en el texto de Moro son la francesa y la inglesa, principalmente. Se trata de las dos grandes potencias de la época. No tenían porque rendirle culto a los extranjeros de su época.
Aquí por el contrario, los manantiales de conocimiento a nivel local, suelen, a su vez, ser esponjas que absorben el agua de otra fuente. Solo esas fuentes externas les gustan. Para ser menos metafórico, utilicemos ejemplos. El derecho penal local no puede concebirse sin que Jakobs o Roxin estén en todas las sentencias, en el espíritu de medio código penal, o similares. Aquí lo que realmente nos peleamos es quién importa los textos de los españoles que han importado a los alemanes. En materia Constitucional, no podríamos siquiera respirar sin el auxilio de Dworkin, o Alexy. Si a eso le agregamos algo de Amartya Sen, mejor. No es muy protocolario buscar entre los estudiosos del derecho constitucional a nivel local. Si ellos no parten de la visión norteamericana de los principios, están derogados.
Sería interesante preguntarle a la gente del INCO, de qué parte del mundo viene el modelo de concesiones que se pretende manejar para las grandes obras que recién se han contratado. O mejor, sería bueno saber qué piensa Andrea Amatucci sobre la reducción de la base del IVA, o sobre las exenciones por reinversión en capital o por la generación de empleo. O tal vez debemos seguir intentando meter a la fuerza los daños punitivos en materia civil. ¿Qué ha dicho recientemente la Corte Suprema de los Estados Unidos?
Estos son las personas inteligentes de nuestro país. Son los que son sobrados frente a cualquiera que nazca en el territorio nacional, pero son incapaces de pensar por fuera de lo que mencionan los cánones de sus héroes extranjeros. Son aquellos que veneran con cierta idolatría al que estudia en Harvard, en Paris II o en Munich, pero pisotean al que tiene un título igual obtenido en la UNAB, el Externado o la Sergio Arboleda. A estos snobs que tienen que vivir según estructuras jerárquicas aparentes e irreales, que les gusta ir al Polo Norte para aprender a pescar en el Río Magdalena, y que solo se pueden comer un Ajiaco si es preparado por Chefs extranjeros, realmente les hace falta inteligencia.
Conozco a una persona, compañera de estudios de mi alter ego, quien además de ser aplicado, estudioso y analítico, era modesto, respetuoso y amable con los demás. El conocimiento NO era de él. El conocimiento era para aprender y compartir, no para presumir. Fue lo suficientemente inteligente para entender que para ser un buen profesional se debe ser primero un buen ser humano, un buen hijo, un buen hermano. Esta persona, según recuerdo, hablaba en español, y se le entendía. No tenía que recurrir al diccionario para hablarnos en nuestro idioma. Aunque en ese entonces no había Blackberry, probablemente no se hubiera requerido hacer lobby para obtener un saludo de su parte. Según recuerdo, tampoco fue necesario que hiciera gala de su inmenso talento para que todos reconociéramos que fue un gran estudiante y que probablemente sería un gran profesional. En consecuencia, nunca él, una persona realmente inteligente, requirió que las personas le dijeran que lo era, o lo adularan. Por el contrario, el envidioso siempre quiso superarlo a como diera lugar. De frente, o de manera subrepticia, recibió fuerte competencia.
Nunca le importó. Por el contrario, entre más grande era el reto, más nos impresionaba con su manejo y su sabiduría. El aunque sin serlo, realmente ha llegado a entender que no se vive de categorías o de marcas, sino con fundamento en la racionalidad y la argumentación. El realmente utiliza su mente de manera inteligente, y no como aquel que recordábamos con Mariana aquella noche. Aquel que no encontró suficientes palabras para vanagloriarse a sí mismo, para hacernos creer que sería el gran discípulo del maestro alemán.
Para mí, ellos son payasos pretenciosos… Bueno, creo que he ofendido irremediablemente a los pobres payasos.
4 comentarios:
Gaviota que buen post. Aunque largo muy interesante. Yo me declaro creyente de las diferentes clases de inteligencias. Y como tú creo que para ser alguien de mundo un sabio, no son indispensables títulos académicos extranjeros. Basta la curiosidad permanente por saber, el reconocerse ignorante siempre, el reconocer los saberes ajenos, y fundamentalmente para ser sabio hace falta mucha pero mucha humildad que solo se consigue com tu bien lo dices siendo primero, un buen ser humano o, como decian en mi colegio un honesto ciudadano. Un abrazo y gracias por recordar a tan caricaturesco personaje.
Estamos totalmente de acuerdo Mariana. Hay mucho ego por ahí volando y curiosamente esa brillantez que atropella suele ser tan molesta como el 'personaje'.
Lamento lo largo, no he perdido la costumbre.
Gracias por tu comentario
Hola.
Interesante encontrar algunas disertaciones sobre los elementos que premia vanamente nuestra sociedad. Solo añadiré algo que tuve ocasión de leerle al antioqueño Estanislao Zuleta, aquel nunca bien ponderado intelectual que ha sido llamado por las mentes "académicas" un diletante. Bien, este señor decía, cuando se le preguntaba por los niños genios que llevan a escuelas de niños genios, que cuando le hablaban de inteligencia se le ocurría que debía crearse la palabra "caminancia" pues a él le gustaba mucho caminar, lo entretenía hacerlo, lo relajaba y por eso lo hacía bien. Para el caso de la inteligencia, pensaba, había que decir que podría surgir del hecho de estimularla desde pequeños, de enseñarles a los niños que las actividades intelectuales pueden ser una pasión, en resumen que el cerebro es algo para estimular y que se puede desarrollar, lejos incluso de las aulas y los salones y los cartones y los títulos. Acaso por eso pensaba él debía hacerse lo posible por tener sociedades donde no hayan pintores sino hombres que pintan, o filósofos sino hombres que piensan. Creo finalmente que son esos títulos y las ilusiones adjuntas los que hacen o provocan que los egos vuelen hasta la estratosfera. Felicitaciones de nuevo por el blog.
Apreciado(a) Anónimo(a):
Muchísimas gracias por el valioso comentario. Es la segunda vez que alguien me referencia a Estanislao Zuleta, y a decir verdad, ambas veces me ponen de presente algunas ideas que me gustan mucho.
Quizás es cierto que son las ilusiones adjuntas las que llevan a que los egos se inflen de tal manera. Sin embargo, me niego a creer que soñar y tener ilusiones es algo 'malo' a mediano plazo. Creo que el problema radica en la medida en que únicamente queremos que sean nuestras ilusiones las que se vuelvan realidad.
En cuanto a lo de la caminancia, me adhiero al planteamiento, creo que puedo caminar mejor de lo que pienso, y que sean mis zapatos, y no las mentes privilegiadas las que digan qué tan bien camino.
Gracias nuevamente por el comentario, y espero que sigamos en contacto.
Muchos saludos.
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