lunes, 9 de agosto de 2010

Álvaro Uribe Vélez: El expresidente – Pt. 1

El pasado sábado pude ver por televisión como Álvaro Uribe Vélez, aquella persona que apoyé a principios de milenio, dejaba el poder.  Se trataba de un hombre mucho mayor y más desgastado que aquel otro que hubiere podido ver personalmente en un par de foros universitarios.  Con un cabello teñido de color ceniza, una sonrisa complaciente pero no reluciente, evidenciaba lo que implica liderar a un país de maniáticos como el que lideró.

Confieso que hasta ese momento, no había conocido Presidente que me causara tal nivel de simpatía como el que me generaba Uribe.  Él representaba inicialmente tres principios que resultaban de vital importancia para mí:  carácter, tenacidad y compromiso.  Como candidato, para las elecciones de 2002, recuerdo que despertó en mí gran admiración saber que una persona tan poco popular pudiera jugársela por un discurso tan radical en contra de lo que él consideraba como una concesión de la soberanía.

Recuerdo que cuando hablaba del modelo económico, realmente nunca fue claro acerca de la forma en que habría de generar empleo.  Esto último, visto ahora en retrospectiva, parece algo lógico y obvio.  Sin embargo, su visión acerca de la manera de atraer inversión al país era muy interesante.  Es necesario resaltar que los indicadores económicos que dejaba Pastrana no eran alentadores, aunque durante su gobierno había logrado corregir el curso que había dejado el nefasto gobierno de Ernesto Samper.

Uribe representaba en ese momento una nueva forma de hacer política, basada en el liderzazo claro del jefe, y en la lucha contra la politiquería.  Recuerdo que pregonaba mucho que se requería una reforma política de fondo para que se acabara con los auxilios parlamentarios o cualquier otra clase de prebendas a los Congresistas.  Hay que recordar con claridad sus propuestas de muerte política a los políticos condenados por corrupción, que fueran tramitadas por la vía del referendo.




El ahora expresidente interiorizo el hecho de ser él el Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y Suprema Autoridad Administrativa.  No obstante, tanta inteligencia y tanta capacidad mental empezó a traicionar al Presidente cuando comenzó a entender que era un líder amado y respaldado.  El carácter recio se convirtió en soberbia, y la inteligencia empezó a transformarse en indolencia.  Ataques como designar a los de la oposición como “terroristas de civil”, ofrecerle ‘darle en la “cara” al ‘marica’, hablar de otros Jefes de Estado como “nostálgicos del comunismo”, o que “sea varón”, son ejemplos de esa soberbia que lo llevó a chocar con otros soberbios.  Por supuesto, no es él el único soberbio que hay en el país.

Aquí, por lo general, a la gente le gusta que haya seres ‘superiores’ que los pisoteen.  Eso legitima a ese pisoteado para buscar a alguien más vulnerable y continuar así con la cadena.  Por eso, la actitud de Uribe no molestaba, sino que gustaba a gran parte de la población.  He escuchado a muchos decir que eso significa “tener pantalones”.  Por supuesto, no considero que la grosería o la altanería sea equivalente a “tener pantalones”.

En cuanto al tema de la indolencia, debo ser claro: creo que gran parte de la responsabilidad que aquí le endilgo al exmandatario, deriva de su pauérrima elección de colaboradores.  Creo, que en lo que llevo de vida nunca había visto un gabinete ministerial tan mediocre como el que le vi a Uribe en 8 años.  Tan es así, que tras revisar el asunto con algunos amigos, queda muy difícil establecer quién fue el peor, o la peor Ministra del despacho.  Por mi parte, considero que Diego Palacio se lleva los honores, pero compitió de cerca con Andrés Uriel Gallego, Andrés Felipe Arias.  Hasta ahí, los ineptos.  Sin embargo, cuando decide nombrar a un maestro de la artimaña, como es el caso de Fabio Valencia Cossio, como Ministro del Interior y de Justicia, parece mentira.  Pero claro, tenía que superar lo que había logrado hacer con Fernando Londoño.

Cuando uno ve al exministro Valencia, uno se pregunta qué podría hacer un hombre de su talento si decidiese usarlo para cosas buenas.  Qué habilidad la que posee para idiotizar a sus opositores.  Él solo logró movilizar el referendo reeleccionista (el segundo), y hacer parecer que las pataletas de Uribe con la Corte Suprema de Justicia, eran simples actos de opinión personal que no implicaban ningún conflicto especial.  Mientras tanto, terminó de arrasar con lo poco que quedaba de decente del Consejo Superior de la Judicatura.  Allí cabría aplicar lo que el antiguo filósofo griego Diógenes aplicó en su tiempo:  utilizar una lámpara en plena luz del día y caminar sus diferentes estancias.  Al ser preguntados acerca de lo que buscamos, habríamos de responder:  “Buscamos jueces honestos”.

En la segunda entrada, ahondaré más acerca de los alcances de Uribe con la justicia colombiana, tema central de este espacio.  Sin embargo, no quiero perder el hilo conductor que llevaba en un principio.  Como dije atrás, la indolencia caracterizó al Presidente Uribe cuando ya no era solo Uribe el redentor, sino Uribe el Magno (recordarán que su ego llegó a que algunos seguidores en serio, y algunos detractores en burla, lo llamaran ‘el mesías’).  Sus colaboradores realizaron toda serie de argucias para modificar el ordenamiento jurídico simplemente para que no se requiera voluntad diferente a la del Presidente Uribe para que algo se hiciera o se dejara de hacer en el país.  El primer referendo (y la yidispolítica), el segundo referendo y la denuncia de Navas Talero, las interceptaciones ilegales en el DAS, las confrontaciones con las Cortes, la declaración manifiestamente inconstitucional de estados de excepción (DMG y crisis de la salud) llevó a que aquel que juró combatir la corrupción y que siempre invitaba (en su primer gobierno) al diálogo de argumentos entre los contradictores, se transformara.

Cuando veo las cosas que llegó a hacer Álvaro Uribe, recuerdo las letras escritas por J.R.R. Tolkien en su obra de “El señor de los anillos”.  Además de ver la película, he leído el libro y siento que algunas de las descripciones que hace Tolkien sobre la manera como el anillo actúa a través de su portador para convertirlo en un instrumento de la maldad, es algo que se pudo aplicar a Uribe en algunos escenarios.  No pretendo, sin embargo, afirmar que todos sus errores o fracasos fueron intencionales o dolosos.  ¡Por supuesto que no!  Entiendo que fue una persona preparada, capaz de gobernar, hábil, y sobre todo, conciente de que posea aquellas cualidades.  Entre más cosas se hacen, es posible equivocarse más.  A Uribe le abono que aunque en muchas cosas se equivocó, muchas cosas intentó.  El lado bueno de su gobierno ha dejado cosas que me gustaría resaltar antes de terminar esta primera parte del escrito.

Recuerdo, por muchas razones que no vienen al presente caso, la situación de desconfianza y desesperación que vivía esta sociedad antes de la llegada de Uribe al poder.  Recuerdo que Bogotá era una capital sitiada, rodeada y deseada por las guerrillas, principalmente las FARC.  Recuerdo que para la gente, el concepto de movilidad y libertad de tránsito era aquel que podía ejercerse de la casa al trabajo y del trabajo a la casa.  También era posible viajar en avión al exterior a las playas.  El 80% de la población (si no es un poco mayor la cifra) estaba encarcelada en sus residencias, y veía cómo cualquier intento por desafiar a la guerrilla terminaba en secuestro extorsivo o en homicidio.

Recuerdo que antes de él, no existía una propuesta serie de atraer turistas e inversionistas al país.  Recuerdo que la presencia del primer mandatario de mi país era aquella que dejaba la de un hombre bajándose de un avión comercial para una reunión de jefes de Estado, o si no era ese el caso, se viajaba en un avión obsoleto e inseguro.

Recuerdo que antes de él, había podido únicamente ir a ver a Guns N´ Roses en 1992 y a Metallica (a este no pude ir, pero por otras razones) en 1999.  Bon Jovi, Gloria Estefan fueron quizás algunos de los otros conciertos de ‘grandes’ que pude presencial antes de la Era Uribe.  Durante su mandato, he podido ver a un repertorio de grandes grupos que jamás pensé que podría ver personalmente, y todo gracias a que se sentían lo suficientemente seguros para venir, y existía un suficiente nivel en la economía para emprender esos proyectos.  Eso, debo decirlo, se lo debo a él.

Recuerdo que antes de Álvaro Uribe, los policías y los militares competían por quién era más estúpido que el otro, y adicionalmente, por quién creía ser mejor que el otro.  El concepto de inteligencia militar aplicado al país era una increíble contradicción, y los recursos con los que contaban nuestras Fuerzas Armadas para enfrentarse a los subversivos eran muy escasos.  No obstante, quiero también dejar muy en claro que fue Andrés Pastrana (y no Uribe) quien se encargó de estructurar el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas.  Lo que ocurre es que fue el mandatario paisa quien contó con la decisión política de ampliar ese fortalecimiento e implementarlo desde el punto de vista operativo.

Por supuesto, Uribe nos ha metido unos golazos para desviar la atención, como la propuesta de traer el mundial de fútbol a Colombia, y cuestiones similares que buscaban contentar al pueblo y evitar que las personas husmearan más de la cuenta.

En síntesis, creo que Uribe hizo lo que la gente realmente esperaba que hiciera (disminuir la guerrilla a su mínima expresión) pero también ha dejado un negro legado que tardará algunos meses o años en realmente ser descubierto.  Mientras tanto, sus hijos ya serán unos grandes empresarios y probablemente ya no estén en el país, y es altamente probable que él tampoco.  Sin embargo, no les quepa la menor duda que lo ocurrido en su gobierno, que fuera dilatado o retrasado por estar él en el poder, volverá a adquirir un ímpetu que lo tendrá a él a las puertas del gran juicio histórico que el quisiera ver, pero con un resultado muy diferente al que él quisiera encontrar.

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