Nota introductoria:
No me avergüenzo de manifestar abiertamente mi profunda decepción por el estado de Bogotá, y peo raún, por la calidad de sus ciudadanos. Son ya muchos años de sentir lo mismo. Aclaro desde ya, que es imposible entrar a analizar uno a uno a cada uno de los que de una u otra manera interactúan diariamente en la capital de Colombia. No pretendo hacerlo, así fuese ello posible. En general, el "bogotano" no me agrada, y muchas razones hay para ello. Sin embargo, no es ese el objeto de este ingreso.
Luego de 23 años en contacto con aquello que podríamos llamar, "el derecho", tal vez nunca quise adentrarme en las aguas de la normatividad capitalina, sus porqués y su historia. Sin embargo, cuando uno ve el estado de la ciudad, e intenta encontrar respuestas, parece no hallarlas en ningún lado. Me cuesta creer que haya tantos mandatarios locales a los que le quede tan grande eso de gobernar una ciudad. Y si no lo viese con mis propios ojos todos los días, me costaría creer que haya gente que sea incapaz de botar la basura en la caneca de la basura, y que simultaneamente crea que es una idea genial andar destruyendo las estaciones y buses del sistema de transporte masivo principal de la ciudad.
En este momento presento otra claridad más: Transmilenio me parece una mala idea, pésimamente implementada. Sin embargo, es lo que nos dejaron en la ciudad, y el hecho de que no me guste no significa que me sienta "empoderado" (por utilizar un término de moda) para destruir toda la infraestructura del sistema.
A un amplísimo porcentaje de mis conciudadanos les parece genial eso de "hacerse sentir" destruyendo. Allá ellos... Sin embargo, más allá del interesante ejercicio que pueda representar intentar comprender o simpatizar con alguna de las subespecies de bogotano, lo interesante es intentar aprender por qué a pesar de todo ello, existe un apetito casi sobrehumano por llegar a ser alcalde de la ciudad. Samuel Moreno nos la puso demasiado fácil. Gracias a él, no hay que desgastarse demasiado en buscar respuestas.
¿Entonces, para qué escribo esto, si todo resulta tan obvio?
Ahora sí: El tema con el POT.
Ser corrupto es fácil. Realmente fácil. Para ello se requiere únicamente dos cosas: 1) Encontrar una manera de ganar "dinerillo" extra; y 2) Que no me cojan, o incluso, que me cojan pero no me condenen, o más aún, que incluso me puedan condenar pero que no me cojan la plata, pues esa es mi pensión.
Si nos detenemos en ello, podríamos armar un escalafón de corruptos con los siguientes niveles de experticia: nuevón, ladronzuelo, pícaro, El Padrino, y deidad. Para llegar a nivel deidad, se requiere ser masivamente corrupto, por cantidades masivas de dinero y no solo no se ser cogido, sino parecer adalidad de la moral y las buenas costumbres. Eso, no es fácil.
Allí es donde viene a jugar el tema del POT, o Plan de Ordenamiento Territorial.
Antes de continuar, los invito a que revisen este bellísimo video creado por la Cámara de Comercio de Bogotá en el año 2017.
Antes de los primeros 10 segundos, nos llega la primera sorpresa: Sí, ustedes oyeron bien... El Plan de Ordenamiento Territorial tiene una vigencia de 12 años. O mejor, tenía. Esa vigencia estaba amparada por el artículo 28 de la Ley 388 de 1997, y sí establecía una vigencia así. El término, fue eliminado por el cambio que se introdujo con el Decreto Ley 2106 de 2019. Ahora hay como tres vigencias distintas, pero el aspecto estructural sí tiene una duración de 3 periodos constitucionales (es decir, de 12 años).
Contándome mis deditos, empecé a echar cuentas, y algo no me cuadraba. Si la duración, hasta 2019, era de 12 años, ¿cómo era que todos los alcaldes desde Enrique Peñalosa I, habían presentado su POT y lo habían aprobado? Bueno... todos menos Samuel Moreno. Suponiendo que al día siguiente de la aprobación de la Ley 388 de 1997 hubiese expedido el primer POT, el tercer POT habría tenido que haberse expedido en 2021.
Sin embargo, Peñalosa I tuvo POT, Lucho Garzón tuvo POT, Gustavo Petro tuvo POT, Peñalosa II tuvo POT y Claudia López tiene POT.
¿Por qué?
Si le preguntan esto al angelito en mi hombro derecho, la respuesta que les daría es:
"Cada uno de ellos quiere construir sobre lo construido y continuar con la imparable tendencia de crecimiento y prosperidad que tiene Bogotá."
Imagen tomada de: Cuenta freepik de Pinterest.
"Porque cuando todas las obras de de desarrollo de una ciudad dependen de cómo decida yo "dibujar el mapa" del ordenamiento territorial, he ahí una importante manera de incentivar a los industriosos y proactivos corruptos del sector público y privado a hacer negocios. Es una rueda de negocios de la corrupción".
No sé a quién le creen. Yo se a quién de ellos le creo yo. No me parece coincidencial que en una ciudad en donde pavimentar una calle de manera decente sea una labor excepcional, tengamos tantos líderes con "visión de futuro". Tampoco me parece coincidencial que a tanto alcalde le encante ese tema de sacar su POT por decreto, es decir, de IMPONER su "visión" de ciudad. Y si no le creen a mi diablito, recuerden que Rubén Blades ya decía con sabiduría: "Decisiones, cada día. Alguien pierde, alguien gana, ¡Ave María!"
Ahora bien, supongan que esas decisiones implica que en sus manos puedan decidir quién gana y quién pierde... He ahí la oportunidad de negocio.
Redondeando: El hecho de que una ciudad no funcione no quiere decir que no mueva increíbles cantidades de dinero, a partir de obras que se culminan, obras que no se culminan, creación de empresas, construcción de grandes edificios, entre otros. El ciudadano no ve esto porque ni le quita ni le pone nada a su vida. Sin embargo, es en la capacidad de gestionar recursos para uno o para otro lado que surge el verdadero poder de los dirigentes. No quiere esto decir que todos los alcaldes sean corruptos, ni que únicamente los alcaldes son corruptos. Para un tema de tan grueso calibre como el POT de una ciudad, hay oportunidad de negocio a múltiple nivel. Sin embargo, para los mandatarios la prioridad es clara. Es posible que pase a la Historia como un buen o mal mandatario, pero no es eso lo relevante. Lo verdaderamente importante es que después de eso, si se gestionaron los negocios como era, al menos ya pueden montar su campaña presidencial, o irse a un decente retiro a un pequeño chalet o loft en algún lugar paradisiaco, que por supuesto no es la ciudad que gobernaron.
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