El día de hoy parece propicio para revisar concretamente el desarrollo de la Parapolítica y nuestros “honorables”, de la mano con temas como el respeto a la administración de justicia. Personalmente, confieso que no respeto la justicia colombiana. La acato, la cumplo, porque en ello he empeñado mi juramento y por respeto al ordenamiento, como ícono del derecho. Me encantaría tener la facultad de “obedecer y no cumplir”, como hace un par de siglos se hacía aquí en estas mismas tierras. Ahora entiendo por qué la hipocresía se ha convertido en virtud empresarial y profesional. No en vano, los Defensores del Cliente, los Directores Comerciales y los Diplomáticos ganan los sueldos que ganan. Realmente es todo un desafío vender la imagen de que estamos ayudando a nuestro prójimo, mientras realmente buscamos despojarlo de lo suyo para estar mejor nosotros. Debe ser satisfactorio recibir las gracias cuando como contraprestación recibe uno sanciones, detrimento patrimonial o amenazas. Quienes han recibido alguna vez un cobro bancario, probablemente sabrán a lo que me refiero. Supongo que sería como violar a una mujer virgen, sodomizarla mientras se le maltrata verbalmente, y en cambio recibir un “te amo” y un abrazo. Eso requiere habilidad.
Más o menos –exagerando un poco– es lo que nuestros “expertos” dicen que debo hacer con nuestros jueces (ya he explicado por qué no me refiero a la administración de justicia). La diferencia es que una inmensa mayoría de ellos no son hábiles. Por qué, me pregunto yo, es el Magistrado Auxiliar Iván Velásquez el encargado de asumir toda el agua sucia de lo hecho por la Corte Suprema de Justicia? No busco defenderlo. Tengamos claro que “lo aprecio tanto como a una úlcera de duodeno”, citando a uno de mis filósofos de cabecera: Garfield. Sin embargo, es como echarle la culpa al mesero por un plato desastrosamente preparado por el Chef (o cocinero, cuando no han sido picados por el bichito de la megalomanía).
El respeto se gana, y claramente muchos de nuestros jueces no se lo están ganando. Funcionarios judiciales que prejuzgan los casos desde las etapas de conciliación, que niegan pruebas sin fundamentos serios, que motivan sus decisiones únicamente con términos como “resulta obvio”, “es indudable que” y “está plenamente probado” sin mayores planteamientos jurídicos. Es decir, las falacias, por parte de jueces, sí deben ser avaladas. Los invito a que revisen los fallos de casación de cualquiera de las salas de la Corte Suprema de Justicia, para que intenten descifrar cuales son los requisitos para que la Sala pueda observar los yerros de los Tribunales. Pareciera ser que la sabiduría que se requiere para llegar a esos cargos, viene acompañada de ceguera crónica. Normalmente no logran ver los yerros de los Tribunales, es raro que en alguna ocasión vean las inconstitucionalidades en sus pronunciamientos (pregúntenle a la Corporación Excelencia en la Justicia los resultados de sus estudios sobre la Tutela en la Corte Suprema de Justicia), y en el caso de la Parapolítica, se hacen los sordos ante las críticas por irregularidades en la investigación.
Si hay algo que debe legitimar a un juez en su cargo, es el conocimiento jurídico. Se dice, en términos teóricos, que el juez es perito en derecho, y como tal, no requiere que se le pruebe el derecho. No obstante, esto parece hoy en día no ser tan cierto. En la actualidad, la sociedad se enfrenta a monstruosidades jurídicas de gran impacto, y en algunos casos, a otras monstruosidades jurídicas, de impacto no tan grande. Lo importante, dirán ellos, es respetar la independencia de la Rama Judicial, y acatar las sentencias.
Si supuestamente un juez es perito en derecho, ¿qué es lo que debe buscarse en un Magistrado que esté en la cumbre de la Rama Jurisdiccional? Personalmente, considero que la “honorabilidad” (de la que carecen muchos), y la transparencia son los factores claves. Si contaran con estas dos virtudes, no habría necesidad de cuestionar sus actuaciones por mecanismos como este, porque los canales institucionales bastarían. Una persona honorable y transparente es capaz de aceptar que se equivoca. Esta clase de individuos no tienen que pasar la mitad de su jornada laborar defendiéndose de sus propias actuaciones. El juez conoce el derecho, escucha los argumentos y responde mediante un mecanismo dialéctico.
Sin embargo, el método dialéctico poco importa hoy en día, porque lo importante es que el juez es juez, y punto. “El que manda manda, aunque mande mal”. He escuchado a muchos mediocres decir esto, en diversos escenarios. Suelen ser los mismos que un día aman al Presidente de la zona de distensión, y 5 años después niegan haber votado por él, y manifiestan que siempre han sido partidarios de contrario. El método dialéctico exige que anta la tesis, exista una antítesis cuyos argumentos, confrontados con los primeros, generen un resultado decantado. Para la “justicia” colombiana, no. El juez es el único que estudió derecho, y los demás somos idiotas con tarjeta profesional. Por ende, el método discursivo que se sigue ante la justicia es parecido al que se seguía en una novela titulada Hasta que la plata nos separe, donde un personaje de apellido Ramírez le rendía pleitesía a otro que se llamaba Marino. Para dirigirle la palabra a un juez (y más aún a un Magistrado), hay que nombrarlos con el popular “eminentísimo” o “el grande” mientras la visión toma la dirección ascendente, pero sin mirar al rostro porque es de mala educación. Uno es un “pinche” abogado que nada sabe de nada.
Ese es el escenario para los abogados. Imaginen a los que no lo son… Pobres. Tal vez por eso es que la intachable (según muchos) labor de la Corte en materia de investigaciones por la parapolítica se ha visto enlodada por “calumnias” contra su investigador estrella. Es increíble que tan rápido como ellos dictan medidas de aseguramiento y condenas, es como se absuelve al investigador estrella.
Es importante hacer referencia al sustantivo estrella, que en este caso hace las veces de un adjetivo, sin serlo. Nos dice la Real Academia de la Lengua Española (ver http://www.rae.es/) respecto de estrella: “10. f. U. en aposición para indicar que lo designado por el sustantivo al que se pospone se considera lo más destacado en su género. Proyecto, juez estrella.” Son catorce las acepciones que acepta la RAE para este término. Sin duda, no contaban con la versión colombiana del término.
Haciendo un poco de historia, podemos recordar a algunas personas a las que se les ha bautizado con esta historia, utilizaremos solo cinco de ellos para ejemplificar mi punto. El primero de ellos hace referencia a José “El Ringo” Amaya, volante estrella de la selección Colombia de fútbol. Su labor defensiva es altamente elogiada por los medios de comunicación (requisito indispensable para ser estrella es ser elogiado por los medios de comunicación) y comanda la línea de contención con bastante éxito. En segundo lugar, encontramos a Iván Mejía Álvarez, comentarista estrella del deporte colombiano, de mucho temple, caracterizado por sus inmisericordes ataques a los directivos deportivos, a deportistas, y a sus colegas comentaristas. A pesar de lo controversia generada, es sumamente distinguido y respetado en su medio.
El tercer ejemplo que utilizaremos el día de hoy corresponde a otra persona que también habla bastante, pero que se caracteriza por oponerse frontalmente al gobierno. Es el caso de Gustavo Petro, senador estrella de la oposición, cuyas denuncias en el Congreso y los vibrantes debates contra miembros del gobierno, han generado ampolla en muchos sectores de este último. En cuarto lugar, nos encontramos con otra persona que genera ampolla al hablar, como es el caso de Rafael García, testigo estrella de la Parapolítica, quien destapó la olla podrida sobre la infiltración del paramilitarismo en las instituciones del Estado, y ha dado lugar a que muchos funcionarios teman ser recordados por él. Nuestro último ejemplo del día corresponde a Juan Manuel Santos, Ministro estrella del Gobierno Uribe II, que a pesar de haber sido autocatalogado en algunos casos como “culipronto”, se ha encargado de liderar los golpes más contundentes que se le han propinado a las FARC en toda su historia.
Todos ellos, extractados de medios disímiles, poseen una característica en común, y es que todos ellos son estrella. Así han sido catalogados por personas diferentes a Gaviota Jurídica. ¿Sin embargo, son lo más destacado en su género? El debate está allí. Sin embargo, efectivamente existe un patrón común entre todos ellos y es la cantidad de estragos que sus obras generan en sus respectivos medios. Propondremos a la Real Academia de la Lengua Española, entonces, que estudien la posibilidad de considerar la acepción a la que aquí se hace referencia. El fundamento es sencillo, y fue recientemente recordado por Alberto Casas Santamaría recientemente en La W, cuando se discutía acerca de lo castizo de Beijing, frente al término original que es Pekín. Recordó Casas Santamaría que el lenguaje es fruto de la costumbre al hablar, y que por lo tanto, si lo costumbre era la de hacer referencia a Beijing, el término sería correcto.
En ese orden de ideas, escribiré probablemente un correo electrónico a la RAE, en el que solicito incluir la siguiente acepción: “15. f. U. en aposición para indicar que lo designado por el sustantivo es considerado el que más jode en su género. Futbolista, testigo, congresista estrella.” Teniendo en cuenta que el diccionario tiene aplicación en varios países, por lo menos vemos que su significado resulta plenamente aplicable en España, donde el actor estrella de la pornografía es Nacho Vidal, quien también es el que más “jode” en su género. Probablemente en algunos meses podré escribirle a Iván Velásquez sin necesidad de ruborizarme al utilizar la expresión de “investigador estrella”, título que sin duda se ha ganado, al menos en Colombia. Tal vez, en contraprestación, me entreguen una mención honorífica como Gaviota estrella, respecto de lo cual estaré inmensamente agradecido.
Remitiéndome a lo que inicialmente comentaba acerca de los sueldos de los diplomáticos, entiendo ahora por qué son tan altos los salarios de muchos de los Magistrados de la Corte, a los que al parecer, incluso les alcanza para invitar a unas copas de aguardiente. Siendo así, brindo por el Investigador estrella de la Sala estrella de la Corte estrella, de Colombia. Son dignos de libaciones y alabanzas por parte de los abogados terrenales, que siempre hemos admirado las estrellas. Sin embargo, yo prefiero admirar y ensalzar los nombres de aquellos que son estrellas, pero por la acepción 10 del diccionario, y no por la 15 (propuesta por esta gaviota). Tal vez en ese sentido estaba pensando el luchador grecorromano Ara Abrahamian, de Suecia, cuando consideró que una medalla olímpica de bronce, derivada de las pésimas decisiones de los jueces de la competencia, era tan legítima que su verdadero merecedor era el suelo y no un gabinete lleno de los más preciados trofeos. No legitimo su grosería, pero la entiendo. Una vez mostrada su inconformidad con los jueces, Abrahamian anunció su retiro. Será que en nuestro caso, también será necesario el retiro cuando el que se equivoca es el juez? Tal vez necesitemos más jueces terrenales y menos estrellas. Ojalá que para seguir buscando a los abogados ejemplares, no tengamos que salir en desgracia a recorrer los países del mundo, por haber sido desplazados por tantas estrellas. Para mis contradictores, les pido que por favor lean el comunicado de hoy (14-08-08) de la Corte Suprema de Justicia titulado “La verdad bajo la niebla”, y me comentan sus impresiones. Sin duda, seguiré tratando el tema en próximas oportunidades.
Más o menos –exagerando un poco– es lo que nuestros “expertos” dicen que debo hacer con nuestros jueces (ya he explicado por qué no me refiero a la administración de justicia). La diferencia es que una inmensa mayoría de ellos no son hábiles. Por qué, me pregunto yo, es el Magistrado Auxiliar Iván Velásquez el encargado de asumir toda el agua sucia de lo hecho por la Corte Suprema de Justicia? No busco defenderlo. Tengamos claro que “lo aprecio tanto como a una úlcera de duodeno”, citando a uno de mis filósofos de cabecera: Garfield. Sin embargo, es como echarle la culpa al mesero por un plato desastrosamente preparado por el Chef (o cocinero, cuando no han sido picados por el bichito de la megalomanía).
El respeto se gana, y claramente muchos de nuestros jueces no se lo están ganando. Funcionarios judiciales que prejuzgan los casos desde las etapas de conciliación, que niegan pruebas sin fundamentos serios, que motivan sus decisiones únicamente con términos como “resulta obvio”, “es indudable que” y “está plenamente probado” sin mayores planteamientos jurídicos. Es decir, las falacias, por parte de jueces, sí deben ser avaladas. Los invito a que revisen los fallos de casación de cualquiera de las salas de la Corte Suprema de Justicia, para que intenten descifrar cuales son los requisitos para que la Sala pueda observar los yerros de los Tribunales. Pareciera ser que la sabiduría que se requiere para llegar a esos cargos, viene acompañada de ceguera crónica. Normalmente no logran ver los yerros de los Tribunales, es raro que en alguna ocasión vean las inconstitucionalidades en sus pronunciamientos (pregúntenle a la Corporación Excelencia en la Justicia los resultados de sus estudios sobre la Tutela en la Corte Suprema de Justicia), y en el caso de la Parapolítica, se hacen los sordos ante las críticas por irregularidades en la investigación.
Si hay algo que debe legitimar a un juez en su cargo, es el conocimiento jurídico. Se dice, en términos teóricos, que el juez es perito en derecho, y como tal, no requiere que se le pruebe el derecho. No obstante, esto parece hoy en día no ser tan cierto. En la actualidad, la sociedad se enfrenta a monstruosidades jurídicas de gran impacto, y en algunos casos, a otras monstruosidades jurídicas, de impacto no tan grande. Lo importante, dirán ellos, es respetar la independencia de la Rama Judicial, y acatar las sentencias.
Si supuestamente un juez es perito en derecho, ¿qué es lo que debe buscarse en un Magistrado que esté en la cumbre de la Rama Jurisdiccional? Personalmente, considero que la “honorabilidad” (de la que carecen muchos), y la transparencia son los factores claves. Si contaran con estas dos virtudes, no habría necesidad de cuestionar sus actuaciones por mecanismos como este, porque los canales institucionales bastarían. Una persona honorable y transparente es capaz de aceptar que se equivoca. Esta clase de individuos no tienen que pasar la mitad de su jornada laborar defendiéndose de sus propias actuaciones. El juez conoce el derecho, escucha los argumentos y responde mediante un mecanismo dialéctico.
Sin embargo, el método dialéctico poco importa hoy en día, porque lo importante es que el juez es juez, y punto. “El que manda manda, aunque mande mal”. He escuchado a muchos mediocres decir esto, en diversos escenarios. Suelen ser los mismos que un día aman al Presidente de la zona de distensión, y 5 años después niegan haber votado por él, y manifiestan que siempre han sido partidarios de contrario. El método dialéctico exige que anta la tesis, exista una antítesis cuyos argumentos, confrontados con los primeros, generen un resultado decantado. Para la “justicia” colombiana, no. El juez es el único que estudió derecho, y los demás somos idiotas con tarjeta profesional. Por ende, el método discursivo que se sigue ante la justicia es parecido al que se seguía en una novela titulada Hasta que la plata nos separe, donde un personaje de apellido Ramírez le rendía pleitesía a otro que se llamaba Marino. Para dirigirle la palabra a un juez (y más aún a un Magistrado), hay que nombrarlos con el popular “eminentísimo” o “el grande” mientras la visión toma la dirección ascendente, pero sin mirar al rostro porque es de mala educación. Uno es un “pinche” abogado que nada sabe de nada.
Ese es el escenario para los abogados. Imaginen a los que no lo son… Pobres. Tal vez por eso es que la intachable (según muchos) labor de la Corte en materia de investigaciones por la parapolítica se ha visto enlodada por “calumnias” contra su investigador estrella. Es increíble que tan rápido como ellos dictan medidas de aseguramiento y condenas, es como se absuelve al investigador estrella.
Es importante hacer referencia al sustantivo estrella, que en este caso hace las veces de un adjetivo, sin serlo. Nos dice la Real Academia de la Lengua Española (ver http://www.rae.es/) respecto de estrella: “10. f. U. en aposición para indicar que lo designado por el sustantivo al que se pospone se considera lo más destacado en su género. Proyecto, juez estrella.” Son catorce las acepciones que acepta la RAE para este término. Sin duda, no contaban con la versión colombiana del término.
Haciendo un poco de historia, podemos recordar a algunas personas a las que se les ha bautizado con esta historia, utilizaremos solo cinco de ellos para ejemplificar mi punto. El primero de ellos hace referencia a José “El Ringo” Amaya, volante estrella de la selección Colombia de fútbol. Su labor defensiva es altamente elogiada por los medios de comunicación (requisito indispensable para ser estrella es ser elogiado por los medios de comunicación) y comanda la línea de contención con bastante éxito. En segundo lugar, encontramos a Iván Mejía Álvarez, comentarista estrella del deporte colombiano, de mucho temple, caracterizado por sus inmisericordes ataques a los directivos deportivos, a deportistas, y a sus colegas comentaristas. A pesar de lo controversia generada, es sumamente distinguido y respetado en su medio.
El tercer ejemplo que utilizaremos el día de hoy corresponde a otra persona que también habla bastante, pero que se caracteriza por oponerse frontalmente al gobierno. Es el caso de Gustavo Petro, senador estrella de la oposición, cuyas denuncias en el Congreso y los vibrantes debates contra miembros del gobierno, han generado ampolla en muchos sectores de este último. En cuarto lugar, nos encontramos con otra persona que genera ampolla al hablar, como es el caso de Rafael García, testigo estrella de la Parapolítica, quien destapó la olla podrida sobre la infiltración del paramilitarismo en las instituciones del Estado, y ha dado lugar a que muchos funcionarios teman ser recordados por él. Nuestro último ejemplo del día corresponde a Juan Manuel Santos, Ministro estrella del Gobierno Uribe II, que a pesar de haber sido autocatalogado en algunos casos como “culipronto”, se ha encargado de liderar los golpes más contundentes que se le han propinado a las FARC en toda su historia.
Todos ellos, extractados de medios disímiles, poseen una característica en común, y es que todos ellos son estrella. Así han sido catalogados por personas diferentes a Gaviota Jurídica. ¿Sin embargo, son lo más destacado en su género? El debate está allí. Sin embargo, efectivamente existe un patrón común entre todos ellos y es la cantidad de estragos que sus obras generan en sus respectivos medios. Propondremos a la Real Academia de la Lengua Española, entonces, que estudien la posibilidad de considerar la acepción a la que aquí se hace referencia. El fundamento es sencillo, y fue recientemente recordado por Alberto Casas Santamaría recientemente en La W, cuando se discutía acerca de lo castizo de Beijing, frente al término original que es Pekín. Recordó Casas Santamaría que el lenguaje es fruto de la costumbre al hablar, y que por lo tanto, si lo costumbre era la de hacer referencia a Beijing, el término sería correcto.
En ese orden de ideas, escribiré probablemente un correo electrónico a la RAE, en el que solicito incluir la siguiente acepción: “15. f. U. en aposición para indicar que lo designado por el sustantivo es considerado el que más jode en su género. Futbolista, testigo, congresista estrella.” Teniendo en cuenta que el diccionario tiene aplicación en varios países, por lo menos vemos que su significado resulta plenamente aplicable en España, donde el actor estrella de la pornografía es Nacho Vidal, quien también es el que más “jode” en su género. Probablemente en algunos meses podré escribirle a Iván Velásquez sin necesidad de ruborizarme al utilizar la expresión de “investigador estrella”, título que sin duda se ha ganado, al menos en Colombia. Tal vez, en contraprestación, me entreguen una mención honorífica como Gaviota estrella, respecto de lo cual estaré inmensamente agradecido.
Remitiéndome a lo que inicialmente comentaba acerca de los sueldos de los diplomáticos, entiendo ahora por qué son tan altos los salarios de muchos de los Magistrados de la Corte, a los que al parecer, incluso les alcanza para invitar a unas copas de aguardiente. Siendo así, brindo por el Investigador estrella de la Sala estrella de la Corte estrella, de Colombia. Son dignos de libaciones y alabanzas por parte de los abogados terrenales, que siempre hemos admirado las estrellas. Sin embargo, yo prefiero admirar y ensalzar los nombres de aquellos que son estrellas, pero por la acepción 10 del diccionario, y no por la 15 (propuesta por esta gaviota). Tal vez en ese sentido estaba pensando el luchador grecorromano Ara Abrahamian, de Suecia, cuando consideró que una medalla olímpica de bronce, derivada de las pésimas decisiones de los jueces de la competencia, era tan legítima que su verdadero merecedor era el suelo y no un gabinete lleno de los más preciados trofeos. No legitimo su grosería, pero la entiendo. Una vez mostrada su inconformidad con los jueces, Abrahamian anunció su retiro. Será que en nuestro caso, también será necesario el retiro cuando el que se equivoca es el juez? Tal vez necesitemos más jueces terrenales y menos estrellas. Ojalá que para seguir buscando a los abogados ejemplares, no tengamos que salir en desgracia a recorrer los países del mundo, por haber sido desplazados por tantas estrellas. Para mis contradictores, les pido que por favor lean el comunicado de hoy (14-08-08) de la Corte Suprema de Justicia titulado “La verdad bajo la niebla”, y me comentan sus impresiones. Sin duda, seguiré tratando el tema en próximas oportunidades.
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