jueves, 28 de agosto de 2008

Y los tomates son para…

El mundo político es maravilloso. La historiografía conocida nos ha permitido atestiguar, a la distancia, un sinnúmero de matrimonios, genocidios, guerras provocadas, juicios infundados y pactos diabólicos perpetrados por razones políticas. “Por el bien del país” –que otros han llamado raza y hoy en día denominamos patria– se han casado príncipes de la hoy llamada comunidad GLBT, con princesas lascivas, o viceversa. “Por la preservación de la fe”, acabamos con un sinnúmero de individuos que eran supuestos pecadores relapsos. “Por la protección del sano sentimiento de la raza aria”, se dio inicio por parte de Hitler a la ofensiva militar que desencadenaría la Segunda Guerra Mundial. De la misma forma, Herodes ordenó matar a todos los niños pequeños en la tristemente famosa matanza de inocentes, para evitar así que en el futuro, el mesías lo destronara, es decir, por razones políticas. Por razones políticas también, Estados Unidos lideró la convención de los países del mundo para establecer un tribunal penal de carácter internacional. Cuando todos estuvieron de acuerdo, Estados Unidos dejó de ratificar el tratado constitutivo, y selló pactos bilaterales con la mayoría del globo terráqueo, para sustraer a sus ciudadanos de la competencia de la Corte.

Hasta ahí, podríamos preguntarnos cómo podríamos maravillarnos de eventos tan deplorables, y no simplemente sumirnos en la más triste depresión al saber que formamos parte de esa misma historia. En efecto, el horror solo maravilla a los enfermos, y no es ese nuestro caso. Lo maravilloso es que tantos siglos después, conociendo todos los pueblos ejemplos vivos de esta clase de situaciones, sigamos confiando en los políticos para tomar decisiones. Es cierto, la política es inevitable, pero los políticos no. Entendemos un poco más ahora, con ejemplos como estos, por qué Albert Einstein dijo alguna vez que solo conocía dos cosas infinitas: el universo, y la estupidez humana. La primera de ellas está siendo revaluada.

Desde que tengo uso de razón, “la humanidad” ha encabezado un sinnúmero de campañas por la protección de toda clase de derechos irrenunciables e inalienables, como diríamos los abogados. Tan popular se volvió el tema, que se institucionalizó y se masificó, al punto que hoy en día, montar una ONG que luche por algo, o a favor de alguien, es toda una carrera muy rentable. No niego que hay ONG´s que realmente cumplen su función, y que trabajan con mínimos recursos. Es el costo de la independencia. Hay otras tantas, en cambio que tienen personal especialmente capacitado para montar ofertas para licitaciones, que casi siempre son financiadas por algún gobierno, o por alguna agencia creada por algún gobierno. Uno o dos contratos anuales con estas agencias, da para que estos incansables luchadores vivan como príncipes. La parte de NO GUBERNAMENTAL como que no encaja muy bien, verdad?

Ese altruismo que es política nacional e internacional de las grandes potencias del mundo, contrasta con otros datos “maravillosos”. Miremos. El mundo está preocupado porque no hay comida para tanta gente. Cada vez hay más personas, y hay menos comida. Sin embargo, esa preocupación es similar a la que tienen las personas de encontrarse con extraterrestres, es decir, eminentemente teórica. Las cifras, los estudios y los esfuerzos se enfocan en sentido contrario. Observemos por ejemplo el ingreso más reciente del blog denominado Quæstio, titulado “Un mundo sin niños” en el que se ejemplifica con claridad de qué manera los intereses del mundo realmente se dirigen a procurar que nazcan más niños. Razones hay muchas, pero menciono dos principales: 1) Mano de obra futura, y 2) Sostenibilidad del sistema de seguridad social, en especial en materia de pensiones. En otros términos, si no nacen niños, no habrá quién nos genere riqueza, y adicionalmente, no habrá quién cotice a fondos de pensiones, para sostener a los adultos mayores.

Otro ejemplo, que me parece particularmente repugnante, es el de las famosas tomatinas españolas celebradas anualmente, en el que se dispone de una cantidad increíble de tomate para aplastarlo y lanzarlo a las demás personas. Más allá de lo divertido que resulta, es toda una tradición. Tan importante es que cuenta con una página oficial que cuenta con interesantes pasajes a tener en cuenta, como es el siguiente:

“Las cifras hablan por sí solas. Un coste total de 120.000 euros en la Tomatina, de los que el ayuntamiento sólo paga 90.000 euros, y una audiencia potencial de varios millones de personas que cada año se interesan por adquirir algunos de los paquetes de vacaciones que ofertan operadores internacionales para visitar Buñol y participar en esta fiesta. Este peso le ha valido a la Tomatina para que Google modificara ayer el logo de su portal en España para emular una lucha de tomates, una acción promocional que la empresa reserva para grandes acontecimientos.”

Quienes lanzan los tomates son parte de los mismos que se dicen “pobre gente” cuando ven a personas en condiciones de miseria, y creen que eso ya neutraliza cualquier “exceso” cometido. Excesos como los de algunas cadenas de comidas rápidas que tienen la instrucción de botar a la basura la comida que les sobra en el día. Los empleados de estas cadenas de comidas rápidas tienen prohibido, so pena de ser despedidos, regalar la comida a los habitantes de la calle, popularmente conocidos como “desechables”. Mirado en contexto, entonces, es bastante curioso que mientras aplastamos toneladas de tomates en Buñol (España), práctica que hemos decidido copiar en Colombia (tomatinas de Sutamarchán), como siempre, y botamos hamburguesas a la basura, vayamos a una tienda de discos a comprar un disco, porque con ese dinero vamos a alimentar a los pobres. Incoherente, verdad?

A eso, sumémosle un tomatazo adicional de nuestro mundo civilizado para con los “pobres desafortunados que no tienen con qué”. Es importante saber que cuando las fuerzas de paz ingresan a países en conflicto, les está prohibido suministrarle a la población cualquier elemento de vestimenta o de alimento a ellos. La orden es que si sobran alimentos de los suministros semanales, deberán ser incinerados. Es decir, es preferible que la gente no coma, a que se ponga en duda nuestra profesionalidad e imparcialidad. Esto, amigos lectores, es obra de las maravillas de la política, de la que antes les hablaba.

Ya que estamos en épocas festivas, donde lanzar tomate no solo es un derecho sino un deber social, me permito lanzar mi cuota de tomates, con picotazo a bordo, al señor Ministro del Interior y de Justicia de Colombia, quien al parecer le gusta ser salpicado por muchos tomates –bastantes le han lanzado– y divertirse con ello. Nuestro Ministro, encargado de la política interna del país, y de la justicia, ha sido cuestionado duramente por parte de los miembros del Congreso. Muchos de los senadores de la oposición lo desconocen como interlocutor válido, todo ello porque su hermano ha dado muestras de ser una verdadera joyita. Curioso es que estos señores que expiden leyes que establecen la responsabilidad penal individual, la dignidad humana, y otras tantas garantías, sean los mismos que piden la renuncia del Ministro por la responsabilidad penal en la que podría incurrir su hermano. Así es la política: maravillosa. Pero más deslumbrante aún resulta que nuestro Ministro, que se ha caracterizado por aparecer diariamente en todas las emisiones de los noticieros nacionales, y quien a la fecha a podido demostrar un importante portafolio de resultados en su gestión, compuesto por ABSOLUTAMENTE NADA, insista en que seguirá trabajando en su gestión, que todavía no sabemos en qué consiste.

Seguramente, nuestros habitantes del Chocó, que mueren de hambre y que han sido relegados por nuestra justicia social incluyente, estarán dichosos de saber que en Buñol hubo más ocupación hotelera este año que el anterior, y que el Ministro Valencia Cossio seguirá devengando un importante sueldo durante algunos meses más, para defender la importantísima gestión que ha venido desempeñando. Tan importante que solo él la conoce.

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