martes, 26 de agosto de 2008

Jueces colegiales, superjueces y jueces de línea

El mundo postmoderno se caracteriza porque ya no sabemos qué es qué. De hecho, si creemos saber algo, es porque en realidad no sabemos nada. Las fronteras ideológicas se han borrado de forma tal que los conservadores colombianos llevan 6 años apoyando a un candidato que toda la vida fue liberal. De la misma forma, es importante resaltar que el profesor hoy en día debe temerle al estudiante, porque no solo sabe buscar en Internet datos que el profesor desconoce, sino porque aparte de todo, puede incurrir en crisis nerviosa que lo incapacite de por vida, y deba entonces el profesor indemnizar a su alumno por sumas cuantiosas.

Es así como en Colombia podemos ir un poco más allá y asegurarle al resto del mundo globalizado que hemos logrado romper el paradigma del semáforo, de forma tal que cuando un semáforo está en amarillo, los conductores bajan el cambio de velocidad, es decir, se preparan para acelerar, y cuando el semáforo cambia a rojo, durante aproximadamente 3,9 segundos, intentan demostrar si en efecto el carro efectivamente pude pasar de 0 a 100 en ese lapso. Colombia es el país donde al Administrador se le dice Doctor, al Doctor se le dice ladrón, y al ladrón se le llama por Don.

No nos debe extrañar, entonces, que hoy en día podamos hablar sobre asuntos jurisdiccionales con cierta comodidad. Hace unos 10 años era impensable hablar de diferentes clases de jurisdicciones. “La jurisdicción es una sola” –diría el erudito profesor– “porque la posibilidad de solucionar las controversias en virtud de la soberanía, es del Estado, quien la ejerce a través del juez.” Luego de semejante regaño, probablemente estaríamos tragando saliva para no perder el semestre. Hoy en día, no es tan así. Recordemos que el Fiscal captura, el policía materializa el principio de oportunidad, y el juez crea conflictos en vez de solucionarlos. Veamos unos ejemplos:

Como podrán anticipar, mi invitado número uno es la Corte Suprema de Justicia. Hace algunas semanas, únicamente invitaríamos a los miembros de la Sala de Casación Penal. Hoy en día, no obstante, es tan solo justo que invitemos a toda la Corporación. Al parecer, todos ellos faltaron a la clase de Teoría General del Proceso, cuando el profesor mencionaba la clasificación de los jueces. “En primer lugar” –diría el catedrático- “podemos mencionar una primera clasificación consistente en jueces unipersonales y jueces colegiados”.

Estoy convencido que nuestros honorables entendieron mal. ¡Sin duda! Al parecer, la interpretación teleológica fundamentada en el criterio filológico, les permitió codificar en sus “honorables” mentes, que los jueces se dividían en unipersonales y colegiales. Por supuesto. Eso nos permite explicar científicamente por qué una serie de ilustres profesionales que llevan algunos más de 30 años en el ejercicio de la profesión de abogados, llegan a la Corte Suprema de Justicia, que no es un juez unipersonal, y proceden a acudir al directorio telefónico mundial para mirar a quién acusan.

No solo acusan, sino que son acusetas, como dirían mis compañeros de jardín infantil hace ya bastantes años. Entonces nuestros honorables llegan a la Alta Corporación y como automáticamente saben más que todo el resto de la humanidad, entonces no toleran que se les cuestione sus puntos de vista, y si se les cuestiona, acusan. Aquí ya nos han acusado a todos –a quienes tienen relevancia política– ante el Procurador General de la Nación, El Consejo Superior de la Judicatura y más recientemente, ante la Corte Penal Internacional. En consecuencia, tenemos jueces unipersonales, jueces colegiados y jueces colegiales.

Nuestros colegiales, como buenos colegiales que son, tienen afiches con sus héroes de juventud. En el caso de mis jueces colegiales, el héroe se llama Baltasar Garzón, para la mayoría, y para otros se llama Luis Moreno Ocampo, el jefe de los acusetas internacionales. Por el profundo respeto que me merece el Fiscal en Jefe ante la Corte Penal Internacional, quien cuenta con una hoja de vida intachable que lo respalda, y quien genera respeto por sus obras en vez de exigirlo por sus cargos, no habré de tenerlo en cuenta dentro de estas consideraciones. No obstante, su compañero de viaje sí merece un pedestal especial. De hecho, es tan especial su condición particular que ha llegado a ser catalogado como el superjuez. Este superjuez, que sin duda alguna es conocedor del derecho, tiene un problema muy particular, y es que a pesar de ser español, parece haber nacido en Hollywood. Sus actuaciones en el pasado lo han llevado a iniciar procesos por crímenes internacionales, solicitar extradiciones en virtud del principio de jurisdicción universal, y actualmente, venir a Colombia para amenazar al gobierno colombiano con la intervención de la comunidad internacional si no se indemnizan a las víctimas. Todo ello ocurre mientras su séquito de colegiales aplaude estruendosamente.

Seamos claros en algo. Si, en efecto, llegase a intervenir la justicia penal internacional en Colombia porque constaten que se han perpetrado una serie de crímenes por parte de los grupos paramilitares, está implícitamente aceptándose que la justicia colombiana ha fallado. No es lógica la posición de la Corte Suprema de Justicia al incentivar a la CPI a tramitar procesos a nivel internacional, pues desdibuja el papel del Estado colombiano como encargado de castigar estos crímenes. No es el gobierno colombiano el que ha de legalizar la impunidad. Es el Estado colombiano en conjunto el que incurriría en esta gravísima falta. Precisamente la Corte Suprema de Justicia, como máximo órgano de administración de justicia ordinaria la que responde a nivel institucional por esta situación, y si bien es claro que existen maniobras por parte del Ejecutivo que permitirían inferir que no se busca obtener condenas, también es cierto que no es procedente la extradición de ninguna persona a otro Estado, si no media concepto favorable por parte de la Corte.

Lo anterior revela, entonces, que el supuesto triunfo que los “honorables” se pretenden embolsillar es tan contraproducente que implica alegar su propia responsabilidad en los hechos. La Corte hoy pretende delegar responsabilidades y considerarse como ajenos a la situación. Se alega la vulneración de los derechos de las víctimas, se alerta sobre la denegación de justicia, pero poco se dice acerca de porqué, si esa posición era tan evidente, no aplicaron la Constitución por encima de las leyes de extradición (normas de inferior jerarquía) para efectos de detener la supuesta artimaña del Gobierno. Si esa hubiera sido la interpretación que se hizo acerca de las causas para extraditar a los jefes paramilitares, no solo habría sido una facultad de la Corte proceder así, sino que por el contrario habría sido una obligación constitucional puesto que la Corte debe ejercer un control de garantías, así no se haya expresado de manera explícita en el Código. Típica posición de un juez colegial, que ayuda a los “compañeritos” en sus maldades, y luego va y los “acusa”.

No es muy diferente la situación de estos señores, con la de los jueces deportivos, que cada vez se encuentran más desprestigiados. De lo contrario, miremos los olímpicos, en donde se cuestionaron a los jueces de judo, de lucha grecorromana, de boxeo, de regatas. Ni hablar del fútbol colombiano, en donde los jueces se han negado a pitarle partidos al Boyacá Chicó, por tanta algarabía de sus directivos –aunque justificada– que partido tras partido arremeten contra ellos. La pregunta siempre será, por qué no se asumen las responsabilidades? Esperemos que nuestros jueces colegiales no encuentren inspiración en ellos en este punto, porque claramente en los últimos meses han seguido los pasos de los jueces de línea colombianos que pitan penales que no son, legalizan goles y anulan otros tantos, sin mayor explicación. Sólo faltaría que se les ocurra la grandiosa idea de dejar de “pitar” en la justicia ordinaria, por el delirio de persecución que los tiene cometiendo error tras error.

Sin duda a nuestros honorables les está faltando madurar institucionalmente y revisar el alcance de sus actos, que supuestamente deben estar en un ámbito distinto al político. De lo contrario, conviene preparar el vestido para empezar a celebrar las fiestas de 15 de la justicia, y rogar porque la madurez llegue pronto, mientras que nuestro superjuez enfila baterías para su próximo éxito taquillero denominado Las Crónicas de Balta-ZAR. Sin duda una producción llena de “recursos” espectaculares.

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