lunes, 4 de agosto de 2008

Buena esa, colegas

Hoy, me gustaría hacer referencia a un par de artículos contenidos en las ediciones de El Espectador del día 03 de Agosto y 04 de Agosto de 2008. En la primera de ellas, titulada “Un abogado de cien años” se hace referencia a la vida de mi colega, Jaime Arroyave Naranjo, abogado de 100 años de edad, que vive en Armenia y que aún hoy litiga, acumulando día a día una larga historia de anécdotas que involucraron a importantes figuras como Germán Arciniegas y Jorge Eliécer Gaitán. A él, mis respetos, por ser ejemplo de que las personas no son útiles hasta cuando los demás les dicen que son útiles, sino hasta cuando su propio espíritu les dice que lo son. Casos como el suyo son ejemplo de vida y ejemplo profesional para muchos de nosotros, que tras algún tiempo de estar ejerciendo la profesión, consideramos que hoy en día no tiene sentido, o que mejor es dedicarse a otra cosa. Me incluyo dentro de los primeros, por razones que ya he tenido la oportunidad de exponer aquí.

No obstante, comparto con Arroyave su vocación de persistencia. Si bien no tiene sentido, si bien esto está lleno de incoherencias e injusticias, así es la vida y de eso se trata la profesión, de usar la ciencia y la retórica para intentar ejercer la profesión de la mejor manera. Un profesional como él me permite pensar que definitivamente la vida –y el desempeño profesional– no es como una carrera de 100 metros planos, sino más bien como la maratón que requiere disciplina, ritmo, preparación y constancia. Valdría la pena que muchas de nuestras facultades de derecho repasaran constantemente entre sus alumnos los textos sobre ética profesional, sobre la razón de ser de los abogados, y con esa claridad, enseñar –ahora sí– las leyes. No me cabe la menor duda que muchos de nuestros colegas son “torcidos por convicción”, otros tantos son “torcidos por elección estratégica”, pero muchos otros son “torcidos por falta de formación”.

Confieso que no conozco la trayectoria profesional del Dr. Arroyave, no sé si será un genio del litigio o no, pero sí reconozco su entrega al oficio, y resalto su independencia intelectual. No es fácil salir adelante en este país cuando a los 40 años uno está viejo para acceder a un trabajo, y a partir de los 60, ya uno es tildado de loco. En algunos casos, los personajes se lo merecen, pero no por su edad, sino por su demencia perfeccionada y potencializada con el tiempo. No es fácil como persona mayor vivir la vida a plenitud, cuando la familia comienza a cotizar hogares geriátricos cuando uno todavía se siente útil. No es fácil ser feliz en edades crepusculares cuando aquí se mira la labor a los ancianos como una carga para el sistema pensional, y no como los gestores de lo poco bueno que somos o alguna vez fuimos.

Por eso es que el ejemplo de este abogado quindiano es tan importante para nosotros, porque entendió que su vida es su vida, y que la felicidad de él depende únicamente de él. Libertad e independencia forjadas por su propia mano, convicción profesional e inquietud intelectual son lecciones que ojalá podamos todos poner en práctica, pero no solo respecto de nosotros mismos, sino también de nuestros mayores. Debo confesar aquí que aparte de mis padres –por supuesto– las tres personas que más influenciaron mi vida (para bien), han sido personas que me llevan casi 60 años. Al escribir estas palabras de reconocimiento a Jaime Arroyave Naranjo, les extiendo el reconocimiento a ellos tres, quienes fueron y son muestra fe arete (virtud), aunque en otros campos diferentes.

Como comenté al principio, el 04 de Agosto de 2008 se escribió otro interesante artículo titulado “Sorda y ciega, pero justicia” en el que se presenta la historia de dos colegas, Soledad Castrillón y Reinaldo Gómez. Ella es sorda y él, ciego. En ambos casos, la lucha contra los prejuicios y perjuicios fue difícil, hasta el punto en que el simple hecho de estudiar derecho, como cualquier de sus condiscípulos era parte de una labor titánica. No obstante, admiten los dos juristas que hoy laboran en la rama jurisdiccional, contaron con apoyo importante de dos personas que les permitió llegar a donde han llegado. De una parte, el abogado Aldemar Muñoz, y de otra parte el Honorable Magistrado (por diversos testimonios que poseo, y por el estudio de su obra, para que este “honorable” sí era honorable) Ricardo Medina Moyano.

Es increíble que 17 años después de la entrada en vigor de la Constitución de 1991, esta clase de historias sigan siendo noticia. La Constitución es absolutamente clara en desechar cualquier forma de discriminación negativa. Sin embargo, ese saludo a la bandera, claramente se quedó en eso. De lo contrario, ejemplos como el de Soledad Castrillón y Reinaldo Gómez no tendrían porque llegar a las primeras páginas de un diario de circulación nacional. Me adhiero al pensamiento expuesto por Natalia Springer en su columna de hoy en el diario El Tiempo (ver “Racista hasta los huesos”, que demuestra con creces, que este es un país que discrimina, que llora por unos y a otros los esconde. Cuando digo “país”, me refiero al pueblo colombiano, que le encanta, por regla general, sentirse más grande que el vecino, más inteligente que el hermano, y más guapo (o guapa) que sus amigos. Esa mentalidad es la que ha obligado a que en muchos círculos se diga que Correa debe arrodillarse ante nuestros pies y pedir perdón por insolente, mientras que acto seguido, acudimos a lo que dice Uncle Sam y Europa, para ver si somos merecedores de una galleta, o si debemos recibir dos palmadas en el hocico por obrar indebidamente. En otras palabras, primero discriminamos a quien consideramos inferior a nosotros, para luego autodiscriminarnos ante otros, quejándonos luego de por qué en España maltratan a los suramericanos.

A ellos, mis respetos porque han debido minimizar la adversidad y optimizar sus capacidades para efectos de ser aceptados en nuestro medio como pares. La tenacidad de espíritu y el coraje para enfrentar las burlas, la discriminación y la mala energía de los demás, no es algo que todas las personas posean. Por esa razón, la lección que nos dejan Soledad y Reinaldo es la de aquellos que trascendieron con determinación y esfuerzo, situación que hoy en día no es fácil de encontrar entre nosotros. La falta de confianza en nosotros mismos, la creciente competencia profesional y la evidente mala fe de muchos profesionales del derecho son factores que generan temor, duda y falta de fe en el medio, y en nosotros mismos. Estos dos colegas, al igual que el Dr. Arroyave, son ejemplo, no solo para nosotros, sino también para un selecto grupo de “honorables” que pudiendo ver, no ven; que pudiendo oir, no oyen; que pudiendo ser justos, no lo son.

Gracias, Jaime, Soledad y Reinaldo, por sus valiosos ejemplos de vida. “Pico” para ustedes, y “pico” para El Espectador, por finalmente dar un paso diferente al amarillismo habitual que encontramos en nuestra prensa.

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