miércoles, 6 de agosto de 2008

Sobre la discriminación sexual

En anterior oportunidad he manifestado mi pensamiento acerca de aquellas personas que so pretexto de un fin noble y justo, se valen de instrumentos no tan nobles para llegar a esa finalidad. Nuestro más reciente ejemplo tocó a Diego Palacio Betancourt, como una muestra de lo que no se debe hacer como funcionario público. Igualmente vimos el caso de la marcha del 20 de Julio, en el que nuestro caballito de batalla, que era la libertad de los secuestrados, se convirtió en una muestra de “Colombiamoda al parque”. Ante un fin noble, unos métodos “muy fashion”, “muy chic” pero poco nobles.

Hoy retomaremos el tema, pero desde una óptica diferente, que tiene íntima relación con la discriminación de nuestra sociedad hacia varios de sus componentes. En el ingreso anterior, nos referimos a cómo la valentía de tres de mis colegas los ha llevado a perseverar en esta jungla del derecho, y cómo vencieron a la discriminación para salir adelante. El día de hoy, entonces, habrá un sancocho de opinión. Para ponerlo en términos jurídicos, esto significa que “se realizará un ejercicio ecléctico de dos sistemas independientes y autónomos de conocimiento”, o mejor aún, “se abordará una digresión acerca de la naturaleza jurídica de esta novedoso campo transdisciplinario”. En fin, un sancocho.

Mi invitada de honor es la conocida Florence Thomas, coordinadora del grupo mujer y sociedad, Psicóloga con magíster en Psicología Social, sin duda es una persona altamente preparada y transparente en su forma de pensar. No obstante, la señora Thomas tiene un serio problema con el sexo masculino que la ha llevado, de ser una protectora de la mujer en la sociedad actual (con rezagos importantes de una sociedad enteramente machista), a ser el verdugo del sexo masculino, de forma tal que cualquier comentario u opinión que pueda implicar que hay algún hombre mejor en algo, que alguna mujer, es constitutivo de herejía.

Por razones netamente procedimentales, y para efectos de un mejor entendimiento con mi invitada de honor, procederé a responderle en un lenguaje parecido al que ella utiliza, para efectos de evitar ser tildado de discriminador, excluyente, machista en la escritura y consecuentemente, hereje. Ahí va:


Gran pesar evidencio al ver nuevamente cómo una de nuestras grandes columnistas persiste en su despiadado ataque dirigido hacia el sexo masculino. En su columna del día titulada “¿Y qué no se ha preguntado María Isabel?”, otra muestra más de su movimiento antifálico y anti cualquier cosa que perdone al miserable portador de pene, la emprende contra la periodista y columnista María Isabel Rueda. La razón: la recomendación de María Isabel Rueda al Congreso de no perder el tiempo con las reivindicaciones de las mujeres.

Si consideramos el título, es decir, el portador del mensaje de lo que tratarías en tu columna, observamos el desprecio en su significado. Ese desprecio del cual fuera merecedor tu antiguo amigo, el poeta nadaísta, por osar decir que prefería una mujer tierna, bella y frágil, y no a las todopoderosas que tu promocionas. Tal vez no es apropiada la posición de María Isabel en sugerir que se cumpla las disposiciones constitucionales sobre igualdad de género. Tal vez lo correcto sea legislar a favor de un género que ha dejado de ser desprotegido legalmente desde hace mucho tiempo, e imponer mayores cargas al hijo de Adán, so pretexto de reivindicar a la mujer.

Recuerdo las palabras que escogiste para desarrollar tu idea. Hablaste de reivindicación, cuando quizás te referías a la capitalización, y exiges rigor periodístico cuando careces de él. Lo confieso Florence, que no soy ejemplo de rigor periodístico y por eso me escondo detrás de un seudónimo que representa la libertad de expresión de la que carezco en otros ámbitos, porque personas como tú y otros tantos en este país que risiblemente se denomina democrático, atacan miserablemente a quienes osamos pensar por nosotros mismos, así implique oponemos a ellos. No te sientas aludida, no eres la única.

Es curioso que una persona que luche por la reivindicación de la mujer, sea la primera en descalificar la opinión de una de ellas. Tal vez en materia de paradojas no sea muy docto, pero la lógica es parte de los fundamentos de mi profesión. Cuando reviso frases como “yo, de lo que no sé no hablo y creo que se ha hecho notorio en las columnas mías de este diario. Hablo con seguridad de lo que sé y de mujeres yo sé. No todo, pero luego de 30 años de reflexión e investigación sobre el tema, sé algo del universo femenino; sé algo de la existencia de las mueres colombianas, de sus vidas, de sus necesidades, de sus duelos y de su formidable valentía. Para saber de mujeres no basta ser mujer. Y María Isabel, lo siento mucho, pero de mujeres no sabes gran cosa. Entonces, ten el rigor periodístico de no hablar de ellas.”

Sé que no soy mujer, y sé que no tengo 30 años de experiencia en el tema, pero también sé que argumentativamente, eso no te da ninguna ventaja. Conozco, porque mis pocos estudios me han obligado a adentrarme en las técnicas argumentativas, que la apelación a la autoridad, es una falacia argumentativa clásica. Esto significa, Florence, que aunque crees demostrar algo, no demuestras nada. Luego aparte de lograr ensalzar tu ego un poco más en tu columna, no has demostrado que sabes más que María Isabel. Sí has demostrado, en cambio, que haces cosas que no sabes hacer, como es contra-argumentar. Y también es claro que hablas con propiedad de los hombres colombianos, o los patriarcas, como tú nos llamas, cuando ni eres hombre, ni naciste en Colombia. Pero no te preocupes Florence, tal vez tengas razón y el saber de mujeres colombianas implique necesariamente que sabes de hombres colombianos también. Por lo menos, reconozco el valor de muchos de tus aportes, cuando se restringen al aspecto netamente profesional.

Sin embargo, debo aceptar que has sido parca en las referencias de tus conocimientos. Sin duda has demostrado conocer de táctica deportiva; has optado porque no existe mejor defensa que un buen ataque, y lo has puesto en práctica con creces. También conoces de historia universal cuando hablas de las luchas de las mujeres respecto de los hombres en materia de política y de derechos universales. Es cierto, aunque tal vez de manera un poco picaresca omites referirte a ejemplos terribles del poder femenino, como es el caso de Cleopatra, Catalina la Grande, Isabel I de Inglaterra, o ejemplos modernos como el de Hillary Clinton, que soportó la infidelidad por la ambición de poder, o el de Yolanda Pulecio, que casi logra acabar políticamente con dos países, y no fue capaz de dar las gracias al Presidente Colombiano cuando le devolvieron a su hija.

Tal vez esa falta de delicadeza es una de las prerrogativas a las que tienes derecho tú y quienes piensan como tú, y por eso es que en la calle, no encontrarás muchas mujeres que le cedan el paso a alguien (hombre o mujer), prefiriendo chocar contra él o ella, y despedirlo con un “imbécil” en vez de un “disculpe”; esa es la primera ley de tránsito, diría un amigo mío. Sin duda cobra sentido el porqué cuando se viaja en bus (no sé si de esto también sepas), encontrarás a la mujer que choca y pelea con los demás por un puesto, pero cuya valor cívico hacia sí mismas nunca no se ve recompensado hacia los demás cuando se requiere que cedan su silla a otra persona. Te advierto que no es procedente traer a colación la Urbanidad de Carreño aquí, pues son estas mismas normas sociales que tú detestas, las que has combatido para reivindicar a la mujer.

Te dejo el interrogante, pues tu que eres conocedora de la mujer colombiana, podrás responderme a esta inquietud sin la menor duda, y mientras tanto, te invito a que te des un paseo por las aulas universitarias, en facultades de comunicación social, derecho, ciencias políticas y psicología, para que verifiques por ti misma el acceso de las mujeres a la educación superior. Espero que en ese momento, me puedas responder si te sientes tan discriminada, o si no descansarás hasta vernos a los “monstruos del falo” por fuera de ellas.

Te agradezco, en adelante, que revises las normas constitucionales sobre la igualdad, e intentes interiorizar un poco su contenido antes de preparar de preparar las estacas y quemar a las herejes que consideran que lo importante es el equilibrio en materia de géneros, y no el clientelismo de géneros. Sé que eres demasiado inteligente y demasiado valiosa como para caer en técnicas propias de Chávez y Correa, de buscar un enemigo externo para justificar mi propio actuar. Finalizaste tu regaño a María Isabel Rueda, diciéndole que “la democracia sin las mujeres no anda”. Yo a eso le agregaría respetuosamente, que la democracia sin hombres tampoco es democracia.

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