No olvido mis antiguas clases de derecho penal, de derecho constitucional, de derecho comercial, y de derecho laboral, en las que todos los profesores coincidían, sin margen de duda, que el derecho actual se ha constituido como un sinnúmero de triunfos históricos, que lo hacen cada vez más humano, más racional; más evolucionado. No obstante, decisiones recientes como la prevalencia de la seguridad nacional por encima del medio ambiente, en el caso norteamericano que se trató en “Constituciones ecológicas, comunidad internacional y otras farsas”, la legitimación de la tortura como mecanismo de investigación, y la huída a la opinión popular como forma de legitimar figuras jurídicas como la reelección indefinida (Venezuela) o segunda reelección (Colombia), nos muestra que la supuesta evolución resulta ser un espejismo, o cuando menos, una distorsión de la realidad.
Reciéntemente me he topado con un ingreso en el blog Libertas (en inglés), en el que se analiza todo el tema de la función de la pena, a raíz del caso de Bahrami, una mujer iraní cuyo rostro fue quemado por ácido sulfúrico, generándole la pérdida de su visión. En este caso, la justicia iraní ha sentenciado al agresor a perder su visión también mediante ácido. Es la ley del talión en su más pura manifestación. Ojo por ojo. Es claro que existe sustento legal para ello, conforme a los artículos que analizan el caso, pero deja demasiadas inquietudes el tema, que en el siglo XXI, en el que nos vanagloriamos de haber superado las taras del pasado, nuestros sistemas jurídicos acudan a fórmulas de la antigua Babilonia.
He recibido hace un par de días, una noticia que me ha dejado realmente asustado. A través de este artículo, he llegado a conocer que en Guanajuato (México), se profirió una norma que sanciona con prisión a las parejas que se besen en público, so pretexto de preservar el espacio público como una zona de convivencia. Más allá de intentar comprender de qué manera el besarse en público genera una amenaza a la convivencia, e intentar explicarme en qué consiste la antijuridicidad de esa clase de conductas, me sorprende que de manera frontal, el derecho se utiliza como herramienta coercitiva de la moralidad.
Todo lo anterior me permite concluir que la evolución del derecho es el “caballito de batalla” de los académicos y de los legisladores para legitimar cualquier cambio. La evolución no implicaría progresar y sobre todo, “mejorar”, sino que implica que simplemente se ha reformado algo. Evolución se ha equiparado a cambio, y por tanto, en el siglo XXI, hemos llegado al convencimiento que la mejor forma de evolucionar es reviviendo el derecho de los siglos pasados, basados en el autoritarismo del Estado, de forma tal que las libertades son concesiones a los ciudadanos, que al igual que pueden ampliarse, pueden restringirse sin ruborizarse siquiera.
Está prohibida la confiscación, pero existe la figura de la extinción de dominio, que al mejor estilo de “El proceso”, implica que alguien lanza una acusación, y debemos ejercer la mejor defensa posible ante todo, porque de no ser satisfactoria, de cada a las autoridades estatales, perderemos nuestros bienes. En Colombia se discute sobre la implantación de la cadena perpetua y la pena de muerte, sin mayor análisis de sus implicaciones, y sí con el simple clamor por el repudio a los delincuentes. No mucho se dice sobre los subrogados penales ni los múltiples beneficios en materia de pena. Lo importante es creer que necesitamos mayores castigos, y más severos, para creer que hemos solucionado el mundo.
A eso sumémosle que la educación ha dejado de ser una herramienta del progreso, para convertirse en un bien de consumo. El que más puede pagar, más títulos podrá obtener. Hasta ahí, no hay mucho problema. El problema es que confundimos los títulos con la sabiduría, de forma tal que quien a los 25 años ya es Magíster y candidato a Doctor, es presuntamente una mente fugada que solucionará el mundo. Cada vez hay más, pero contradictoriamente, nos encontramos con discursos similares en todas las partes del mundo: “Si no es Obama, ¿quién? Si no es Uribe, ¿quién?, si no es Chávez ¿quién?. Así podríamos recorrer el globo terráqueo, modificando los nombres, pero con el mismo discurso.
Mientras ello ocurre, y producimos profesionales especialistas en 100 cosas diferentes, no encontramos líderes, ni encontramos soluciones serias a los problemas globales a los cuales nos enfrentamos. Sin embargo, los abogados seguimos vanagloriándonos de que el derecho sigue evolucionando, y que el mundo antes de 1789 era oscuro y malo, y que por el contrario, actualmente es racional y bueno. La censura a la libertad de opinión persiste, aunque con nombres mucho más elaborados. La discriminación existe, aunque excusada en sentimientos sociales o personales. Los generadores de la crisis económica son los primeros en ser salvados, y aún así nuestras Constituciones rezan que la solidaridad y el bien común priman.
El derecho ha mutado, si. Pero de evolución, muy poco.
Reciéntemente me he topado con un ingreso en el blog Libertas (en inglés), en el que se analiza todo el tema de la función de la pena, a raíz del caso de Bahrami, una mujer iraní cuyo rostro fue quemado por ácido sulfúrico, generándole la pérdida de su visión. En este caso, la justicia iraní ha sentenciado al agresor a perder su visión también mediante ácido. Es la ley del talión en su más pura manifestación. Ojo por ojo. Es claro que existe sustento legal para ello, conforme a los artículos que analizan el caso, pero deja demasiadas inquietudes el tema, que en el siglo XXI, en el que nos vanagloriamos de haber superado las taras del pasado, nuestros sistemas jurídicos acudan a fórmulas de la antigua Babilonia.
He recibido hace un par de días, una noticia que me ha dejado realmente asustado. A través de este artículo, he llegado a conocer que en Guanajuato (México), se profirió una norma que sanciona con prisión a las parejas que se besen en público, so pretexto de preservar el espacio público como una zona de convivencia. Más allá de intentar comprender de qué manera el besarse en público genera una amenaza a la convivencia, e intentar explicarme en qué consiste la antijuridicidad de esa clase de conductas, me sorprende que de manera frontal, el derecho se utiliza como herramienta coercitiva de la moralidad.
Todo lo anterior me permite concluir que la evolución del derecho es el “caballito de batalla” de los académicos y de los legisladores para legitimar cualquier cambio. La evolución no implicaría progresar y sobre todo, “mejorar”, sino que implica que simplemente se ha reformado algo. Evolución se ha equiparado a cambio, y por tanto, en el siglo XXI, hemos llegado al convencimiento que la mejor forma de evolucionar es reviviendo el derecho de los siglos pasados, basados en el autoritarismo del Estado, de forma tal que las libertades son concesiones a los ciudadanos, que al igual que pueden ampliarse, pueden restringirse sin ruborizarse siquiera.
Está prohibida la confiscación, pero existe la figura de la extinción de dominio, que al mejor estilo de “El proceso”, implica que alguien lanza una acusación, y debemos ejercer la mejor defensa posible ante todo, porque de no ser satisfactoria, de cada a las autoridades estatales, perderemos nuestros bienes. En Colombia se discute sobre la implantación de la cadena perpetua y la pena de muerte, sin mayor análisis de sus implicaciones, y sí con el simple clamor por el repudio a los delincuentes. No mucho se dice sobre los subrogados penales ni los múltiples beneficios en materia de pena. Lo importante es creer que necesitamos mayores castigos, y más severos, para creer que hemos solucionado el mundo.
A eso sumémosle que la educación ha dejado de ser una herramienta del progreso, para convertirse en un bien de consumo. El que más puede pagar, más títulos podrá obtener. Hasta ahí, no hay mucho problema. El problema es que confundimos los títulos con la sabiduría, de forma tal que quien a los 25 años ya es Magíster y candidato a Doctor, es presuntamente una mente fugada que solucionará el mundo. Cada vez hay más, pero contradictoriamente, nos encontramos con discursos similares en todas las partes del mundo: “Si no es Obama, ¿quién? Si no es Uribe, ¿quién?, si no es Chávez ¿quién?. Así podríamos recorrer el globo terráqueo, modificando los nombres, pero con el mismo discurso.
Mientras ello ocurre, y producimos profesionales especialistas en 100 cosas diferentes, no encontramos líderes, ni encontramos soluciones serias a los problemas globales a los cuales nos enfrentamos. Sin embargo, los abogados seguimos vanagloriándonos de que el derecho sigue evolucionando, y que el mundo antes de 1789 era oscuro y malo, y que por el contrario, actualmente es racional y bueno. La censura a la libertad de opinión persiste, aunque con nombres mucho más elaborados. La discriminación existe, aunque excusada en sentimientos sociales o personales. Los generadores de la crisis económica son los primeros en ser salvados, y aún así nuestras Constituciones rezan que la solidaridad y el bien común priman.
El derecho ha mutado, si. Pero de evolución, muy poco.
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