Recuerdo que en los primeros meses del año 2001, acudí a una charla que se dictó en la universidad, sobre algunas cuestiones relacionadas con la política nacional, seguridad, y economía. El gran invitado en esa ocasión fue el candidato a la presidencia, un paisa de apellido Uribe. El hombre con sonrisa forzada, con una cierta timidez infantil que lo etiquetaba como sincero y correcto, se dirigió a nosotros con total naturalidad, claridad en su forma de expresarse, y con ideas que en ese entonces parecían acordes con el clamor de la población.
En ese entonces, Colombia era un país con un déficit fiscal enorme (¡vaya novedad!), con un pueblo acorralado en las ciudades principales por la inocultable presión de la guerrilla, y con un Presidente que cada cierto tiempo decidía que era bueno venir a visitar el país con alguna regularidad, para efectos de que su cara la recordaran, aunque fuera sus propios ministros.
Recuerdo que ese paisita me cautivó en ese entonces con tres ideas sencillas, como sacadas de la mente de un librito de lógica: presencia del Estado para brindar seguridad, reducción de gasto del Estado para frenar el déficit, y cero ‘politiquería’. Parecía que hubiera leído algo de los primeros capítulos del libro de Vladimiro Naranjo Mesa, titulado Teoría constitucional e instituciones políticas. Me convertí en un fiel seguidor. El hombre poseía algunas ideas no muy atrayentes en materia de salud, educación y economía, pero su consistencia en la defensa de las tres propuestas recién mencionadas lo hicieron muy llamativo en ese momento, en los que el hombre todavía no era oficialmente candidato a nada.
Ese mismo señor, casi 4 años después, decidió promover algo que no era siquiera objeto de discusión en los foros académicos, la reelección inmediata del Presidente de la República. Yo seguía contento con el hombre porque había logrado varias de las cosas que había propuesto. Incluso se metió en la loca idea de un referendo para luchar contra la corrupción y la ‘politiquería’. Lo perdió por ingenuo y por errores de cálculo, pero realmente en ese momento había realizado un ejercicio interesante. Había fusionado algunas entidades para reencauzar el gasto público, dándole prioridad a la defensa. Era consistente con lo que había dicho en el 2001.
Ese era el estado de cosas cuando se empezó a discutir el tema de la reelección presidencial. Siempre he sido partidario de la posibilidad de una reelección inmediata. La idea de poder darle continuidad a políticas de largo plazo de una persona que haya podido demostrar resultados en las políticas de corto y mediano plazo, me resulta lógica. El asunto adquirió cierto aire de fetidez cuando observé que la discusión al interior del Congreso era tan superficial y sencilla, como determinar si Uribe debía seguir o no. Esperaba con ansias que aquella corporación a la que me ensañaron a llamar “el legislador” se sacudiera y empezara a mostrar aquello que durante un buen tiempo venía estudiando. “El legislador es sabio”, “el legislador realiza una cuidadosa tarea de ponderación, por etapas, que garantizan que los potenciales vicios son detectados y controlados por sí mismo”. En este caso, ‘el legislador’ era constituyente, y eso lo obligaba a ser doblemente sabio.
Ese superhombre al que los maestros llamaban ‘el legislador’ no se sacudió. Se modificó la Constitución y se permitió la reelección inmediata. La Corte Constitucional aprovechó para analizar el asunto, soltar un discurso sobre la Carta Política y darle su aprobación al asunto. No era el procedimiento que hubiera esperado, pero el resultado no me desagradaba in abstacto. Algún tiempo después pude comprender cuál fue la metodología seguida por algunos componentes de ese superhombre. Aparentemente hubo un par de traidores que se habían ofertado, cuales prostitutas, al mejor postor. Sin duda esto ya mostraba fetidez. No parecía existir mucha diferencia entre eso y la ‘politiquería’ que había jurado vencer el ahora Presidente.
Vuelvo a saltar en el tiempo, y veo que, algunas condenas penales después, actualmente nos encontramos en una situación tragicómica. Uno de los acérrimos críticos de la primera reelección es ahora el abanderado número uno de la segunda reelección. Un verdadero amigo de la seguridad democrática, es su forma de autodefinirse. Tenemos un Ministro del Interior que ha sido reconocido de larga data por ser uno de los seres más ‘politiqueros’ (por acuñar un término que el paisita usaba y que ya no usa) al mando de la interacción con ‘el legislador’.
Me encuentro con que el gobierno supo ahorrar en estos dos periodos los suficientes puestos públicos, para poder inyectar a la economía en un momento en los que se requiere dar un empujoncito a la economía. ‘El legislador’ es tan sabio que sabrá manejar adecuadamente el efecto multiplicador. Es esta, y no ninguna otra consideración, la que lleve a que se ‘persuada’ a un órgano autónomo. El Ministro declara que el gobierno es respetuoso de la autonomía del legislador, así como la de la Rama Judicial, pero siempre que no implique cambiar ternas para fiscales, o para Magistrados, o para nada. Los servidores públicos han aprendido a no hacer tratos ocultos con parlamentarios, así que en su sabiduría, ‘el legislador’ ha entendido que debe aplicar el principio de la transparencia en sus negociaciones. Así lo ha hecho. Ya sabemos por cuantas notarías se está ‘concursando’, cómo funciona el proceso de restructuración del SENA, y hacia donde quiere mirar la Procuraduría. Evidentemente, para el público es claro cómo funciona el tema.
El asunto ha adquirido matices poéticos, con encrucijadas del alma, con historias de amores y odios entre pueblos hermanos, con rumores de traición y anuncios de un porvenir mejor. Este guión ha sido magistralmente escrito. La corrupción está siendo encauzada a sus justas proporciones, tal y como me lo comentaba un profesor en la mañana de hoy. Seguramente esa ponderación del ‘legislador’ es la que el pueblo añora y aplaude. Por eso, la mitad de la población nacional está de acuerdo con que se haya aplicado el principio de transparencia. Los otros, simplemente somos malos perdedores, y de paso, amigos de terroristas.
Ya vamos por un muy buen camino. Si ‘el legislador’ ha optado por esta responsable vía jurídica, ya podemos pensar en entrar en un sistema parlamentario, como lo señalaba ‘el hombre que puso a pensar al país’ hace no mucho tiempo. Ese legislador es ‘un berraco’. No tan berraco como el Leviatán, al que nos hacía referencia el profesor Gonzalo Ramírez por estos días, y ese a su vez, no tan ‘berraco’ como el paisita, pero casi. Sin duda, todos lograremos salir de encrucijadas, pronto. Por eso, seguramente era que el profesor amigo me reiteraba hoy que como abogado, nunca debería perder la fe en el derecho. Ponderaré mi apresurada y sin duda injustificada respuesta: “Yo la fe en el derecho la he perdido toda. Mi esperanza radica en la fe que le tengo a la justicia”. Sin duda fue apresurado y tonto de mi parte. El derecho es resultado de un diálogo serio de los asociados, y la interconexión del ser con el deber ser. Lo demás son calumnias.
NOTA DE LA GAVIOTA: Agradezco, a quienes hasta ahora se adentran en este blog, que no confundan la justicia con la administración de justicia. Respecto de la segunda, he expresado TOOODA la fe que le tengo, en ingresos anteriores.
En ese entonces, Colombia era un país con un déficit fiscal enorme (¡vaya novedad!), con un pueblo acorralado en las ciudades principales por la inocultable presión de la guerrilla, y con un Presidente que cada cierto tiempo decidía que era bueno venir a visitar el país con alguna regularidad, para efectos de que su cara la recordaran, aunque fuera sus propios ministros.
Recuerdo que ese paisita me cautivó en ese entonces con tres ideas sencillas, como sacadas de la mente de un librito de lógica: presencia del Estado para brindar seguridad, reducción de gasto del Estado para frenar el déficit, y cero ‘politiquería’. Parecía que hubiera leído algo de los primeros capítulos del libro de Vladimiro Naranjo Mesa, titulado Teoría constitucional e instituciones políticas. Me convertí en un fiel seguidor. El hombre poseía algunas ideas no muy atrayentes en materia de salud, educación y economía, pero su consistencia en la defensa de las tres propuestas recién mencionadas lo hicieron muy llamativo en ese momento, en los que el hombre todavía no era oficialmente candidato a nada.
Ese mismo señor, casi 4 años después, decidió promover algo que no era siquiera objeto de discusión en los foros académicos, la reelección inmediata del Presidente de la República. Yo seguía contento con el hombre porque había logrado varias de las cosas que había propuesto. Incluso se metió en la loca idea de un referendo para luchar contra la corrupción y la ‘politiquería’. Lo perdió por ingenuo y por errores de cálculo, pero realmente en ese momento había realizado un ejercicio interesante. Había fusionado algunas entidades para reencauzar el gasto público, dándole prioridad a la defensa. Era consistente con lo que había dicho en el 2001.
Ese era el estado de cosas cuando se empezó a discutir el tema de la reelección presidencial. Siempre he sido partidario de la posibilidad de una reelección inmediata. La idea de poder darle continuidad a políticas de largo plazo de una persona que haya podido demostrar resultados en las políticas de corto y mediano plazo, me resulta lógica. El asunto adquirió cierto aire de fetidez cuando observé que la discusión al interior del Congreso era tan superficial y sencilla, como determinar si Uribe debía seguir o no. Esperaba con ansias que aquella corporación a la que me ensañaron a llamar “el legislador” se sacudiera y empezara a mostrar aquello que durante un buen tiempo venía estudiando. “El legislador es sabio”, “el legislador realiza una cuidadosa tarea de ponderación, por etapas, que garantizan que los potenciales vicios son detectados y controlados por sí mismo”. En este caso, ‘el legislador’ era constituyente, y eso lo obligaba a ser doblemente sabio.
Ese superhombre al que los maestros llamaban ‘el legislador’ no se sacudió. Se modificó la Constitución y se permitió la reelección inmediata. La Corte Constitucional aprovechó para analizar el asunto, soltar un discurso sobre la Carta Política y darle su aprobación al asunto. No era el procedimiento que hubiera esperado, pero el resultado no me desagradaba in abstacto. Algún tiempo después pude comprender cuál fue la metodología seguida por algunos componentes de ese superhombre. Aparentemente hubo un par de traidores que se habían ofertado, cuales prostitutas, al mejor postor. Sin duda esto ya mostraba fetidez. No parecía existir mucha diferencia entre eso y la ‘politiquería’ que había jurado vencer el ahora Presidente.
Vuelvo a saltar en el tiempo, y veo que, algunas condenas penales después, actualmente nos encontramos en una situación tragicómica. Uno de los acérrimos críticos de la primera reelección es ahora el abanderado número uno de la segunda reelección. Un verdadero amigo de la seguridad democrática, es su forma de autodefinirse. Tenemos un Ministro del Interior que ha sido reconocido de larga data por ser uno de los seres más ‘politiqueros’ (por acuñar un término que el paisita usaba y que ya no usa) al mando de la interacción con ‘el legislador’.
Me encuentro con que el gobierno supo ahorrar en estos dos periodos los suficientes puestos públicos, para poder inyectar a la economía en un momento en los que se requiere dar un empujoncito a la economía. ‘El legislador’ es tan sabio que sabrá manejar adecuadamente el efecto multiplicador. Es esta, y no ninguna otra consideración, la que lleve a que se ‘persuada’ a un órgano autónomo. El Ministro declara que el gobierno es respetuoso de la autonomía del legislador, así como la de la Rama Judicial, pero siempre que no implique cambiar ternas para fiscales, o para Magistrados, o para nada. Los servidores públicos han aprendido a no hacer tratos ocultos con parlamentarios, así que en su sabiduría, ‘el legislador’ ha entendido que debe aplicar el principio de la transparencia en sus negociaciones. Así lo ha hecho. Ya sabemos por cuantas notarías se está ‘concursando’, cómo funciona el proceso de restructuración del SENA, y hacia donde quiere mirar la Procuraduría. Evidentemente, para el público es claro cómo funciona el tema.
El asunto ha adquirido matices poéticos, con encrucijadas del alma, con historias de amores y odios entre pueblos hermanos, con rumores de traición y anuncios de un porvenir mejor. Este guión ha sido magistralmente escrito. La corrupción está siendo encauzada a sus justas proporciones, tal y como me lo comentaba un profesor en la mañana de hoy. Seguramente esa ponderación del ‘legislador’ es la que el pueblo añora y aplaude. Por eso, la mitad de la población nacional está de acuerdo con que se haya aplicado el principio de transparencia. Los otros, simplemente somos malos perdedores, y de paso, amigos de terroristas.
Ya vamos por un muy buen camino. Si ‘el legislador’ ha optado por esta responsable vía jurídica, ya podemos pensar en entrar en un sistema parlamentario, como lo señalaba ‘el hombre que puso a pensar al país’ hace no mucho tiempo. Ese legislador es ‘un berraco’. No tan berraco como el Leviatán, al que nos hacía referencia el profesor Gonzalo Ramírez por estos días, y ese a su vez, no tan ‘berraco’ como el paisita, pero casi. Sin duda, todos lograremos salir de encrucijadas, pronto. Por eso, seguramente era que el profesor amigo me reiteraba hoy que como abogado, nunca debería perder la fe en el derecho. Ponderaré mi apresurada y sin duda injustificada respuesta: “Yo la fe en el derecho la he perdido toda. Mi esperanza radica en la fe que le tengo a la justicia”. Sin duda fue apresurado y tonto de mi parte. El derecho es resultado de un diálogo serio de los asociados, y la interconexión del ser con el deber ser. Lo demás son calumnias.
NOTA DE LA GAVIOTA: Agradezco, a quienes hasta ahora se adentran en este blog, que no confundan la justicia con la administración de justicia. Respecto de la segunda, he expresado TOOODA la fe que le tengo, en ingresos anteriores.
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