Todos los días vemos de qué manera se vuelven las redes sociales una fuente de informacion veraz, pero también de información falsa. El presente ingreso tiene por objeto cuestionarnos acerca de esa aparente pretensión de veracidad que le presentamos a este tipo de información. Para ello, observemos los siguientes ejemplos.
Ejemplo 1:
El llanto del jugador de Costa de Marfil:
Ejemplo 2:
La tumba de Jaime Pardo Leal:
http://www.elcolombiano.com/la-tumba-de-jaime-pardo-leal-no-fue-profanada-le-cayo-un-arbol-DJ2218746
Ejemplo 3:
La supuesta muerte de Mr. Bean (en inglés):
En cualquiera de los tres casos, se trata de información falsa que empezó a circular por las redes sociales. Y la pregunta es: ¿Es válido que nos indignemos porque empiezan a circular noticias falsas en las redes sociales? Quizás para muchas personas es claro que sí es válido que nos indignemos cuando nos hacen ser parte de la difusión de información falsa. Personalmente, yo caí en la primera de las tres. A través de Twitter, manifesté mi admiración por aquél hombre que lloró al recordar a su difunto padre. Y como muchos otros, también me indigné al saber que se trataba de una mentira.
Bien... supongamos que es válido indignarse, y que en cierta forma tenemos un derecho a estar indignados. La pregunta es: ¿Por qué tenemos ese derecho?
Gran parte de la pregunta se resuelve a partir de la normatividad social, y no a partir del derecho. Los usos sociales nos han acostumbrado a que si algo se "publica" es porque ese algo corresponde a la realidad. Existe una clara excepción y es el artículo o la columna de opinión, en donde precisamente el lector es advertido acerca del contenido de aquello que va a encontrar. Sin embargo, no esperaríamos que un artículo en un periódico, que una noticia que oimos en radio, o un tweet contenga información falsa.
Quizá exista consenso en eso. Sin embargo, la fuente de dicha "expectativa" no es clara. ¿A título de qué debo esperar que alguien me diga "la verdad" si es que tal cosa existe? En el caso de los periodistas de profesión, dicha expectativa se funda en la deontología de la profesión, que exige imparcialidad, veracidad e integralidad de los periodistas. En consecuencia, si la profesión tuviese algún nivel de autorregulación, esperaríamos que los que ejercen el periodismo, difundan información veraz.
No ocurre lo mismo con Twitter o con Facebook. ¿Si algún usuario decidiese de manera desprevenida seguir una cuenta como @Gaviotajuridica en Twitter, debería esperar que la información que reciba de esa cuenta sea verdadera? El usuario quizá esté tentado a decir que sí, pero no posee ninguna razón válida para hacer dicha exigencia. Uno de los derechos que le asiste a @Gaviotajuridica es a mentir, pues de lo contrario, y es precisamente ese derecho a mentir el que sirve de sustento para entender que la falsedad ideológica no es delito, por regla general.
Imagen tomada de: www.definicionabc.com
La libertad de expresión me permite decir barbaridades, siempre que con dichas barbaridades no vulnere los derechos de otra persona. Quizá podría argumentarse que el lector tiene derecho a que no le mientan. Quizá eso es cierto, pero lo que no tiene es derecho a exigirle a @Gaviotajuridica que le respete ese derecho.
¿El punto que está en discusión es: tendría el Estado el derecho para exigirle a @Gaviotajuridica que le diga la verdad a sus lectores? La discusión es mucho más profunda de lo que se imaginan, pues una argumentación en esa línea es la que ha llevado en muchos casos a cuestionar los fundamentos de la autoridad: ¿Por qué deberíamos, acaso, obedecer aquello que el tal "Estado" dice que debemos hacer?
Retomando el punto inicial de esta argumentación, cabría preguntarse si existe alguna expectativa legítima que un lector de twitter o de facebook pueda tener acerca de la veracidad de la información que ha de encontrar en las redes sociales. El tema no es obvio en un sentido u otro, y sin duda existe una exigencia que el lector hace de algún tipo de normatividad para que le permita sentirse seguro ante tal flujo de información. El derecho, por lo menos, se encuentra bastante lejos de solucionar ese vacío que tenemos muchos lectores en Twitter. Sin embargo, es momento de que el sistema jurídico despierte y proponga soluciones.
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