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martes, 30 de marzo de 2010

Ingenieros de la muerte

Cada vez que escribo un artículo como este, no puedo dejar de recordar al amigo Francisco Bermúdez Guerra, quien además de ser un colega abogado, blogger, también es egresado de la misma casa de estudios.  Sin embargo, él, a diferencia mía, cree que el hombre es bueno.  De hecho, tiene su propio blog de filantropía llamado FBG Filantropía.  A Francisco, un saludo especial.  Me alegra que todavía haya gente que no haya perdido la fe por completo en el ser humano.  Yo, por supuesto, no formo parte de ese grupo.

Ha pasado un mes y medio desde que advertí aquí acerca de la próxima matanza de focas en Canadá.  En el ingreso titulado “Estamos alegres II: Sigamos matando animales” me pronuncié acerca de la manera como celebramos lo magnífico del ser humano que es capaz de vencer en el ski jump o en el bobsled pero somos incapaces de asquearnos de manera generalizada en que acabamos con otras especies.   Pues bien, el día de hoy he recibido noticia a través de Facebook acerca de la suerte de las amigas focas.  Como era de esperarse, la matanza no iba a evitarse.  De hecho, según se menciona en el mensaje firmado por Tracy Reiman, Vicepresidente Ejecutiva de PETA, la cuota permitida de focas muertas asciende este año a 388.200 focas bebés.

Claro, es evidente que la tradición de matanza de focas en Canadá, o la de la matanza de delfines en Japón, denunciada por el documental “The Cove” justifica lo que sea.  Claro, es evidente que la tauromaquia, como arte que es, justifica acabar con algunos toros.  Una que otra buena bola de billar hecha de marfil justifica uno que otro elefante sacrificado.   ¿Y qué mejor en nuestros chalets que un tapete hecho de verdadero tigre?  Finalmente, nuestras religiones (casi todas ellas) nos sitúan como dueños del mundo, y todo lo demás está para servirnos, vivo o muerto.

Adicionalmente, eso de matar sí que es divertido.  O si no que lo digan los inquisidores del medioevo.  O los romanos.  Cualquiera que revise 2 o 3 documentales de Roma por Discovery, The History Channel o incluso National Geographic, podrá concluir que esos romanos eran buenos para diseñar formas de matar personas o animales, o los dos.  Lástima que no conocieran la pólvora en esa época.  La habrían pasado de maravilla.  Ya me imagino los hombres bala, disparados de cañones contra rocas afiladas o plantas llenas de púas.  Tal vez si existieran los motores a gasolina, podrían los gladiadores modernos esquiar sobre lagos infestados de pirañas.


Imagen tomada de:  www.artelista.com 

Pero bueno, al menos podemos destacarnos de ellos en algún sentido.  Hemos sabido maximizar la matanza a gran escala.  Seguro que si los romanos hubieran podido elegir, no habrían intentado inmolarse en buses o en trenes.  En eso los campeones somos los de esta época.  ¿Será que a los romanos se les habría ocurrido fragmentar las puntas de las ojivas de los proyectiles para que se fragmentaran al momento del impacto y generaran más daño?  Personalmente creo que sí lo habrían hecho.  Sin embargo, eso de cavar hoyos en los proyectiles para untarlos de cianuro o de materia fecal para que la victima muera de una infección, si no ha muerto antes por el impacto, es bien ingenioso.

Nosotros los colombianos hemos logrado dominar el arte de matar en vida.  Hemos aprendido que lo importante a la hora de hacer sufrir, no es matar o dejar vivir, sino eliminar la esperanza y cualquier vestigio de alegría que pueda tener un ser humano.  Nos gusta más que el contrincante quede desmembrado por minas quibrapatas, a que muera.  Es mejor tener 10 años a alguien amarrado a un árbol, que darle un tiro de gracia.  En caso de que sobreviva, ya hemos matado gran parte de su alma.

¡Ahhh!  ¿Pero cómo me desvío del tema así?  No debo confundir a los civilizados con los bárbaros esos que secuestran.  Ellos son inhumanos, no como nosotros que tan solo queremos que los prisioneros se pudran en las cárceles por 50 o 60 años.  Son ellos los que les gusta generar pánico en la población, no nosotros que permitimos que los grandes capitales dejen en la bancarrota a un tercio de la población, con el compromiso de que nuestros gobiernos los salven a ellos.  Eso no genera pánico, son complots para desacreditar a los gobiernos.

En esta, la Semana Mayor, como no podemos comer carne, celebremos comiéndonos una buena langosta, que podemos degustar luego de que haya nadado un rato en agua hirviendo.  Mientras esta nada en su propio jacuzzi, pensemos por qué esos judíos malos fueron capaces de dar muerte a Jesús.  Comamos la carne blanca para no pecar, y luego vamos a tomar una siesta en el lujoso hotel de nuestra escogencia.  Claro, que no sea en Canadá, porque allá ya están totalmente ocupados con los viajeros que les gusta ir a interrelacionarse con pequeñas focas.
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miércoles, 23 de septiembre de 2009

Hobbes Pt. 1 - El Leviatán esquizofrénico

¿Qué habría pensado Thomas Hobbes, si viese que el Leviatán se propina a sí mismo una terrible paliza, y que no contento con estar mal herido, persiste en su iniciativa suicida? Esta pregunta me la formulo a menudo cuando veo el comportamiento de los actuales representantes de las ramas del poder público colombiano.

¿Qué habría pensado Hobbes si su Leviathan se embolsillara los recursos que le han sido confiado para lograr los fines para los que nació? En ese caso, no solo pienso en lo que ocurre en mi país, sino que veo que existe una importante raza de Leviatanes que aparentemente han sido atacados por un virus troyano, y se dedican a comportarse de manera diametralmente opuesta a lo que pensaría uno que debe ser el comportamiento de tan temibles criaturas.

Personalmente, creo que Hobbes no desechó la idea de que el Leviatán fuera un ser demente, que siendo implacable por su temible fortaleza, generara un poder de destrucción tan asombroso. Creo, eso sí, que su arraigo a la cultura inglesa lo hizo considerar dicha opción como algo improbable. Los ingleses siempre han sido complejos, pero no imbéciles. Al menos no la gran mayoría. De lo contrario, esa isla no habría sido potencia mundial durante tanto tiempo.

He tenido la oportunidad de documentarme un poco más respecto de este autor, a quien personalmente siempre tengo como referencia, y que nunca he alcanzado a comprender plenamente, pero que aún hoy logra deslumbrarme entre más lo conozco. Estoy leyendo a algunas de las ‘autoridades’ en el tema, y posteriormente releeré al propio Hobbes para ver qué entiendo ahora de su texto, teniendo en cuenta que ya no hay un señor amenazando con calificar un examen con 0,0 por intentar interpretar personalmente su obra, si llegase a ser una interpretación diferente.

Por ahora, me centro en las preguntas que inicialmente he planteado aquí. Me centro en ellas, porque encuentro que para entender las conclusiones a las que llegó Hobbes en su obra, es importante comprender el porqué de su metodología. Veo, por lo que describe George Sabine, que Hobbes era un tipo incrédulo, que no caía en la tentación de ser encuadrado en discusiones polarizantes, como en las que hemos incurrido muchos actualmente, sobre si era positivista o iusnaturalista.

Personalmente, creo que de estar vivo, el hombre nos habría mirado con cierto desdén, y hubiera proseguido su camino, añadiéndole un 10% más de velocidad a su andar, como quien quiere dejar atrás a los intrascendentes. Sin embargo, siendo uno de esos intrascendentes, emitiré mi opinión en ese sentido, pero no en el ingreso de hoy, sino en uno posterior, recogiendo algunas ideas que plantee por el camino.

Para Don Thomas Hobbes, la política, o mejor, la ciencia política podría entenderse como el resultado de un análisis científico que parte de la psicología, se desarrolla dentro de un esquema matemático, y resulta en una teorización política. La metodología científica empleada era deductiva (OJO – partidarios de que Hobbes era positivista), según he podido averiguar, puesto que se parte de postulados genérales y universales, que proceden de un orden previo. Sin embargo, Hobbes entendía que existían principios básicos que regían el comportamiento de todo ser humano, porque eran guiados por cuestiones causales. Considera Sabine, por ejemplo, que ello lo diferenciaba del esquema iusnaturalista clásico, según el cual lo justo determinaba el derecho, y bajo esa óptica, los comportamientos humanos obedecían a un fin y no a una causa. En ese sentido, considera el autor, la metodología difiere (OJO – partidarios de que Hobbes era iusanaturalista). En el video que Gonzalo Ramírez nos ha mostrado en su entrada sobre los Open Yale Courses vemos al profesor Steven Smith recordando el pasaje en el que Hobbes ataca sin misericordia la metafísicia y la política aristotélica, que servía de fundamento para la metodología iusnaturalista tradicional.

J.J. Chavallier, nos referencia a Hobbes como un individuo que se autorreferencia a sí mismo como un ser temeroso y tímido, pero con una serie de inquietudes que surgen desde su juventud. Bajo ese entendido, y al igual que con otra serie de importantes personajes de la Historia, nos enfrentamos ante un individuo con inteligencia sobresaliente y con problemas de personalidad, particularmente frente a la introversión. Precisamente, resulta explicable que Hobbes, le otorgara tanta relevancia a la psicología del ser humano para efectos de entender su funcionamiento como parte de la sociedad.

Dentro del esquema de creación de su Leviathan, Hobbes se adentra en el estudio científico de su creación. Creo que al menos existe consenso en concluir que el Leviatán es una creación hecha del hombre y por el hombre. Es decir, el Leviatán surge de la suma de los seres humanos que lo conforman. Precisamente, recordando la imagen que se dibujó para la edición del Leviatán, en la que se observa el cuerpo del Leviatán formado por siluetas humanas, entendemos que la psicología humana individual habrá de determinar la psicología social y política (civil).


Imagen tomada de: http://tempcontretemps.files.wordpress.com/

No es curioso, entonces, que el Leviatán esté hecho a imagen y semejanza de sus componentes (hombres). ¿Qué pensaría Hobbes de observar en un Estado que los administradores peleen con jueces, y los jueces con legisladores y estos conspiren con unos y otros? Personalmente, dudo que Hobbes se sorprendiera. Los fundamentos del hombre siguen siendo lo mismo, en ese entonces y ahora, con la diferencia que los recursos que antes eran escasos, ahora son escasísimos. Bajo ese entendido, sobresalir por encima de los demás, se ha convertido en una prioridad social, y no en una muestra de vanidad intelectual.

Si se le agrega a la avaricia, a la codicia, y al egoísmo humano un insultante estado de considerarse superior por naturaleza, evidentemente encontraremos que cualquier mecanismo o sistema que pueda surgir de allí, será disfuncional. ¿Qué podríamos esperar de un automóvil en el que las rueda derechas viajen a mayor velocidad que las izquierdas? ¿Cómo cocinar decentemente una receta, si un fogón decide que va a calentar más o menos que los demás?

Probablemente, el elemento que podría tener a Hobbes bastante pensativo derivaría de considerar que un ente, sea individual o social, sea autodestructivo por naturaleza. La psicología de Hobbes permite entender que la persona actúa como resultado de que exista una causa que lo forzara a sentir placer, o a sentir desagrado. Bajo ese entendido, siempre el ser querrá ser más feliz y bajo ese entendido, debería generarse el menor daño posible. El daño, se lo generaría a los demás (esa estrategia internacional es perfectamente evidenciable para ciertos casos), y el placer sería propio. Bajo ese entendido, la conducta autodestructiva no es natural sino antinatural.

Sin embargo, si el hombre es lobo para el hombre, sí podría ser natural esa autodestrucción del Leviatán. Bajo ese entendido, el debate se centrará en aquello que permite neutralizar ese instinto autodestructivo, es decir, en el contrato que liga a los seres humanos para no destruirse. Viendo a nuestro Leviatán esquizofrénico, pareciera ser que este contrato social ha sido un contrato simulado (simulación absoluta). Queremos hacer creer que hay un contrato, que vivimos en una sociedad entre iguales, pero actuamos como si no existiera tal contrato.

¿Qué pensaría Hobbes ante un Estado crónicamente disfuncional?

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martes, 30 de septiembre de 2008

La Justicia divina y la Justicia humana

En un ingreso anterior, titulado “Merecimientos y justicia en los galardones”, dedicado a criticar los criterios de justicia con los cuales se otorgan premios en el mundo entero, haciendo específica referencia a Miss Universo y a la nominación de Ingrid Betancourt para el Nobel de paz, recibí varios valiosos comentarios de lectores. Particularmente, me gustaría destacar el de un lector que se autodenomina Pseudo, quien cuestiona mi punto de partida acerca de las diferentes clases de justicia que pueden existir.

Mediante el relato de un ejemplo personal (o por lo menos así parece), nos muestra de qué manera ha asumido que la justicia es una categoría que está reservada a Dios. El único ser justo es Dios, dice el autor del comentario. El hombre puede intentar ser equitativo, pero nunca justo, porque la justicia es para el hombre pero no del hombre. En consecuencia, la justicia siempre se nos quedará corta, dice Pseudo.

En su momento, me valí de una clasificación de justicia absolutamente arbitraria, poco académica, pero ejemplarizante. Me referí a la justicia jurídica, y a la justicia no jurídica. El punto que se quiso ejemplificar con esto, es que la justicia, entendida como realización humana y social, se fundamenta en una serie de parámetros. Algunos podrían hablar de principios orientadores de la justicia, pero francamente, esto es debatible. En una cuestión sí estoy de acuerdo con el comentario de Pseudo, la justicia nos ha quedado grande. De hecho, es esa la motivación principal para abrir este modesto espacio en la red, para disertar sobre el tema.

Más allá de pretender dar cátedra acerca de las teorías sobre justicia, elaboradas por filósofos, sociólogos y abogados, me interesa más hablar acerca de la justicia divina, la justicia poética y la justicia natural. Estos conceptos que son utilizados de manera habitual por las personas ávidas de ella. Normalmente, quien vive bien, sin preocupaciones, poco se refiere a la justicia. Por qué, entonces, referirse a la justicia divina, o poética, o natural, o a la justicia jurídica? Razones hay muchas. En primer lugar, el concepto de justicia es de los pocos que puede ser utilizado indistintamente tanto para intentar preservar un status quo, como para intentar cambiarlo. Por ejemplo, es justo acatar las sentencias judiciales, pero es injusto cuando un juez falla incorrectamente, ya sea por torpeza, por dolo o por ignorancia. En ese sentido, entonces, el concepto de justicia que sirve de consuelo, no es la justicia contenida en la ley. Ese está muy claro. El que nos sirve de consuelo es que algún día, ya sea por intervención divina o por alineación de los astros, o por simple equilibrio de fuerzas, el mal que nos fue inferido, será castigado y a nosotros nos será resarcido.

He aquí donde conviene tocar “la verdadera justicia”, en términos de nuestro lector, es decir la de Dios. Para aquellos que no creen en la existencia de Dios, o que creen en la existencia diferente al Dios de los cristianos católicos, pueden acomodar estos comentarios, para ajustarlos al ser, fuerza o ente que consideran que gobierne el universo. Sé que no es asimilable, pero espero entiendan que por razones de espacio no puedo referirme a cada caso específico.

El único ser justo, es Dios, menciona mi crítico. Los seres humanos hacemos intentos permanentes por ser equitativos, pero nunca podremos llegar a ser justos. Intentemos desarrollar esto con argumentos lógicos. Para ello, hay que partir de una serie de premisas y conclusiones.

Argumento 1:
Premisa 1: Si hacemos referencia a Dios, hacemos referencia al creador de todo. Premisa 2: Existen opuestos permanentes que se interrelacionan constantemente, como el día y de la noche, el calor y el frío, lo dulce y lo amargo. Conclusión: Dios ha creado opuestos permanentes que se interrelacionan constantemente, como el día y la noche, el calor y el frío, lo dulce y lo amargo.

Argumento 2:
Premisa 1: Dios ha creado al hombre bajo el principio de que obrará según su libre albedrío. Premisa 2: El hombre puede libremente obrar o dejar de hacerlo. Conclusión: Dios ha creado al hombre de forma que libremente pueda obrar o dejar de hacerlo.

Argumento 3:
Premisa 1: Dios es eterno. Premisa 2: Dios es justo. Conclusión: La justicia de Dios es eterna.

Argumento 4:
Premisa 1: Dios ha dotado al hombre de alma. Premisa 2: La conciencia es una manifestación del alma humana. Conclusión: Dios ha dotado al hombre de conciencia.

Argumento 5:
Premisa 1: La conciencia le permite al hombre discernir lo bueno de lo malo. Premisa 2: La bueno es justo y lo malo es injusto. Conclusión: La conciencia le permite al hombre discernir entre lo justo y lo injusto.

Argumento 6:
Premisa 1: La justicia humana parte de la realidad humana. Premisa 2: La realidad humana no es absoluta sino relativa. Conclusión: La justicia humana es relativa.

Argumento 7:
Premisa 1: Dios permite que ocurran cosas buenas y malas, al igual que castiga y premia. Premisa 2: Dios no posee conciencia, porque esta última es de su propia creación. Conclusión: Dios castiga y premia, y permite que pasen cosas buenas y malas conforme a parámetros diferentes a la conciencia.

Argumento 8:
Premisa 1: El hombre no ha podido entender a Dios. Premisa 2: El hombre no comprende lo que no entiende. Conclusión: El hombre no puede comprender a Dios.


A pesar de que podría extenderme mucho más en argumentos como los anteriores para ahondar más en puntos específicos, conviene sintetizar las 6 conclusiones atrás obtenidas, para efectos de llegar a otras conclusiones un poco más profundas que nos permitan abordar el tema.

Argumento A:

Premisa 1: Dios ha creado opuestos permanentes que se interrelacionan constantemente, como el día y la noche, el calor y el frío, lo dulce y lo amargo. Premisa 2: La justicia de Dios es eterna. Conclusión: La existencia de opuestos permanentes y en equilibrio es eterna y justa.

Argumento B:

Premisa 1: Dios ha creado al hombre de forma que libremente pueda obrar o dejar de hacerlo. Premisa 2: La conciencia le permite al hombre discernir entre lo justo y lo injusto. Conclusión: Dios ha creado al hombre de manera tal que pueda obrar o no hacerlo, discerniendo si su conducta es justa o no.

Argumento C:

Premisa 1: Dios ha dotado al hombre de conciencia. Premisa 2: Dios castiga y premia, y permite que pasen cosas buenas y malas conforme a parámetros diferentes a la conciencia. Conclusión: La justicia divina se rige por parámetros diferentes a la humana.

Argumento D:

Premisa 1: La justicia humana es relativa. Premisa 2: El hombre no puede comprender a Dios Conclusión: El hombre no puede comprender la justicia de Dios.

Podemos incluso, intentar hacer un ejercicio conceptual, fundado en las conclusiones extraídas aquí, para obtener unas conclusiones de tercer nivel:

Argumento I:

Premisa 1: La existencia de opuestos permanentes y en equilibrio es eterna y justa. Premisa 2: El hombre no puede comprender la justicia de Dios. Conclusión: El hombre no puede comprender los opuestos permanentes creados por Dios de manera justa.

Argumento II:

Premisa 1: Dios ha creado al hombre de manera tal que pueda obrar o no hacerlo, discerniendo si su conducta es justa o no. Premisa 2: La justicia divina se rige por parámetros diferentes a la humana. Conclusión: La justicia humana puede o no, coincidir en algunos aspectos con la justicia divina.

Argumento Final:

Premisa 1: La justicia humana puede o no, coincidir en algunos aspectos con la justicia divina. Premisa 2: El hombre no puede comprender los opuestos permanentes creados por Dios de manera justa. Conclusión: La concepción de justicia humana puede o no coincidir con la justicia divina, que implica la armonización de opuestos permanentes, pero que nunca podrá ser comprendida por el hombre.

Retomando, entonces, antes de ingresar mis consideraciones finales, repasemos las conclusiones, en su orden:

- Dios ha creado opuestos permanentes que se interrelacionan constantemente, como el día y la noche, el calor y el frío, lo dulce y lo amargo.
- Dios ha creado al hombre de forma que libremente pueda obrar o dejar de hacerlo.
- La justicia de Dios es eterna.
- Dios ha dotado al hombre de conciencia.
- La conciencia le permite al hombre discernir entre lo justo y lo injusto.
- La justicia humana es relativa.
- Dios castiga y premia, y permite que pasen cosas buenas y malas conforme a parámetros diferentes a la conciencia.
- El hombre no puede comprender a Dios.
- La existencia de opuestos permanentes y en equilibrio es eterna y justa.
- Dios ha creado al hombre de manera tal que pueda obrar o no hacerlo, discerniendo si su conducta es justa o no.
- La justicia divina se rige por parámetros diferentes a la humana.
- El hombre no puede comprender la justicia de Dios.
- El hombre no puede comprender los opuestos permanentes creados por Dios de manera justa.
- La justicia humana puede o no, coincidir en algunos aspectos con la justicia divina.
- La concepción de justicia humana puede o no coincidir con la justicia divina, que implica la armonización de opuestos permanentes, pero que nunca podrá ser comprendida por el hombre.

El anterior ejercicio, que no pretende ser concluyente, pero sí plantear someramente la posición de esta Gaviota, permite entonces concluir que el hecho de que la justicia, en última instancia, esté reservada a Dios, no implica que no pueda existir justicia humana. Todo ello, sobre todo, si se acepta que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, que puede conocer algo de su mensaje y que esta situación masificada permite establecer un concepto generalizado de lo bueno y lo malo, que va decantándose a lo que finalmente hemos de llamar justicia.

Siendo un poco más técnico y menos visceral, me gustaría aclarar que, al menos desde el punto de vista jurídico, justicia y equidad son dos conceptos diferentes. Precisamente la equidad implica una flexibilización de la justicia, de forma tal que quien se encuentra en un estado de inferioridad puede ser auxiliado por ésta (la equidad) para procurar que prevalezca un interés superior que se considera justo. Ejemplo de ello es lo que ocurre en materia de subsidios en materia de seguridad social. Es justo que todos los ciudadanos contribuyan a la manutención del sistema, pero conforme a criterios de solidaridad equidad, incluso aquellos que no se encuentran en posibilidad de cotizar, obtienen una serie de beneficios en materia de seguridad social. Esto, vuelvo y repito, al menos desde el punto de vista de la justicia jurídica.

Es mi percepción, que la justicia no está reservada a Dios, precisamente porque Dios no quiso acapararla, sino permitírnosla conocer, mediante nuestras conciencias, y mediante los mensajes de profetas, santos y por supuesto, de su hijo. El papel de cada individuo en la construcción de la justicia es crucial, pues si bien es cierto que Dios todo lo puede, es cierto igualmente que nos ha dado la bella facultad de hacer de nuestras vidas lo mejor que podamos hacer de ella, contando con su auxilio, pero sin que él nos reemplace en nuestras funciones, deberes y derechos. Es decir, cada uno construye su vida al igual que cada uno decanta su personalidad con el paso del tiempo. Nuestra vida no llega hecha, la construimos. La misma lógica es aplicable a la justicia humana, se construye día a día.
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