Es usual mencionar en las aulas universitarias el popular chiste según el cual si uno está estudiando derecho, es porque realmente nunca fue bueno para las matemáticas. Algunas risillas de complicidad con el profesor humorístico, otros tantos reían porque se sentían identificados, y otros tantos que estaban ocupados en otros quehaceres rieron porque veían a la clase reír y no querían desentonar. Por último, estaba el grupo de los ofendidos que no solo no reían sino que a partir del momento consideraron como enemigo declarado al “calumniador ese”.
No sé en cual de los grupos me ubiqué. Lo confieso. Tal vez mi falta de memoria sobre el evento nos permita concluir que en su momento fui de los que reí por no desentonar. De pronto me enteré del famoso chiste cuando mis compañeros –los ofendidos– lo mencionaban a cada hueco que se nos presentaba, o tal vez porque la gran mayoría de profesores viejitos repetían el mismo chiste en sus clases, creyendo ser la novedad. En ese momento, acepto que pertenecía a los que reían por complicidad.
Traigo esta anécdota a colación por un comentario que recibí recientemente en mi correo electrónico, en el cual una persona que se tomó el trabajo de revisar el contenido del blog en detalle, me mencionó que sería bueno de vez en cuando escribir algo positivo acerca de algo. En mi interior, protesté. “Sí he escrito cosas buenas” me dije en ese momento. Recuerdo muy bien haber felicitado a un grupo de colegas que lograron salir adelante en este discriminante país. Adicionalmente, uno que otro periodista sensato ha salido avante.
Sin embargo, no dejó de retumbar en mi interior el transfondo del mensaje. ¿Será que me he convertido en el Hugo Chávez del mundo jurídico? Será que no existe aquí objetivo diferente que exorcizar a los demonios que me rondan en virtud de mi profesión, lanzándole dardos a todos, a diestra y siniestra, y creyéndome mejor que ellos? La verdad, no creo ser mejor que ellos, pero al menos no manejo una doble moral, como algunos de mis invitados especiales. No obstante, la crítica parece dejar maltrecha a Gaviota, y con razón.
Revisando el historial de ingresos al blog, parece ser que la proporción de picos dados por gaviota respecto del de picotazos es inmensamente inferior. Alrededor del 8 por ciento de frases emitidas por Gaviota son picos, frente un lapidario 92 por ciento de picotazos. Sin duda, mi crítico(a) tenía razón. Pocos picos doy. En efecto, la rata es de 1 : 11,5. Con esto, entre otras cosas, intento desesperadamente demostrar que no soy tan bruto en la matemáticas, o al menos que me tomé bastante tiempo en investigar para descifrar qué significa lo que acabo de escribir. En segundo lugar, le doy la razón a mi crítico(a).
La pregunta subsiguiente es: ¿Y por qué esas proporciones tan demenciales? Podríamos aproximar la respuesta desde el punto de vista que por rating, ya que a los colombianos, y en general a los seres humanos, nos gusta más hablar de la vestimenta horrorosa de la esposa de fulanito, que de los avances en la lucha contra la malaria, y que por tanto intento darle al público lo que quiere leer. Una segunda opción sería por mi carácter belicoso y poco amistoso. Como tercera opción podríamos considerar que culturalmente estoy preconfigurado a ser un mal vecino, mal colega, mal hijo, y echarle la culpa al vecino, al colega o a la mamá. En cuarto lugar, podríamos considerar que tal vez soy el profeta de la verdad, y que en realidad la justicia en Colombia en efecto es una basura, así como la prensa, la política y otros campos que aún no se han abordado. ¿Cuál de esas es la verdadera? De pronto a mis lectores se les ocurran otras diferentes, que espero compartan con todos nosotros, para enriquecer la discusión. Por el momento, se me ocurren estas.
Ante estas posibilidades, creo que conviene realizarme un auto-psicoanálisis para ver por donde es la cosa. Hablo de un auto-psicoanálisis por dos razones fundamentales. En primer lugar, me da miedo ir a donde un(a) psicólogo(a) que de pronto me diga que la culpa de mis problemas amorosos, de salud, laborales y demás, provengan de elementos subconscientes que vienen de mi juventud, y que resultan irremediables porque no los ha logrado detectar. En segundo lugar, podría acudir a los Jueves de Salud en Noticias RCN para que el psicólogo invitado intente explicarme la situación, pero con absoluta seguridad, le consultaría el problema y me diría como al 100% de los televidentes que me antecedieron, que “es importante que vaya donde a un psicólogo para que revise mi caso y me de el tratamiento adecuado”, es decir, que quedaría en las mismas, y me obligaría acudir a la primera opción atrás mencionada, que, como ya dije, no es muy reconfortante.
Analicemos, entonces, la primera opción: Lo hago por el rating. No puedo negar aquí que es reconfortante que alguien diferente a mí mismo lea el blog. En parte, de ahí la idea de tener un counter en la página. Muchos de quienes han leído el blog ha sido porque les he enviado un mensaje de correo pidiéndoles el favor de que lean la página y que me retroalimenten. En este punto, muchos han hecho la primera parte, pero he recibido pocos mensajes o comentarios con retroalimentación. Por gratitud, (y en parte por mejorar mis estadísticas), quiero aprovechar para mandarle un pico muy especial a Pseudo, a Anónimo 1 y a Anónimo 2, quienes han tenido la gentileza de enriquecer esta página con sus valiosísimos comentarios, los cuales aprecio de corazón. Otro pico especial a mi crítico(a) por brindarme sus sinceras opiniones al respecto. 4 picos en un solo ingreso!! Creo que podría ser un record olímpico. No obstante estos argumentos claramente a favor de esta opinión, debemos considerar también que el rating no ha sido un móvil principal. Considero que a pesar de mi tono eminentemente ácido y mordaz, no he pecado por impreciso, al menos hasta el momento. En fin, no estoy denigrando de la gente por denigrar, sino siempre con un fin ulterior que intento dejar entrever en cada palabro que escribo. Ese fin es que las cosas se corrijan. No es simple chisme. Es bonito saber que mis ideas le llegan a otras personas, pero lo más importante es la idea en sí misma. En consecuencia, si estuviera concursando en Nada más que la verdad, habría dejado loco al polígrafo. Estoy como en un 50/50.
La segunda opción que me planteo es: Carácter belicoso. Quienes conocen a la persona detrás de Gaviota, seguramente deben estar diciendo, como en los concursos de belleza: “¡¡Esa es!! ¡¡Esa es!!” Quienes no me conocen, podrán sentir un pálpito instintivo que los lleve a la misma respuesta. En mi defensa, manifiesto, como diría uno de mis allegados: “No es que yo sea belicoso sino que yo simplemente reacciono.” O como dirían los niños de jardín infantil: “¡El comenzó!”. Desde un punto de vista un poco más intelectualoide, diríamos que soy una vehemente antítesis del ejercicio dialéctico cotidiano. En consecuencia, dejaríamos al polígrafo de Nada más que la verdad en las mismas.
Nuestra tercera opción: Resultado de mi entorno cultural. Respecto de esta opción, en anterior oportunidad, cuando le dediqué unas palabras a Florence Thomas, indiqué que nuestro entorno cultural es el de no dejar que otros sean estrellas. En términos menos crípticos diríamos que nuestra cultura es de no dejarse joder (recordemos que según el diccionario de Gaviota, es estrella el que más jode). En esa misma oportunidad utilicé el ejemplo prestado de la primera ley de tránsito, según la cual las mujeres nunca ceden el paso, para ejemplificar mi punto. En esta oportunidad, dejando de lado cualquier criterio sexista, simplemente sintetizo mi idea con la idea de que la urbanidad de Carreño es leyenda en nuestro país. Leyenda en el sentido estricto, y no como denominamos a nuestra miamense, o a Giovanni Ayala. Incluso, he estado tentado en solicitarle a los directivos del Carnaval de Barranquilla para que el próximo año enterremos a Carreño, y no a Joselito Carnaval, que ya este último ha sido enterrado muchas veces. O para no pelear, enterrémoslo para arrancar carnavales, y al final volvemos a enterrar a Joselito. La verdad, no creo que la idea sea de mucha recepción, pero ahí está…
He dicho antes que esta posibilidad implique que mi picoteadera sea obra del mal vecino y del mal colega que aflora en mí. Tal vez. En mi defensa, simplemente aclaro que también soy hijo del país donde está la gente pujante, donde me abrazo con mi enemigo cuando Colombia hace gol, y que se alinea contra Chávez y Correa por ser proguerrilleros. Desde ese punto, consideramos que hay motivaciones nobles y procederes innobles. Otra vez empate. Me voy a inscribir a Nada más que la verdad si alguna vez vuelven a dar una temporada, para ver cómo resuelven el asunto.
Por último, la cuarta opción que nos resta es: la Gaviota Profeta. Confieso que esta opción me resulta repulsiva, no porque no quiera ensalzar el megalómano que hay en todos nosotros, sino porque ustedes ya saber cómo les va a los profetas en su tierra. Si me quejo, sin ser profeta, imagínense cómo sería la situación si me autogalardonara con ese título. Ni hablar. Esta opción queda anulada. ¿Qué diría el polígrafo?
El resultado de este auto-psicoanálisis ha sido desastroso. Conjunto vacío, para ponerlo en términos matemáticos. No concluí absolutamente nada sobre la psiquis de Gaviota Jurídica y el porqué de tantos picotazos. Sin embargo, a mi crítico(a) le debo abonar que este desastroso resultado científico arrojó como resultado positivo que despachara 4 picos, batiendo record olímpico, a quienes me han retroalimentado. En consecuencia, tácitamente he cedido a sus críticas, aunque de manera inconciente. Tal vez debería pedirle la consabida asesoría psicológica a mi lector(a).
Para no defraudar del todo a mis lectores, críticos o no, me permito dar unas explicaciones adicionales a lo que consta en mi perfil del blog. Quiero planear, como gaviota que soy, y volaré contra la corriente, cuanto sea necesario. ¿Por qué volar contra la corriente, y no con ella? La respuesta es jurídica. Cuando asistí a la universidad, me enseñaron en clase de derecho probatorio una famosa teoría (al menos para los abogados) importada –como siempre– del derecho anglosajón. Esa teoría la denominan los norteamericanos como el Fruit of the Poisoned Tree, que en español traduce “Fruta del árbol envenenado”. Sin embargo, como aquí tenemos que hacerle la versión 2.0, otros profesores se refieren a la teoría del la "cesta de la manzana ponzoñosa”. Cualquiera que sea le denominación que se acoja, el resultado es el mismo.
La mencionada teoría se fundamenta en el principio que cuando existen pruebas judiciales recaudadas para un proceso, la ilicitud en la obtención de una prueba automáticamente vuelve ilícitas las pruebas que se hayan obtenido con fundamento en la primera. Es como un efecto dominó. En ese sentido, gráficamente se expone que si el árbol está envenenado, necesariamente la fruta que se obtenga de ese árbol va a estar envenenada. Si se mira como la cesta de manzanas, se observa que si una de las manzanas se pudre, contamina a las demás manzanas de la cesta, hasta tanto no sea excluida del grupo de manzanas que todavía siguen estando comestibles.
En mi defensa, alegó que mi ejercicio de picotazos es ese salto que quiero dar para saltar de la cesta de manzanas ponzoñosas, e intentar salvarme de la putrefacción. Es la labor de empezar a tumbar el árbol envenenado para que deje de producir frutas envenenadas. Si lográsemos eso, muchos de nosotros, aproximadamente 7 de cada 10 aves podríamos extender las alas de la libertad sin temor de ser abatidos por proyectiles o piedras que vienen de aquellos que consideran que la libertad es un simple instrumento retórico para tener tranquilo al pueblo mientras sobre él se ejerce completa dominación. En consecuencia, los Picotazos de Gaviota no son otra cosa que una invitación a mis coterráneos para que despeguen de la cesta, y simplemente planeen.